IX - Chuugi (lealtad)

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Seis horas de sueño y un eterno tren de pensamientos fueron suficientes para dar la decisiva a la elección que Yamaguchi había hecho sin ahondar en ello: usar a su maestro para un bien no común; introducirce en el mundo de lo que está bien o lo que no; de lo que se siente bien y eso es lo que (le) importa. Aprender entonces a cómo llevar cada acción para no cometer nunca más un penoso error. Uno que se seguía repitiendo una y otra vez en su cabeza tan vividamente mientras el árbol y el resto de cosas parecían no estar presentes aún estando allí.

Tsukishima acarició el puente de su nariz, con un rostro más enfadado y confundido. Con toscas palabras que continuaron diciendo dos mismas palabras: «Yamaguchi, despierta».

Sintió a su cuerpo temblar por breves instantes y la clara voz de Akaashi introducirse en sus sueños.

—Akaashi, ¿qué? 

—Estuve llamándote por un largo rato —se levantó del lugar, organizó su uniforme y abandonó la habitación no sin antes decir—. Eres el único que aún no está listo. Arreglate y camina hacia el comedor central.

—Si, siento las molestias —pero seguramente esas últimas tres palabras no habían sido escuchadas, pues Akaashi había salido tan sólo terminar su sugerencia.

Se atrevía a pensar y afirmar que su superior estaba de mal humor. No tenía una razón para asegurarlo, pero con su tono de voz y su partir apresurado era suficiente.





















—Kuroo, maldición bro, levántate de una buena vez, las parejas pronto se darán a conocer. No podemos llegar tarde.

—Cinco minutos más —respondió. Apretó las almohadas entre sus brazos mientras aplastaba su propio cabello de la forma más inusual que todos conocían. Hundía su rostro en las cómodas telas sin darle permiso al sol de irrumpir en su somnolencia. Era por esa misma razón que no podía cambiar el estilo de su cabello y aunque era una preocupación, no su prioridad.

—No, ya dijiste eso tres veces e incluso me uní a tu siesta de cinco minutos más y eso fue hace quince minutos. Yaku nos golpeará si llegamos tarde de nuevo.

—Cinco minutos más —murmuró.

—¡No! Hoy nisiquiera entrenamos en la madrugada como estamos acostumbrados. Es suficiente.

Kuroo achinó sus ojos y levantó finalmente la mirada—. ¿Desde hace cuánto estás durmiendo en mi futón?

—Ya te lo dije. Hace solo quince minutos —frunció sus labios.

—Deja de mentir Bokuto. Sentí tu pelvis toda la madrugada frotarse contra mi pierna. En serio, ya es hora de que sueñes con algo decente.

—¡Solo la mitad de la madrugada! Estuve frotandome solo la mitad de la madrugada. No toda —corrigió.

—¿Entonces estabas consciente de ello? —exaltado y con una risa a punto de escapar de sus labios, tomó en su mano derecha una almohada y la dejó caer con fuerza sobre el rostro de su amigo—. Maldito pervertido.

—No puedes culparme, Akaashi estuvo de tan mal humor en la madrugada y tu parecías gozar del movimiento.

—Yo no. Deja de decir idioteces. ¿Qué hiciste ahora?

—Yo no hice nada —bufó. A medida que la conversación avanzaba y con un gran esfuerzo ambos abandonaron los futones—. Al menos no directamente. ¡No tengo idea! ¿Bien? Akaashi mencionó algo sobre una pesadilla que lo despertó a mitad de la noche.

1830Donde viven las historias. Descúbrelo ahora