C u a r e n t a

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«Amor, esperame esta noche, haré todo lo que pueda por llegar

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«Amor, esperame esta noche, haré todo lo que pueda por llegar. Te amo. Siempre contigo. Harry.»

Muy temprano por la mañana Harry había dejado ese mensaje bajo el macetero de la entrada y arrojó cuatro piedras a la ventana hasta que desperté para asomarme.

Señaló hacia el lugar donde había dejado el mensaje y sin esperar a que bajase, se marchó.

Yo estaba agotada, así que no fui de inmediato.
Volví a la cama y dormí profundamente hasta el medio día.

Al despertar, me olvide por un momento del suceso, como si se hubiera tratado de un sueño, pero luego me aseguré al bajar las escaleras y encontrarme esa discreta nota.
La guardé en mi sostén por un rato, porque la señora Bieleck estaba en la cocina y tan pronto como escuchó mis pasos me pidió que la ayudara con la comida de esa tarde.

Al terminar, sentí el aroma del pescado y las verduras adheridas a la tela de mi ropa, así que subí a mi habitación a cambiarme.
Ahí leí el mensaje de Harry antes de guardarlo tras un beso en la cajonera.

Me recogí el cabello en una coleta y fui hacia la habitación de Kalum, donde en un principio pensé que lo encontraría durmiendo, pero estaba despierto, contra toda predicción.

Estaba recostado en su cama con uno de esos libros viejos que solía prestar de la pequeña biblioteca del señor Bieleck.
Apartó la vista de sus páginas y me miró.

Me acerqué con media sonrisa.
Era incómodo aún cuando pretendíamos habernos olvidado de la gran pelea que tuvimos 2 semanas atrás, pero ninguno de los dos habló de ello.
Me senté en la orilla de la cama y él volvió los ojos a su libro.

—¿Comerás?

—¿Es pescado?— adivinó, pues el aroma había llegado hasta en los más pequeños rincones de esa casa.

—¿Qué más?— reí.

Soliamos comerlo mucho, porque los Bieleck eran buenos amigos de un hombre que era dueño de un restaurante de comida marina en el centro y él solía surtirlos de pescado y mariscos al menos una vez a la quincena como una acción solidaria.
Estaba segura de que los Bieleck también hacían favores privados por ese hombre, pero nadie solía hablar del tema y nosotros no preguntábamos.

—Estoy harto del pescado.

—Esta vez lo hicimos a la plancha con vegetales.

—Vaya— resopló demostrando que eso no cambiaba en absoluto su desinterés.
Pero cerró el libro y lo apoyó en su pecho. Luego se frotó los ojos con los dedos de una mano y yo puse una mano en su brazo, frotando solo un poco.
Sabía que había una parte de mí que se sentía arrepentida y quería enmendarlo.
Kalum volvió a mirarme y dijo:

—Ya lo sé.

Fue como si mi repentino silencio me hubiera delatado o quizá tenía el talento de leerme la mente, cuando pensé en decirle "en verdad lo siento".

La chica bajo la farola |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora