1: No Se Puede Volver Atrás

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El sol brilla en lo más alto del cielo al mediodía. El verano estaba llegando a su fin y con él, nuestros dos meses retirados del mundo. Ninguno había vuelto a ser el mismo después de esos oscuros días y ciertamente jamás podríamos volver atrás. Era tarde para eso.

Cierro los ojos, sintiendo el viento soplar en mi rostro, escucho las copas de los árboles balancearse y el suave murmullo de las hojas en sus copas. El arma se mantiene pegada a mi pecho mientras me escondo detrás del tronco.

Oigo sus pasos, suaves, sigilosos.

Sonrío para mis adentros. Lo tengo.

Salgo de mi escondite en un rápido movimiento y presiono el gatillo de mi arma contra Nathan, este grita mientras el chorro de agua sale disparado contra su cara a toda presión. No se queda inmóvil, dispara contra mí con su pistola de agua.

Grito, el arma cae de mis manos e intento cubrir mi cara.

—¡Basta! —exclamo riendo— ¡Me entró a la nariz!

—¡¿Qué dices?! —dice Nathan, burlándose.

Me levanta del suelo con uno de sus brazos y sé que he perdido el juego en cuanto corre a toda velocidad y se lanza hacia la piscina, llevándome con él.

Abro los ojos bajo el agua y lo veo nadar hacia la superficie, saco mi cabeza de debajo del agua solo para encontrarme a Kian apuntando contra mí.

Elevo los brazos, en señal de rendición.

—Ya perdí, hermano —digo—, no dispares.

Los veo a todos jugar como si aún fuesen niños, como si esa parte de ellos pese a los años siguiese tan viva como los días en los que sus células aún envejecían.

Que buen momento para estar viva.

Salgo del agua, mi camiseta se levanta y en el reflejo de las mamparas que guían al interior de la casa veo mi reflejo y la cicatriz en medio de mi vientre. Me cubro como reflejo.

Volver a la vida después de haber sido casi partida por la mitad por la energía de cientos de galaxias tuvo su costo y ese precio a pagar lo veo todos los días frente al espejo.

—Almuerzo listo, dejen gritar ahora —dice la madre de los Clark, desde la entrada.

No repite dos veces pues todos salen corriendo cual estampida de mamuts hacia el interior de la casa, mojando todo a su paso.

—Alex —me llama ella.

—¿Teressa?

—Tu padre está aquí —dice, elevando una ceja.

Uy.

Cierro los ojos con fuerza y entro a la casa envuelta en una toalla. Mi padre está parado en medio de la sala de los Clark con los brazos cruzados. Sus ojos grises me observan con severidad.

Bueno, quizá, solo quizá dije una que otra mentirilla. Sonrío con inocencia.

—Hola, papá —saludo con alegría.

—¿Estudiando para el primer día de clases? —pregunta, elevando una ceja.

—¿Lo siento? —digo, dudosa.

Morgan, el padre de los cuatro muchachos pasa por nuestro lado.

—¿Y enserio le creíste, Atria?—cuestiona, con una risa, dirigiéndose al comedor.

Mi padre eleva ambas cejas.

—No me culpen, es como volver a ser papá —murmura, siguiendo al señor Clark.

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