25: El Dragón y Su Hija

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Nathan estaciona la Jeep en la calle frente al café en el que acordé verme con mi padre. Observo el establecimiento desde la ventana. Resoplo. Es tarde para salir corriendo.

—Ve —dice él—, estaré aquí esperando ¿Preferirías que escuchara todo por si las dudas?

—Adelante, si quieres grábalo —bromeo.

Me quito el cinturón de seguridad y abro la puerta del coche.

—Espera —me detiene.

—¿Olvidé algo? —pregunto.

Niega con la cabeza, estirándose sobre el asiento y dejando un casto beso sobre mis labios. Sonrío como una tonta.

—Creo que ya no olvidas nada —sonríe, coqueto.

Sin saber cómo responder con palabras salgo disparada hacia el otro lado de la calle. Me planto frente a la puerta de cristal y observo el cartel que indica que se encuentran atendiendo. El hormigueo se expande de la punta de mis dedos a todas mis extremidades y de pronto se siente como si no hubiese gravedad, como si mi cuerpo flotase por su cuenta hacia el interior del café.

Mis manos tiemblan, mis piernas flaquean, cierro los ojos y tomo un respiro profundo.

Es como si fuese a conocer a una persona, no un reencuentro.

Observo el interior, los suelos de baldosas en blanco y negro, el mostrador de madera y las pizarras decoradas. Está casi vacío, pocas personas se encuentran comiendo, al fondo, mirando hacia una ventana veo a un hombre solitario, espalda ancha y musculoso.

Mi corazón se detiene, para y muero por un segundo.

Dudo en acercarme, mis pies se quedan incrustados a las baldosas. Su rostro gira y sus ojos por casualidad llegan a mí.

Su cabello oscuro tiene canas a día de hoy, una escasa barba aporta una apariencia mucho más adulta a su rostro y sus ojos grises siguen siendo los mismos que eran hacía años.

En silencio me acerco a él, teniendo una imagen cada vez más detallada de él, de pie frente a su mesa él esboza una sonrisa casi tímida antes de levantarse con mirada perdida.

—¿Alex? —me ve, como a un fantasma.

Guardo silencio, solo atino a asentir.

Es irreal, verlo aquí frente a mí. Es difícil entender lo que siento, como ordenarlo y explicarlo. Solo lo observo, como si intentase aferrarme a algo, intentando volver el tiempo y ver a su versión del día que desapareció de mi vida por siempre.

Se queda frente a mí, dudando si establecer contacto.

Me siento en una silla, antes de poder avanzar, él me imita.

—Hola —digo, finalmente.

—Hola —responde—. No estaba preparado... Digo, los años han pasado pero no esperaba verte tan grande.

—Once años —digo.

—¿Uh?

—Once años desde que te fuiste —aclaro. Él baja la mirada—. Tú también te ves distinto.

—Más viejo —agrega con una leve sonrisa.

—Supongo que los Rhaegs pueden envejecer mucho en once años —suelto, elevando una ceja.

Lo que digo lo toma por sorpresa. Supongo que no esperaba que yo supiese algo aún, lo cual me lleva a pensar en si alguna vez pensaron en decírmelo.

—¿Qué sabes de eso? —pregunta.

—No demasiado —respondo—, solo he oído leyendas y he aprendido por mi cuenta... pero no vine exactamente por eso ¿Por qué estoy aquí?

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