En las calles de Nuremberg en Alemania, crecí como un pequeño escuálido en una casa de muros azules y rejas de madera astillada color café, en un barrio tan miserable como muchos de mi país. Corría la década de los años veinte, una de las peores en la historia de Alemania. Los adultos desempleados vagaban por las calles en busca de trabajo y los niños mendigaban por comida.
Mi padre era vendedor en una panadería en la que los escaparates, la mayor de las veces, estaban casi vacíos. Mi madre en cambio, era una sirvienta en casa de una familia de clase media. Lavaba los suelos, la ropa, preparaba la comida y cuidaba a los hijos de alguien más.
Yo mientras tanto, asistía al colegio con mi hermano Derek. Éramos dos hijos en una familia que apenas tenía lo necesario para subsistir, pero nuestra educación estaba antes que la comida, la ropa o cualquier otra cosa.
A mis padres no les importaba que tuviera que doblar los dedos de los pies al ponerme los zapatos, ni que las suelas estuvieran tan gastadas que el cemento de las calles me quemara en verano y me helara los huesos en invierno.Se sentían bastante satisfechos de saber que la educación que recibíamos labraría nuestro futuro, con un poco de esfuerzo, sacrificio y también suerte.
Esta suerte, que no provenía de nosotros, era por lo que rezábamos cada día. Pedíamos al cielo que la lucha entre el comunismo y el socialismo acabara pronto. Mi padre decía que si los comunistas llegaban al poder sería nuestra ruina.
Como si la ruina no fuera algo con lo que ya vivíamos, entonces, imaginaba que “la ruina” debía ser aún peor que todo eso.Al salir del colegio, con frecuencia mi hermano y yo cruzábamos por avenidas donde ocurrían violentas revueltas de personas que se manifestaban y policías que los masacraban con sus macanas y sus armas de fuego.
Entonces Derek abría su gabardina, me escondía por debajo de ella y cruzábamos corriendo entre la multitud frenética mientras él me repetía: «No mires, te daré una paliza si miras».Derek era cinco años mayor que yo y esa era su irónica manera de intentar protegerme de un escenario de violencia. Pero aunque nunca miraba, escuchaba bastante, ese barullo de gritos y de balazos permaneció en mi memoria a pesar de los años. Me persiguió como un monstruo entre mis pesadillas desde que cumplí los ocho. Porque aquel año, después de una temporada de lluvias, enfermé y falté al colegio por varios días, sabiendo que dejé a Derek a su suerte en ese peligroso rumbo a casa y entre el amotinamiento de personas en las calles de Nuremberg, mi hermano murió por una bala en medio de la revuelta callejera.
Lo que la muerte de mi hermano trajo a mi hogar, fueron años verdaderamente difíciles. Mamá cayó en una depresión tan profunda, como la que solamente una madre podría experimentar al perder un hijo.
Dejó de trabajar y entonces yo tuve que ayudar a papá en la panadería cada tarde después del colegio para apoyar en la economía de mi hogar.Viví en carne propia la crisis económica de mi país, el conflicto político y social del día a día y también soñé con un cambio. El cambio que el partido nacional socialista proponía.
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La chica bajo la farola |H.S|
Hayran KurguUna historia de amor entre un soldado Nazi y una judía. Inspirado en hechos reales de la segunda guerra mundial. [Fanfic de Harry Styles]