V e i n t i c u a t r o

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Suaves besos en mi piel, su respiración en mi cuello

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Suaves besos en mi piel, su respiración en mi cuello. Creí que no resistiría cuando se sentó sobre mi regazo y yo apoyé la espalda en la cabecera de la cama mientras trataba de mantenerme en completo silencio.
Nos moviamos con cuidado, pero estabamos excitados así que resultaba difícil contenernos del todo.

—Shh— dijo suavemente cerca de mis labios cuando le regalé otro gemido.
Me gustaba como se sentía de esa forma, su cuerpo húmedo y tibio, haciendo presión contra el mío.

Tomé su rostro entre mis manos y la besé.
Luego, comenzó a moverse por encima de mí y hacia pequeños ruidos con la boca, sigilosos jadeos cada vez que subía y bajaba.

Sus manos se deslizaron por mi cabello, sus dedos traían magia en ellos. Sus yemas eran electricidad, pero también una caricia, cálida y reconfortante. Quería quedarme ahí toda la noche.

Se lo dije en secreto, un susurro a su oído y ella tan solo seguía moviéndose con la respiración agitada.
Sujeté su cintura entre mis manos y ella tiró la cabeza atrás, trataba de controlar el placer que se sernia en su cuerpo y explotaba como una bomba de sensaciones por cada rincón.
Yo también lo estaba experimentando.
Besé su cuello mientras su cabeza daba vueltas y luego se columpiaba de un lado y de otro como si estuviera mareada.
Su cabello largo y perfumado iba y venía y por momentos, tocaba mi rostro.
Eso me gustaba.
Respiré hondo cuando sus mechones pasaron sobre mis mejillas y mi nariz y luego sus labios me atraparon de nuevo.

La besé con locura, deseándola como nunca había deseado a alguien y volví a girar.
Ansioso y caliente, la recosté bajo mi cuerpo y me hundí en ella repetidas veces sin apartarme de su boca, para permitirle esconder entre mis labios la melodía de sus agudos gemidos.

—Mmm... Me gustas tanto— susurré sin querer parar pero sin atreverme a hacerle el amor con locura desenfrenada.
Trataba en todo momento de no alborotarme para evitar que acabasemos haciendo demasiado ruido.

Pasé ambos brazos por detrás de sus rodillas y levanté sus piernas hasta mis hombros. Amaba la textura de su piel, su calor contra mi cuello, me emocionaba tenerla de esa manera.
Trepé otro poco hasta tenerla a disposición mía y me moví con calma, dentro y fuera, frotando contra la humedad de su delicioso interior.
La chica se mordió los labios para reprimirse cualquier expresión, cualquier sonido, aunque fuera el más mínimo.
Dentro de mi estaba un poco inconforme con eso, porque quería escucharla, pero no era algo que pudiéramos disfrutar con plenitud en ese momento.
De cerca a sus labios se lo dije.

—Quisiera poder escucharte, mi amor. Quisiera que me lo pidieras a gritos— me atreví a decir lo que pensaba, tal como lo había pensado.
Ella sonrió y de su boca salió una enternecedora risita.

—¿Que cosas dices?— preguntó en voz baja.

Le regalé un beso más en sus labios y empujé mis caderas contra ella, frotando luego en círculos al sentirme tan cerca de la liberación.
Podía darme cuenta que también Nicola lo disfrutaba a ese grado.
Curvaba su espalda y empujaba también su cuerpo ansiosa por sentir lo mismo.
Volví a besarla y atrapé una exclamación pequeña, discreta.
Calientita y traviesa, se dejó llevar. Sus ojos en blanco y sus labios húmedos y enrojecidos. Su cabello alborotado pero majestuoso, su cuerpo pálido, vibrante, cubierto por sudor que brillaba bajo las luces que zurcaban desde la calle y por la ventana.

La chica bajo la farola |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora