IV - Primera impresión

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Eran los mejores dando un buen ejemplo.

Kuroo y Bokuto no habrían despertado a tiempo de no ser por Akaashi quién amablemente los había rociado con agua muy fría. Ambos se pararon de un solo brinco de su cama y gritaron improperios al chico mientras él sólo decía «llegarán tarde si no se apresuran, capitanes». Fue cuestión de terminar sus palabras para que ahora los improperios se los lanzaran entre ellos. Bokuto le había insistido a Kuroo que lo acompañara hasta su cuerpo y le brindara un poco de alimento para llenarlo. Era una costumbre que seguían haciendo algunas veces en el mes pese que la relación maestro–aprendíz había quedado olvidada. Además, Bokuto era muy enérgico cuando de enseñanzas nocturnas se trataba y Akaashi debía tomar descansos. Kuroo suponía que era todo por una buena causa.

Se encontraban parados a cada lado del sacerdote junto a los otros maestros de Nekoma a su derecha y Fukurodani a su izquierda.

—Me complace anunciar que este año vemos más nuevas caras en el recinto. Es un honor recibir a tan buenos civiles dispuestos a dejar su vida ordinaria atrás y aprender un arte tan hermoso como lo es el bushido, el código de un Samurai basado en el honor —estiró su mano derecha— y la responsabilidad principalmente —hizo lo mismo con su mano izquierda y las regresó a las mangas de su traje—. Imponer tu vida por tu honor y hacer el sacrificio que sea necesario por mantener la paz en esas tierras. Una paz que se ha cultivado por más de doscientos años...

Después de una charla motivadora mucho más extensa sobre la importancia que tenían los Samurais en Japón y cómo había sido la guerra contra los extranjeros antes de implementarse la política de Sakoku (término explicado en el capítulo I), como vuestros ancestros habían conseguido cuidar de Japón y permanecer intacto. Ahora, eran pocas las personas que prestaban su vida por la causa justa de la paz, sabiendo en realidad que esa paz pronto decaería. El mismo sacerdote les advirtió en un inicio sobre los constantes ataques de la dinastía que preferían mantener bajo cautela para que la civilización no se alterara. Muy parecido a una guerra fría.

Antes de terminar, él mencionó «Si no estás dispuesto a abandonar toda tu vida por salvar lo que tu corazón guarda, será mejor que des la vuelta y regreses a tu hogar» pero nadie declinó. Ninguno giró. Nadie dudó aún cuando en sus pensamientos se debatía qué decisión tomar.

—De acuerdo. Valientes novatos, den un paso adelante para presentarse y regresen a su fila al haber terminado. Sólo necesitamos su nombre completo, edad y puesto al que desean llegar.

Los novatos obedecieron. Uno a uno de derecha a izquierda dieron un paso adelante.

—So Inuoka. 16 años. Espadachín.

—Shuichi Anahori. 16 años. Vaina.

En ese momento Yamaguchi dejó de atornillar con la mirada al calvo sacerdote que hablaba y detalló a los jóvenes que se ubicaban a cada uno de sus lados. Sus cabellos contrastaban demasiado entre sí y sus trajes, del mismo color que los jóvenes con los que ayer chocó.

Santo Buda, eran los mismos guerreros con los que había chocado hace un par de horas, en la madrugada. Insistía en la probabilidad de que ellos no habían prestado atención a su aspecto, así que no era fácil diferenciarlo entre la mayoría, después de todo no tenía un aspecto sobresaliente y sus pecas que más lo distinguían para bien o para mal, se habían escondido con el manto de la noche.

—Tamahiko Teshiro. 16 años. Vaina.

—Wataru Onaga. 16 años. Espadachín.

—Lev Haiba. 16 años. Espadachín.

Kuroo sentía una firme mirada en su persona y no era Bokuto, el búho estaba encargado de hablar con Akaashi entre señas durante la presentación de los novatos. Akaashi respondía con simpleza, un sí o un no dependiendo del movimiento de su cabeza. Llevó su mirada al frente y lo encontró. Un chico de cabellos verdosos y pecas adornando sus mejillas, que de hecho, no estaban nada mal, se le hizo muy familiar. No sabía de dónde pero continuaron cruzando sus miradas hasta que Yamaguchi cayó en cuenta de que lo estaban haciendo. No pensaba observarlo por tanto tiempo, solo había olvidado que lo hacía mientras rememoraba sucesos anteriores.

1830Donde viven las historias. Descúbrelo ahora