—¡Pastel de Luna! —canturreaba Bokuto—. Vamos a comer, ¡pastel de Luna! —caminó hasta el puesto de comida que la señora Kenma y la señora Kuroo atendían en el festival.
—Oh, joven Bokuto, ¿cómo se encuentra? Lamento no saludarlo esta tarde cuando visitó en compañía de sus amigos a mi querido Kozume.
—No se preocupe. Debían estar muy ocupadas con todos los preparativos del festival —Bokuto sacudió su mano, le agradeció los pasteles que la señora obligó a llevar sin ningún pago a cambio y se despidió—. Hasta luego señora Kenma, hasta luego señora Kuroo.
Debía apresurarse o Akaashi creería que se habría comido todos los pasteles de Luna él solo.
—Espere, joven Bokuto —esta vez, la voz provino de la única dama que no había abierto su boca—. Vuelvo en un segundo —se excusó con el chico y corrió lejos del puesto de pasteles que la señora Kenma se encargó de atender sola un instante. Ella no le recriminó la ausencia y Bokuto tampoco se quejó de la espera.
Esa no era la primera vez que la señora Kuroo le pedía el mismo favor. Esperar en los festivales mientras recogía en su hogar algún elemento, llámese comida, prenda, objeto personal, que quisiera hacerle entrega a su hijo por medio de un intermediario.
En ese mismo instante, al otro lado de la calle, Akaashi aguardaba sentado frente a una tienda de máscaras festivas que Yamaguchi seguía observando.
—Yamaguchi —apoyó una mano en su hombro y le negó a la anciana cualquiera de sus máscaras—. Discúlpenos, no estamos aquí para comprar. Yamaguchi, por favor.
—Akaashi —esbozó una muy corta sonrisa, acarició la cerámica blanca, la artesanía de una mujer que se ganaba una pequeña noche en su vida vendiendo esos hermosos objetos—. Son muy diferentes. Hay unas de zorro y otras de demonio. Algunas que nunca podrían gustarle a una chica como Mei y esta —señaló el rostro de un hombre enojado—, tal vez le habría encantado a Yukio.
—Tal vez, pero no puedes saberlo —porque simplemente no los conocía y todos, incluyendo a Tadashi, lo sabían muy bien—. Deja de mortificarte solo. Vamos, Bokuto podría acabarse los pasteles de Luna si no lo alcanzamos y son deliciosos.
—No me estoy mortificando. Aún duele, pero me siento mucho mejor —y agradecía mucho a Kuroo.
Yamaguchi con su mano sujeta a la de Akaashi finalmente abandonó esa tienda. Se disculpó con la anciana y antes de dejarlo ir ella sujetó su brazo: «Niño, tu pareces necesitar esto mucho más de lo que otra persona en esta ciudad necesita» dijo ella y aunque se negó, al final cedió. La amarró con una delgada cuerda marrón a su cadera como un símbolo de honor y honra a la memoria de la plaga. Solo ese último pensamiento le provocó una honesta sonrisa.
Después de tener a Bokuto en la mira, Tadashi detuvo su caminar.
—Akaashi, ¿podríamos por favor hablar?
—¿Te ocurre algo?
Yamaguchi negó—. Usted lo sabe muy bien. Sabe sobre qué quiero hablar.
—Ya te lo he dicho —Akaashi suspiró—. Lo que hagas o no hagas con Kuroo–san a puerta cerrada, no es de mi incumbencia, ni de la de Bokuto o Sugawara o cualquier persona. Si no involucra entrenamientos físicos, no tengo por qué pedir ninguna explicación y tu no tienes por qué dármela.
—Pero, por favor, aún si no es mi obligación y tampoco la suya, aún así quiero explicarlo.
—¿Por qué?
—Porque —acarició la nueva importante cosa que adornaba su cadera—. Porque usted es mi superior.
—Y como tú superior te lo digo. La relación que mantienes con Kuroo–san es igual a la de un matrimonio. Te lo dije antes, ¿recuerdas? Si ustedes hablan, si ustedes se besan, si comen o no juntos, es un acto íntimo entre ustedes dos.
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1830
ФанфикEl período Edo se conoció, en toda la historia de Japón, como uno de los períodos más tranquilos. Pese a que la paz se mantenía imperturbable sobre sus ciudadanos, la nuevas generaciones continuaban una tras otra entrenando para ser los próximos nob...