S e i s

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Después de aquel tormentoso encuentro en el bosque con el alemán de uniforme negro, me prometí a mí misma que jamás volvería a ese lugar pues sabía que él podía intentar buscarme

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Después de aquel tormentoso encuentro en el bosque con el alemán de uniforme negro, me prometí a mí misma que jamás volvería a ese lugar pues sabía que él podía intentar buscarme.

Sin necesidad de que revelara sus intenciones, supe con certeza que estaba interesado en mí, pero eso dejó de sorprenderme con el pasar de los días cuando descubrí que yo no era la única mujer en esa ciudad a quien un Nazi trataba de seducir.
Los rumores decían que varias mujeres se citaban con los soldados en los bosques o en las casas que ellos habitaban.
Aunque no era algo que ellas presumieran, por supuesto. El contacto con el enemigo estaba muy mal visto por la sociedad polaca. Aquellos que lo hicieran, eran juzgados como traidores. Pero estas mujeres ofrecían su compañía a cambio de seguridad, cupones de comida o cualquier otro favor.

Así que a pesar de lo repugnante que lo consideraba, sentí lástima por ellas y no planeaba hacer lo mismo, aunque eso significara que no podría seguir visitando el bosque Wolski al menos por un tiempo.
Ahora, cuando tenía un momento libre, me quedaba en casa y por ese motivo odiaba con fuerzas al soldado que provocó que el único lugar que me hacía sentir viva, ya no fuera el más seguro para mí.

Pasaron los días. La temporada de intenso calor que causaba que los judíos se desplomaran de deshidratación en la plaza principal mientras realizaban los trabajos forzados, estaba llegando a su fin, pero esto no garantizaba que el tormento se iría.
Por el contrario, el frío algunas veces podía ser aún menos benevolente que el verano más caluroso.

Durante octubre, el viento comenzó a soplar cada vez más gélido en cada amanecer y la gente se advertía que era tiempo de cuidar provisiones para el invierno.

El señor Bieleck nos contó a Kalum y a mí que durante el primer invierno de la ocupación, la ciudad se quedó sin leña y carbón para sus fogatas y desde entonces, cuando se repetía el tormento, muchos quemaban la madera de sus muebles para avivar el fuego en los días más crudos.
Eso comenzó a preocuparme.
La idea de morir de frío me saltó una mañana mientras revisaba el ático de los Bieleck. Ahí encontré una pequeña bolsa de carbón con la que debíamos enfrentarnos al invierno que se acercaba y me daba cuenta de que no sería suficiente.

Estaba preocupada porque conocía la agobiante sensación de muerte que puede provocar el frío. Lo había vivido en carne propia durante mi vida en el gueto, cuando en cada invierno no teníamos fuego ni ropa abrigadora para protegernos.
La guerra nos tenía a todos en la miseria. Sin importar si eras judío o no, todos sufríamos lo mismo.

Estaba negada pues, a darme por vencida. Registre el ático en busca de carbón, dando vuelta a las cajas y cajones y baúles y maletas, pero ahí no había nada, excepto viejos objetos, algunas cartas y una pequeño estuche negro con un seguro roto, el cual puede abrir por esta razón sin necesidad de una llave.
Adentro encontré un arma de bolsillo y una caja de balas que observé con incredulidad.

«Seguramente esta cosa no sirve» pensé, pero de cualquier forma la llevé a mi alcoba donde me encontré con Kalum leyendo un libro de misterio de la señora Bieleck.

La chica bajo la farola |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora