V - Meiyo (honor)

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Nervios de punta, lágrimas al borde de sus ojos y una ansiedad intensa. Yamaguchi sostenía apenas el objeto en su mano, sin querer asegurarse si era de verdad él quien portada el cuchillo.

Y no era el único.

Tadashi intentaba relajarse, aunque fuera un poco, con las palabras que Kuroo le había dicho hace unos minutos. Por el contrario, era imposible. Cuando la misma persona que te dice «toma mi mano» también dice «avientate al vacío» es imposible considerarlo.

—Están mintiendo —escuchó Tadashi una inocente voz rusa que reía en desgracia. Nadie lo corrigió y nadie lo apoyó. 

—las estrellas contarán con nosotros, el cielo determinará el números de campanas que escuchareís antes de deslizar el arma en su garganta, de este a oeste —Kuroo seguía caminando sobre la tierra blanda. Rodeaba a los chicos que temblaban en sus lugares. Algunos parecían muy confiados, otros no tanto. Sus compañeros hacían mención de lo fastidioso que sería limpiar la sangre o el regalo que los dioses les traerían con el sacrificio. Todo lograba aterrorizar a los novatos, en especial, a un pecoso que se tentaba a quitarse la venda y maldecir a Kuroo o a todo el clan de guerreros que se reunían frente a un lago a sacrificar.

—Siete campanas sonarán —dijo Konoha.

—Una —dijo Bokuto, el primer tintineo resonó en sus oídos y todos temblaron.

—Dos —habló Yaku. El segundo tintineo pareció más profundo, guiado por la ventisca que se perdía en la oscuridad y todos chillaron.

—Tres —dijo Fukunaga, con una voz más distorsionada gracias a la máscara de cerámica. El tercero ahuyentó los males del lago y todos se arrodillaron.

—Cuatro —turno de Akaashi. El cuarto tintineo llegó y todos rezaron. Yamaguchi pidió fielmente porque su vida no acabara allí. Su padre había desistido ya del plano terrenal, el único hijo varón de la familia Yamaguchi no podía también hacerlo.

—Cinco —dijo Nobuyuki con un tono de voz más grueso que los anteriores. Una voz que podía llegar a los huesos y todos prepararon el arma. El quinto tintineo resonó y todos cruzaron su brazo derecho por su garganta mientras el arma permanecía a centímetros de la piel.

—Seis —habló Yamamoto como un rufián, robando el aliento y la seguridad de cada niño entre hombre arrodillado y todos callaron. No hubo más réplicas, no hubo más llanto y el viento se detuvo. Todos presenciaron la determinación de los jóvenes a arriesgar su vida por honor. Por el honor que siempre habían escuchado y seguido en su vida.

—Siete —finalizó Kuroo con la última campana y todos acariciaron sus cuellos con el arma de izquierda a derecha.

Se escucharon suspiros, gorgoteos de alegría y penuria juntos. Yamaguchi alejó el palo de su tacto y tomó el cuello entre sus manos, agradeciendo a buda, al cielo y a la tierra porque su turno aún no había llegado.

—Pueden quitarse la venda —Akaashi levantó la voz entre el bullicio de felicidad. Todos obedecieron, queriendo conocer al desgraciado que había sacrificado honorablemente su vida por la noble causa del Harakiri*

Para su grata sorpresa, siete sacrificios nunca muertos se miraron confundidos. ¿Por qué todos seguían en pie (o de rodillas)? ¿Por qué no había un cadáver? ¿Quién portaba en realidad el cuchillo de hierro?

Yamaguchi respiró –sin darse cuenta que había estado conteniendo el aliento–, queriendo aferrarse a algo o alguien cuando la sangre seguía en sus cuerpos.

—¿¡Qué fue todo eso!? —preguntó Lev observando a todos sus compañeros fuera del círculo anónimo riendo y charlando como si nadie hubiera intentado suicidarse. Saltó exaltado, caminando hasta Yaku o Kuroo para una explicación.

1830Donde viven las historias. Descúbrelo ahora