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Samuel se quedó con Pawel y nosotros volvimos directo a la casa de los Bieleck. Kalum no me habló durante la cena y después subimos a nuestras habitaciones pasando llave a las puertas. La discusión que tuvimos era grave pero tenia la esperanza de que al siguiente día podríamos aclararlo. A no ser que él descubriera que esa noche me cite con el Nazi del que tanto me advirtió que me alejara y es posible que en cualquier otra circunstancia yo habría seguido su consejo, pero no esa ocasión.
La nota que deje en el costal, por un momento creí que se perdería, que saldría volando fuera de él sin que Harry la viera, pero no fue así y después de un rato de sentarme frente a la ventana como un fantasma en vela, vislumbre una figura solitaria avecinarse en la calle, apenas alumbrada por las luces de las farolas. Me puse de pie cómo un relámpago. Tenía el corazón en el pecho, endurecido como una roca. Tenía miedo. Aún no estaba segura si podía confiar ciegamente en él y las advertencias de Kalum retumbaban en mi cabeza mientras iba por las escaleras sigilosamente hasta la cocina.
Una vez ahí, salí por una puerta de madera blanca que lindaba con un pasillo exterior, en el costado de la casa. La oscuridad en ese pasillo era más densa que en la calle, porque no había nada que lo iluminará. Ni siquiera la luz de la luna alcanzaba ese espacio. Al otro lado del pasillo, comenzaba el diminuto jardín y las rejas negras que siempre se abrían a cualquiera con tan solo un suave empujón. Ahí ví la sombra de Harry Styles, que miraba la casa, buscando algún indicio de mí y su mirada por casualidad notó mi presencia a mitad del pasillo, entre sombras y silencio absoluto.
No pude moverme y tampoco fue necesario. Él, abrió la reja con cuidado, después de asegurarse de que en esa calle nadie lo veía y rápidamente se unió conmigo a esas sombras.
El estómago se me encogió por una mezcla de sensaciones en las que predominaba el miedo y la impaciencia. Dos sentimientos que a pesar de ser tan diferentes se encontraban esa noche. Tal como el soldado Nazi y yo.
Retrocedí un poco a medida que le veía acercarse por el pasillo y cuando se detuvo delante de mí, las palabras se escaparon de mi boca.
—No puedo creer que esté haciendo esto— suspiré.
—Vi tu nota— dijo él, cómo si no hubiera escuchado mi frase anterior y también como si no fuera claro que la vio. Después de todo estaba ahí, tal como se lo pedí. El problema era que ahora ya no sabía que debía decir.
—Queria preguntarte algunas cosas— murmuré y él asintió.
—Dime.
—¿Por qué hiciste todo eso? Kalum se ha vuelto loco, está seguro de que estás tendiendonos una trampa.
—¿Una trampa? No, esto no es una trampa. No tengo razones para hacer eso.
—¿Y cuáles son las razones por las que ayudaste al niño judío? Pensé que dijiste que te era imposible ayudarlos.
