N u e v e

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Un jueves por la tarde, mientras  regresaba del mercado, noté en el camino que un aleman había detenido a tres ciudadanos de mediana edad

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Un jueves por la tarde, mientras  regresaba del mercado, noté en el camino que un aleman había detenido a tres ciudadanos de mediana edad.
Dos hombres y una mujer.

Les ordenaba que sacudieran sus abrigos y le entregaran todo lo que llevaban de valor consigo.
Entre aquellas cosas que pude ver, le entregaban joyeria, relojes y una peineta de pedrería.
Se trataba de un asalto, pero con alguna escusa ridícula.

Los miré con la frente arrugada y los labios apretados. Tenia ganas de gritarle un improperio pero seguramente me ganaría un balazo, asi que no dije nada, seguí caminando y unos metros más adelante, otro alemán, revisaba a un hombre joven, pidiendole que se voltease los bolsillos de los pantalones y el abrigo.

—¿Hoy es día de asalto?— pensé  en voz alta, con la torpeza digna de alguien que está tan sorprendido y ofendido que las palabras salen solas de la boca.

Para suerte mía, aquel soldado no escuchó mi atrevida pregunta, pero si pudo darse cuenta que crucé por detras de él y casi tan pronto como pasaba de largo, sentí su mirada posarse en mí.
Tenia la fuerza de golpearme el cuerpo con los ojos y causar que el estomago se me arrugara.

—Vete— le escuche decirle al joven quien no dudo un segundo en devolver sus bolsillos a su lugar y se alejó a prisa.

Las botas del soldado mientras tanto me siguieron por una calle sin detenerse ni apresurarse para alcanzarme.

Tuve la intención de mirar atrás, pero me resistí las ganas.
En lugar de eso acrecente mis pasos en un esfuerzo por ir más rápido, pero entonces, el hombre me alcanzó y me detuvo con voz severa.

—¿Que llevas ahí?— me interrogó y aunque volví la vista sobre el hombro, demoré unos segundos mas en detenerme.
—Limones, patatas, queso y pan de gengibre— abrí la bolsa de papel para enseñarselo todo y él asomó la cabeza.
Era un hombre bastante alto, de melena cobriza y ojos celestes— ¿Tienes hambre?— me atreví a decir al mismo tiempo en que sacaba de la bolsa una patata.
Por supuesto que no tenia hambre, él seguramente hacia sus tres comidas diarias o más, pero era una manera de burlarme de él. Cosa que una persona en su sano juicio jamas haria.
—Gracias— respondió y me arrebato la patata.
Frunci el ceño.
—Deja la bolsa en el suelo y pon las manos en la pared— señaló.
—¿Qué?— pregunté confundida, algo sorprendida también por lo que estaba pidiéndome.
Eso no pintaba bien.

Miré a distancia la entrada del bar, estaba lo suficientemente cerca para poder verla, pero lo bastante lejos para que alguien pudiera verme a mi desde su interior.

—¡Que dejes la bolsa y pongas las manos en la pared!— demandó con voz mas fuerte, me arrebató la bolsa para arrojarla al suelo, donde toda la compra rodó calle abajo y luego, sujetandome del brazo me hizo dar la vuelta y me estrelló contra una pared.

Chillé contra voluntad propia. Habia salido ese sonido de mí sin pensarlo, como al pisar un juguete de goma.
Me quedé quieta y cerré los ojos, comenzaba a pensar que ese podia ser un lio grande, asi que necesitaba calmarme.

La chica bajo la farola |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora