T r e i n t a y n u e v e

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Diría que en esta ciudad llueve más que en cualquier otra parte del mundo, a veces me pongo a pensar demasiado y me pregunto si siempre ha sido así, o si Cracovia se volvió más oscura cuando los alemanes la invadieron

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Diría que en esta ciudad llueve más que en cualquier otra parte del mundo, a veces me pongo a pensar demasiado y me pregunto si siempre ha sido así, o si Cracovia se volvió más oscura cuando los alemanes la invadieron.
La primavera y el verano se esfumaron tan rápido que todo pareció ser parte de un sueño y ahora estaba recostada, mirando al otro lado de la ventana los árboles disecados de las calles. Las hojas que apenas esa tarde restaban salieron volando por la tormenta y mientras se arrastraban calle abajo, el sonido de los truenos se intensificó, hasta que uno de ellos cayó tan cerca de la casa que las luces del alumbrado público se apagaron.
Entonces sólo hubo penumbras.

En la mesa de noche, la flama de una vela estaba estática, como el ojo de un demonio que me acechaba.

Nunca me consideré la clase de persona que le temiera a las tormentas eléctricas, pero esa madrugada en particular algo había cambiado en mí.
Tal vez se debía a que muchos pensamientos estaban haciendo ruido en mi cabeza, tanto ruido como el de la tormenta fuera de la casa.
Como si mi mente fuera esas paredes que me rodeaban y mi estabilidad emocional se encontrará conmigo temblando en esa cama, rezando que las paredes no sucumbieran a la tormenta y no se la llevasen volando a una perdición segura.

Soplé la vela, porque estaba poniéndome nerviosa, pero la oscuridad completa no era un consuelo.
Me di vuelta en la cama y traté de convencerme de que esas sábanas con las que me cubría podían protegerme de cualquier fantasma, cualquier demonio, cualquier pensamiento hiriente.
Así que intente olvidarme de los miedos y pensar en cualquier otra cosa... entonces Harry llegó a mi mente, pero eso tampoco me hizo sentir mejor.

Habia transcurrido una semana desde la última vez que nos vimos y discutí con él tras pedirle que huyera conmigo, pero él se negó.
El doble de tiempo transcurrió desde la última vez que me acerqué a Kalum para pedirle un consejo o tan solo para que me ayudase con alguna palabra de aliento.
No hablabamos desde que, la tarde en que los judíos huyeron del campo, él me dio una bofetada y yo le dije que nada de lo que hiciera impediría su muerte, porque una parte de mi pensaba que estábamos destinados a caer muertos en algún momento de esta guerra y aún lo pensaba, pero ahora me sentía otro poco más culpable por no haber tenido la fortaleza para callarme la boca y apoyar a Kalum, a pesar de que él tantas veces lo hizo conmigo. Me alentó, me salvó la vida, me protegió de tantas maneras y yo siempre tenía la peor forma de pagarle.

Me senté en la cama y miré el vacío al mismo tiempo que un relámpago atravesó el cielo e iluminó la habitación unos pocos segundos antes de que hiciera un aterrador escándalo.

—¡Agh!— me quejé a todo volumen y me levanté de la cama.
Corrí hacia la habitación de Kalum con el presentimiento de que por detrás, las sombras se convertían en más demonios que me perseguían todo el camino.

Abrí su puerta bruscamente y para mí sorpresa, le vi darse vuelta de inmediato.
No estaba dormido y le había dado un susto.
Tal vez él tampoco era la clase de persona que se asustaba con las tormentas eléctricas, pero esa era diferente.

La chica bajo la farola |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora