Cuarenta y tres

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Bajo la penumbra de una noche sin estrellas sus labios me tomaron imponentes, como si aquel beso fuera un esfuerzo por callar cualquier palabra y esconder cualquier expresión

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Bajo la penumbra de una noche sin estrellas sus labios me tomaron imponentes, como si aquel beso fuera un esfuerzo por callar cualquier palabra y esconder cualquier expresión.
Había notado esa peculiaridad en su conducta durante las últimas horas y sumado al hecho de que en los últimos días me habló poco, creí que estaba tratando de evadirme.
Una preocupación que en realidad no me aquejó lo suficiente, en especial por la manera en que estaba besándome.
Era imposible creer que él no quería estar ahí.
A las puertas del bar, escondida a medias bajo su abrigo y protegida entre sus brazos, me sentí con el valor suficiente para corresponder a ese beso ferviente, sin prestar atención a la gente que salía cada determinado rato por la puerta del bar.
Me sentí cobijada por las sombras en una remota esquina, cubierta por el cuerpo de Harry que me aprisionaba contra la pared y confié en qué mi rostro sería irreconocible mientras estuviera tan cerca del suyo.
Incluso, por un momento, creí que podría olvidarme de que seguíamos en guerra.
Imaginé que estaba en otro espacio, en otro tiempo, en una realidad completamente distinta.
Nosotros solo seríamos un par de enamorados que se besan al final de la noche y nadie tendría por qué entrometerse.
Solo un par de veces giré la cabeza cuando escuché la puerta del establecimiento abrirse para dejar entrar o salir a sus clientes, pero ambas veces Harry, me sostuvo por el mentón y me volvió hacia su boca mientras decía:
—Estas segura conmigo.

Me sentí estarlo y deslicé las manos por su pecho, cuesta arriba hasta su nuca y a su cabello, dónde mis dedos se enredaron entre sus mechones castaños y abrí la boca con un gemido para darle paso a su lengua.
Había enloquecido.

Luego de un tiempo, me llevó hacia su auto, pero no quería volver a casa aún. La noche era joven y nosotros estábamos deseosos de seguir compartiendo nuestro espacio personal.
Así que condujo hasta un callejón estrecho a una calles de los Bielek y ahí, nos deslizamos cómo espíritus hasta el asiento posterior, dónde perdimos lo que nos restaba de cordura y la ropa que usábamos se volvió un revoltijo sobre nuestros cuerpos.
Apenas lo suficiente para poder ceder a ese acto sexual, pero sin vernos por completo desnudos dentro del vehículo.
Harry tenía abiertos los pantalones, apenas corridos abajo y mi vestido tenía los botones abiertos en la zona de mi pecho, las copas del sostén bajo mis senos, las bragas extraviadas en el suelo y mi faldón envuelto en la cintura para darle oportunidad a él de perderse en mis adentros.
Primero fue su lengua, que por largos minutos lamió incansable y alocada, mientras sus manos sostenían el vestido por arriba de su cabeza y después fue su sexo, dándolo todo sin pudor.
Nuestra respiración acelerada había empañado los cristales y los gemidos eran lo bastante fuertes para repicar en todo ese interior, pero no lo suficiente para ser escuchados por fuera.
Una de mis piernas se aferraba con fuerza a su cadera y la otra se erguía a lo alto, dónde mi zapato desajustado apenas colgaba de la punta de mis dedos, que a su vez tocaba el techo negro.
En esa posición me sentí erótica y entre gemidos le pedía seguir mucho más.
Lo hizo sin responder con palabras.
Nuestros besos se rindieron al final.
Yo, porque estaba demasiado acelerada y buscaba aire tirando la cabeza hacia un lado. Él, porque tenía el rostro oculto en mi cuello y sus gemidos se habían vuelto extraños gruñidos guturales que lentamente se fueron apagando al llegar al clímax conmigo.
No dije nada, tan solo me quedé ahí, sintiendo los latidos acelerados de su corazón contra mi pecho.
Se quedó por encima de mí, con un brazo alrededor de mi cintura sujetándose con fuerza y susurró:

La chica bajo la farola |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora