¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Volvimos a besarnos. Esta vez como si entre nosotros, no hubieran barreras de ningún tipo, ni sociales ni de pudor. Sentí un enorme alivio en ese momento, que hacía flaquear mis rodillas y me daba la sensación de que estaba encogiéndome entre sus brazos, o quizá solo estaba cayendo hacia el suelo. Por supuesto, esto solo era una idea mía, porque seguía ahí bien parada, pero flácida entre sus brazos, que me envolvían con acogida y me besaba cada vez más ansioso y más distinto a cualquiera de sus besos previos. Di un par de pasos a cuestas, sin medir la distancia y sin quererlo la parte posterior de mis rodillas topó contra la cama. Me senté automáticamente, como una niña reprendida, sin decir nada pero sin quitarle los ojos de encima. Harry delante de mí, se desató las botas que hacían demasiado ruido en cada paso y entonces las dejó a un lado.
Tragué espesamente. Tenía la garganta seca y la piel fría, pero podría deberse a que salí a la calle en pijama.
Cuando Harry terminó de quitarse los zapatos, deslizó ambas manos por mis brazos para quitarme el abrigo y con una pequeña sonrisa se acercó a mí. Me empujó suavemente y subió sobre mí tan lento que la cama no hizo el más mínimo ruido. Nos sostuvimos la mirada entre penumbras por unos segundos. No habían palabras para decir aún. Entonces, volvió a comenzar de nuevo.
Me besó lento y progresivamente aumentaba el ritmo, mientras yo con manos tímidas desabrochaba los botones de su camisa. Di la iniciativa, al menos así me parecía, aunque era él quien estaba encima de mí.
Harry sostuvo mi espalda baja con una mano y me movió hacia arriba, acercándome más a las almohadas contra la cabecera. Se arrodilló después y terminó de desajustar su camisa para abrirla de par en par y sacarla a lo largo de sus brazos.
Me quedé estática, mirándolo. No me atrevía a tocarlo, aunque ciertamente tenía ganas de hacerlo. En lugar de eso, esperé.
Tenía miedo, pero no quería decirlo porque tampoco quería que se detuviera. Desabrochó sus pantalones y se los quitó en solo unos minutos.
Se estaba desvistiendo delante mío y yo no me atrevía ni a parpadear. Podía ver su cuerpo apenas iluminado por la luna, su piel tan pálida, su cabello, que por primera vez empezaba a perder su estricto orden.
Toqué solo una con una mano cuando finalmente volvió a acercarse. Levantó mis piernas y las colocó en su cintura mientras volvía a besarme.
—¿No vamos a decir nada?— susurré.
—¿Qué quieres decir?— respondió igual de bajito y el tono de su voz me parecía tan dulce que me hacía olvidarme de lo que había estado a punto de opinar.
Sonreí cerca de sus labios, sus manos, calientes y grandes levantaron mi vestido hasta mi pecho. Se inclinó y besó mi vientre, mi ombligo y subió un poco entre mis costillas cuando terminó de despojarme de la bata.
Atemorizada por encontrarme en nada más que unas bragas blancas delante de él, traté de cubrirme de su mirada, pero Harry acarició mi mejilla y dijo:
—No tengas miedo.
Comenzó a besar mi piel, de mis labios a mi cuello, mis hombros, mi pecho, mi abdomen y al jalar de mis bragas, encorvé la espalda y gemí bajito.
Harry me miró a los ojos y lentamente introdujo dos dedos en mí. Volví a gemír cuando comenzó a moverlos suavemente, en círculos y de arriba a abajo.
Cerré los ojos, estaba en el cielo... con él.
Separé más las piernas, demostrándole que me gustaba y él introdujo un dedo más. Acaricié su pecho con mis dedos y mis uñas y cuando se quitó la ropa interior y de nuevo lo tuve cerca, yo misma atraje sus caderas, con mis piernas que lo envolvían ansiosamente.
Colocó un brazo flexionado detrás de mí cabeza y acarició mi entrepierna húmeda con su sexo, que pese a que aún no miraba, se sentía duro como una roca. Sin embargo, no entró aún. Harry me besaba mientras se frotaba contra mí, regalandome pequeños gemidos que me volvían de gelatina y a medida que me humedecía más comenzó a deslizarse con cautela. Mu lento, poco a poco, para que mi cuerpo se acoplara al suyo.
Aferré mis manos a su espalda y apoyé mi frente a la suya cuando se hundió de pronto. Nos mirábamos a los ojos con intensidad que iba en aumento a medida que comenzaba a moverse. En un principio acompasado y luego profundo y acelerado. Envestía y empujaba sin detenerse y yo me resistía las ganas de gritar.
—¿Te gusta así, mi amor?— susurró muy bajito a mi oído y yo gemí como aprobación.
Besó mi mejilla y continuaba yendo y viniendo sin pausar, el hecho de que su ritmo fuera constante me excitaba mucho, pues me hacía darme cuenta de que era inagotable, fuerte, sensual. Todo lo que quería lo tenía con él en ese momento. Estaba tan complacida que quería desaparecer junto con él y no volver nunca. Quedarnos lejos de esa realidad que lucharía por distanciarnos al día siguiente.