D i e c i s e i s

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Tu serías el pasto y yo lahiedra

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Tu serías el pasto y yo la
hiedra...


«Se de un lugar donde nadie nos verá» me dijo y me impresionaba lo pronto que confiaba en él. No le preguntaba nada, tan solo lo seguía y mi mano estaba en la suya.
En un principio ese pareció más un acto reflejo que cualquier otra cosa, pero a medida que nos hacíamos concientes de ese toque, sus dedos se volvían traviesos.
Se entrelazaban a los míos sin preguntar. Apenas tuve un par de segundos para anticiparlo cuando le sentí mover la mano y el resto del camino mi corazón latió con fuerza.

Miraba de un lado a otro con miedo de que alguien nos viera, algún alemán o tal vez Kalum.
La idea era un poco ilógica, en el fondo sabía que la probabilidad de encontrarme con Kalum era casi nula, así que me esforcé por olvidarme de eso y concentrarme en ese extraño momento que compartía con un Nazi.

Cruzamos de forma vertical los bosques hasta que los árboles quedaron detrás de nosotros y nuestras piernas se sumergieron entre una abundante hierba cuyo alto nos llegaba hasta las rodillas.

Un poco más al frente observé una desvensijada cerca de madera, cuyos tablones colgaban apenas unos de otros, separando la zona boscosa de un terreno que a simple vista se notaba abandonado.

-Espera, ¿Qué lugar es este?- pregunté al darme cuenta de que Harry tenía la intención de allanarlo.

-No lo sé, es solo una vieja construcción abandonada.

-No podemos entrar ahí.

-Claro que podemos, yo lo he hecho muchas veces. Está abandonado.

Me jaló de la mano y me ayudó a saltar la cerca, pero en el proceso una astilla rasgó mi vestido.

-Harry- me quejé.
Él tan solo rió, tomó mi rostro entre sus manos y me dió un beso. Breve pero cautivador.

-Ven, no seas amargada.

-Amargada- enfatice con ironía.

No era cuestión de amargura sino de prudencia. No tenía idea de qué lugar era ese y tampoco sabía si algún propietario loco aparecería con una escopeta para dispararnos.

-Esta abandonado ¿Ves? Parece que ni siquiera terminaron de construirlo- murmuró mientras nos acercabamos a esos monstruosos cimientos de roca y mármol sobre los que trepaba una abundante enredadera verde.

El pasto estaba cundido de flores blancas, amarillas y azules y las mariposas y aves revoloteaban libremente aquí y allá entre la construcción abierta, sin techo, ni cristales en las ventanas, ni puertas, ni suelo. En lugar de esto último, el pasto crecía libremente por todos lados, devorándose el cascarón de esa gran casa de aspecto colonial.

Y nosotros, al igual que las criaturas que volaban por la zona, cruzamos hacia el interior de ella, entre altos pilares, arcos y salones incompletos.
Era aterrador y magnífico al mismo tiempo. Lucía embrujado pero mágico y romántico.

La chica bajo la farola |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora