XI - Convicción a la familia

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La brisa salpicó sus mejillas y se perdió entre las pecas de un joven que observaba plenamente la luna plasmada en un cielo oscuro y abrumador. Ella era lo más tranquilizador en toda esa noche. Una luna menguante que lo acompañó en todo el camino. Yamaguchi creía que su forma se asemejaba tanto a la sonrisa que su pequeña hermana le regalaba todo el tiempo cuando estaban juntos, jugando un par de corridas y escondidas.

Deseaba profundamente que los enemigos se hubieran marchado satisfechos, con la vida de dos monjes y dos templos carbonizados.

Se aferró a la cintura de su maestro que nunca se inmutó a quitar la vista del camino. No podía permitirselo. Debía agudizar aún más la mirada a lo que ya estaba acostumbrado para no caer en un desvío, chocar con una roca o un árbol que claramente podía ver. Kuroo agradecía la bendita vista que había heredado de su madre y Tadashi se aterraba de ese hecho, porque él no podía ver nada cuando la suave llovizna fue otro pequeño factor en su contra.

—Mierda —Kuroo jadeó. Siguió golpeando con las cuerdas al premio de Bokuto y Akaashi. No era su intención alterar o asustar al caballo, sólo quería apresurarlo. Luego podría ganarse su merecido descanso.

A parte de los murmuros que Tetsurou soltó esporádicamente, ninguno tuvo mente para mencionar otra cosa. Yamaguchi siguió solo mordiendo su labio inferior.

Y ambos suspiraron. Notaron cómo su respiración estaba tan agitada, igual o en un grado menor a la de Airhead, pero lo estaban. Excitados, molestos, agitados y de cierto modo asustados de lo que encontrarían en el pueblo.

No había señales de humo. La ceniza no se visualizó por esa zona, el viento únicamente arrastró las pruebas hacia el camino que ellos recorrieron de regreso, así que no era de extrañar que el pueblo permaneciera apacible. Las personas caminaban amistosas entre las calles. Las mujeres sonreían mientras los hombres sostenían en su mano la sombrilla que, combinada con su yukata, cubría a las hermosas damicelas de la peligrosa lluvia sobre sus cabezas.

Eran las siete de la noche, las siete y el reloj en su cabeza avanzaba tanto como dejaba de hacerlo. El tiempo estaba en su contra, siguió llevándose su paciencia y tranquilidad.

Kuroo detuvo los pasos de Airhead. En la entrada al pueblo, todo se veía ordinario. Las linternas colgadas en cada calle permitían la buena visilibidad. Pero para ellos dos, era increíble la penumbra que se asentaba en ese lugar.

—Será mejor dejar a Airhead oculta en algún establo vecino y continuar a pie —sugirió el mayor.

—¿No sería más fácil buscar sobre ella? No podemos perder tiempo.

—No, baja ahora.

Yamaguchi no comprendía, pero obedeció la orden. Bajó y calló. Observó a su alrededor mientras Kuroo aguardaba a Airhead en un callejón. Entre dos casas de madera había un espacio perfecto, donde la luz no alcanzaba a rozar tan siquiera, perfecto para esconder al nuevo miembro del clan.

—Andando —llevó una mano a su cintura y todo el tiempo mantuvo la palma envuelta en el mango de la katana. Lista para desenvainarse ante un imprevisto—. Será mejor buscar para ti algo que pueda servirte de protección. Si ellos siguen aquí...

—Kuroo, espera. Espera un segundo. Lo tengo —sostuvo la manga de Tetsurou—. Puedo conseguir una katana temporalmente y obtener ayuda de otro hombre entrenado para estas situaciones.

—¿Qué hombre?

—Akiteru–ni, confía en mí, es alguien de confianza y seguro podrá ayudarnos. Además, en el viaje puedo escanear a todas las personas que vea, reconozco a cada habitante en este pueblo.

1830Donde viven las historias. Descúbrelo ahora