D i e c i o c h o

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Me quité las medias y Kalum me ayudó a limpiar las heridas en mis rodillas, aguardó mientras lavaba mi rostro y luego, como siempre, me animó a ser fuerte con cada una de sus palabras

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Me quité las medias y Kalum me ayudó a limpiar las heridas en mis rodillas, aguardó mientras lavaba mi rostro y luego, como siempre, me animó a ser fuerte con cada una de sus palabras.
Él siempre sabía que debía decir y como debía decirlo.
Me parecía que había incluso cierto arte en su boca cuando me motivaba a seguir adelante, a seguir cuidando mi vida y a no rendirme ante el régimen Nazi.

Cuando los clientes comenzaron a llegar tuve de nuevo una enorme repulsión por cada uno de ellos y no es que hubiera dejado de tenerla alguna vez, pero con el paso del tiempo solía mirarlos con expresión vacía, sin inmutarme, pretendiendo ser solo un fantasma.
Ahora en cambio, tan sólo pensaba en la posibilidad de derramar veneno para ratas en sus tazas de café.
Durante todo el día, uno a uno desfilaban haciendo ruido, se desplomaban en sus asientos y yo deseaba que las patas de las sillas cedieran para verlos caer como a un montón de idiotas.
Luego saldría de detrás de la barra con un cuchillo y les cortaría el cuello. Quería verlos rogar por sus malditas vidas, quería mirarlos a los ojos mientras se ahogaban con su propia sangre y decirles que era una judía, quería arrojar sus cuerpos entre las calles como ellos lo habían hecho con tantos hombres, mujeres y niños, quería encender fuego a sus cuerpos y gritar que ese país era mío, quería que desaparecieran, quería...
Harry.

Apareció de pronto por la puerta y por un breve segundo no le presté la atención debida. Apenas lo había mirado de reojo y no lo reconocí, tan solo me di cuenta que era otro alemán vestido de negro y las tripas me dieron vueltas hasta que al sentarse delante de la barra, volví los ojos y me di cuenta que era él... Harry.

No pude esconder la desilusión con que lo veía ahora. Era otro más y aunque quería convencerme de que él era diferente, sabía que tan solo lo sería hasta el día en que supiera que yo era una judía y me preguntaba si al descubrirlo sería capaz de golpearme como lo había hecho el otro de su calaña.

Me di la vuelta y desaparecí por un minuto en la trastienda.
Bebí un vaso de agua mientras Kalum lavaba la vajilla.
Me miró y me preguntó si estaba bien.

—Estaré bien cuando volvamos a casa— le dije y sin esperar nada más, regresé al lugar donde los alemanes bebían su última copa y disfrutaban de los bocadillos del día.

Ellos, que vivían como si no hubiera guerra, como si fuese solo otro día más entre amigos en un bar, dudaba que supieran lo que se sentía estar de mi lado.
Dudaba que alguno de ellos tuviera esa capacidad empática e incluso dudaba de Harry en ese momento.

—¿Qué te sirvo?— le pregunté sin mirarlo mientras limpiaba la barra con una franela.

—Agua— murmuró.

¿En verdad seguiría pagando por beber agua cuando podía conseguirla gratis en su maldita casa?
Suspiré sin decir nada y serví un vaso grande.
Lo coloqué entre él y yo y sus ojos verdes analizaban con mucha atención cada movimiento y expresión mía.

La chica bajo la farola |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora