T R E I N T A Y S E I S

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En las calles, por la mañana del domingo, hay un peculiar silencio

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En las calles, por la mañana del domingo, hay un peculiar silencio. Una columna de humo se levanta en el campo de trabajo de Plaszow y por debajo de la tierra, más de veinte hombres se arrastran por sus vidas.

Se que Harry esta ahí y de pronto estoy demasiado nerviosa para quedarme en cama.
Kalum despertó al darse cuenta y se asomó por la puerta del baño para encontrarme de pie delante de la ventana, solo mirando a la calle como un fantasma.

Sabía que Harry no aparecería pronto. Más bien, sabía que era poco probable que apareciera de ahora en adelante, porque Pavel me había prohibido verlo y aunque Harry en sus cartas decía que continuaría encontrando la manera de verme, comencé a pensar que eso sería cada vez más difícil.

—No debí exponer su vida así... Si algo le sucede...

—No tiene caso que pienses en eso.

—Si lo descubren y lo matan por traicionar a los Nazis, será mi culpa. Si alguien sabe que ha ayudado a tantos judíos, van a acribillarlo.

Mire hacia atrás a Kalum, pero había una expresión vacía en su rostro.
No esperaba que fuera capaz de empatizar conmigo, pues sabía que a él no le interesaba en absoluto la vida de Harry, yo mientras tanto estaba sudando y él sol de verano me estaba acalorado a través del cristal pero no me atrevía a moverme.

Me preguntaba si ya lo habían descubierto. Si los alemanes ya lo habrían capturado para torturarlo.
Si Harry muriera... ¿Sería capaz de sentirlo o saberlo por cuestión de algún sexto sentido?

Entraba en pánico al pensar en eso. No podía estar quieta.
Asi que me vestí. Me puse un vestido liviano porque no soportaba el calor y salí de la habitación.

—¿A donde mierda vas?— preguntó Kalum al encontrarme de camino a las escaleras.

—Ire a la casa de Pavel, cuando él vuelva, quiero saber si todo salió bien.

—¿Y si Pavel vuelve escoltado por Nazis?— me preguntó.

—Si Pavel vuelve escoltado por Nazis, lo más probable es que esos Nazis ya estarán buscandonos a nosotros también.

—¿Dices que sería capaz de delatarnos?

—No, bueno, no se.

—¿¡No sabes!?— levantó la voz.

—Shh— lo calle subiendo un par de peldaños en la escalera al mismo tiempo que el dio otro paso más hacia mí— los Bieleck están durmiendo— murmuré.

—No me interesan los Bieleck, me interesas tu, deja de tomar decisiones estúpidas, estas poniéndonos en riesgo, vas a hacer que nos maten— me reclamó pero yo había llegado a ese punto, en el que nuevamente dejaba de prestar atención a mi miedo a la muerte.
Solia sucederme con frecuencia cuando estaba tan harta que ya ni siquiera mi propia vida me importaba porque no le hayaba sentido.

La chica bajo la farola |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora