T r e s

3.2K 243 8
                                    

Cantar o morir para Alemania

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cantar o morir para Alemania

Había despertado con una sensación diferente por dentro y a partir de ese momento ya no sentía que fuera la misma persona.

Después de huir de los trenes que intentaron llevarnos a un rumbo desconocido, Kalum encontró una granja cerca de una autopista y cargando mi cuerpo inconsciente, rogó por ayuda.
Para suerte nuestra, los dueños de esas tierras, un matrimonio cristiano de apellido Zamoyski, se apiadaron de nosotros y nos ocultaron en una bodega por dos días.
Ahí no había mucho, pero el hombre mató una gallina para darnos algo de comer y también nos regaló agua.
No había forma de agradecerles lo que hacían por nosotros.
Sabiendo que estaban exponiendo sus propias vidas.
Ayudar a un judío era un delito grave, una alta traición que se pagaba con la muerte, así que no podíamos quedarnos ahí por siempre, pues solo sería cuestión de tiempo para que los alemanes nos encuentren.
Pero como último acto de clemencia, el señor Zamoyski nos dio algo de ropa y nos llevó a Cracovia, la ciudad más cercana.
Antes del amanecer, ocultos entre un montículo de paja en la parte posterior de una camioneta de ganado, nos pusimos en camino.
Parecía una locura dirigirnos a cualquier ciudad ahora, pues todas ellas estaban dominadas por los Nazis, pero irónicamente, ese era el mejor lugar para ocultarnos.

Cuando la camioneta se detuvo en un lugar silencioso y de sombra, asomé la cabeza por la paja, aunque Kalum me repetía que no debía moverme.
Lo hice de cualquier forma y noté que nos encontrábamos a la entrada de un callejón.
―Rápido, deben irse ahora antes de que alguien nos vea― dijo el hombre que salía a toda prisa de su vehículo y nos ayudaba a saltar fuera de la paja.
Sacudí el vestido que traía puesto.
Era de la señora Zamoyski y lucía un poco grande en mí, pues había adelgazado bastante durante tantos meses.
―¿Dónde estamos?― preguntó Kalum.
―Estamos en el bar de Pawel Jakov, él les ayudará a conseguir identificaciones y a instalarse en la zona como cristianos, pregunten por él, debo irme antes de que amanezca― volvió a advertir y sin más, nos deseó suerte y el rugido de su camioneta se alejó hasta desaparecer y dejarnos solos en medio de esa ciudad desconocida, repleta de alemanes.
Me sentía como un ratón extraviado en una casa de gatos.
―¿Fingiremos ser cristianos?― pregunté confundida cuando Kalum se asomó por fuera del callejón, lado a lado, mirando esas silenciosas calles.
―Eso parece― murmuró.
―No estoy segura de querer hacerlo― repliqué y el sujeto me miró con el gesto deformado, demostrando sorpresa y algo de indignación por lo que había dicho.
―¿Prefieres que te maten?― preguntó.
―Nosotros no llegamos aquí huyendo.
―¡Por supuesto que llegamos aquí huyendo!― exclamó a susurros, moviendo los brazos desesperadamente.
―A lo que me refiero, es que... nosotros no nos escondemos, nosotros somos la resistencia― le recordé y él suspiró y negó.
―Ya no Nicola. Solo somos nosotros dos, no hay nada que podamos hacer, ya no estamos en nuestro hogar, ni siquiera conocemos este lugar, estamos en una ciudad extraña, completamente solos, necesitamos adecuarnos y luego quizá pensaremos la forma de ayudar a otros judíos, piénsalo ahí afuera deben haber otros como nosotros quienes necesitan ayuda, no tenemos opción, la resistencia también debe saber cuándo ser inteligente y resguardarse hasta conseguir refuerzos. No permitiremos que nos maten― habló firmemente, tomando mi rostro entre sus manos para sacudirme― ¿Lo escuchaste? No moriré para Alemania. Repite eso hasta que te agotes.

La chica bajo la farola |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora