T r e i n t a y u n o

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En Marzo aparecen finalmente en Cracovia las primeras luces de la primavera

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En Marzo aparecen finalmente en Cracovia las primeras luces de la primavera.
Durante este mes el viento sopla cálido un día y al siguiente, el frío azota furioso y vuelve a tomar posesión de la ciudad.
Es cuando ocurre la lucha entre el invierno y la primavera y en las calles se forman caminos de agua que se llevan por completo la nieve a medida que las semanas pasan.
Cada mañana escucho el agua correr por las aceras y gotear en mi ventana.
Lentamente el invierno muere y puedo verme a través de su lucha y de su agonía.
Pese a todos sus esfuerzos por quedarse, la primavera se hace dueña de nosotros, al igual que lo hicieron los alemanes.
Es así como me doy cuenta de que aunque nuestras vidas se detuvieron varios años atrás, el mundo sigue su curso y la naturaleza pelea sus propias batallas.

«Soy como el invierno» escribí en una carta que envié a Harry dos días atrás. «Soy como la nieve y las tormentas frías, que azotan furiosas al principio pero cada vez la fuerza se me acaba y pronto seré como el agua que corre por la acera, hasta perderse en el desagüe.»

Pero aunque la partida del invierno me recordaba todo lo que había perdido, no podría decir que me provocaba tristeza. Cracovia tenía un color distinto y el calor del sol me robaba sonrisas de vez en cuando y me invitaba a ponerme un vestido celeste que combine con los cielos despejados.

Salté los dos escalones del pórtico y caí sobre un charco en el camino que separaba el escueto jardín. Luego volví a hacerlo al divisar otro charco más al otro lado de la reja, salpicando a Kalum que se quejó con un gruñido.

-Basta de hacer eso.

Yo reí.

-No te enfades, siente el calor del sol, piensa en toda la gente que ya no tendrá frío.

-Si, ahora sudaran hasta deshidratarse.

Borre la sonrisa. Sus palabras fueron como un fuerte azote que me hicieron darme cuenta de que no había nada por lo que celebrar ni sentirse feliz. Seguíamos en guerra y ni siquiera la primavera podía salvarnos de eso.

-Tienes razón- susurré y caminé de largo.
Él a mi lado, anduvo en silencio hasta que llegamos al primer cruce y deslizó suavemente su mano a la mía.

-No, perdóname- dijo- fue una estupidez eso que dije, nada de esto es culpa tuya y tienes todo el derecho de sentir felicidad por el sol. Tendría que ser un hijo de puta para impedirte sentir felicidad, incluso ahora.

-No importa, no estoy feliz de todos modos- aclaré con vergüenza.
Me parecía inhumano decir en voz alta que lo estaba, porque sería injusto para todos los demás.

-Pues yo si lo estoy- replicó.

-Si claro, pareces todo menos feliz.

-Cállate, no me vas a decir tú qué es lo que parezco, estoy feliz y punto- soltó mi mano para tomar una florecita amarilla que se asomaba de un arbusto en el jardín de una casa.
Se la colocó en el filo del bolsillo de su camisa y me sonrió.
Yo apreté los labios para tratar de moderar mi sonrisa.

La chica bajo la farola |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora