18: Enfrentamiento

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Arrastro mis botas despacio sobre las ramas y la fina capa de nieve que las cubre, llevo el Athyo dentro de mi mochila. Mi corazón late con fuerza dentro de mi pecho mientras me acerco cada vez más hacia el lugar. Veo a Bianca, parada sola justo en el centro de mi campo de visión, sus ojos azules estudian cada uno de mis movimientos.

Veo con disimulo a mi alrededor, intentando ver rastro de alguno de sus secuaces.

Me detengo.

—Si viniste —dice, algo sorprendida.

—No te tengo miedo —respondo.

Los ojos electrizantes de Bianca resaltan entre la nieve, como dos faroles en la neblina, pestañea lentamente y a través de la neblina veo un amago de sonrisa en sus labios.

—Podrías estar con nosotros —sugiere, sin dejar de analizarme con la mirada.

—¿Por qué querría estar con ustedes? —escupo— Están dementes.

—¿Nosotros? —pregunta— Dime... ¿Qué hay de distinto entre tu venganza y la mía? ¿Qué hacía a tu madre más valiosa que mi padre? Ambas estamos detrás de lo mismo, pero entiendo que no quieras abandonar a tu grupo.

—Jamás lo haría.

—¿Por qué? ¿Porque ahora son buenos? —cuestiona— ¿Porque ya te contaron sus historias tristes que esperan que puedan justificar los millares de cadáveres que cargan a sus espaldas? Mírame, recuerda porqué estoy aquí ¡Es por ellos! ¡Jamás van a poder lavar la sangre de sus manos?

—¿Y tú? ¿Tú vas a poder con toda la sangre?

—Es el precio a pagar por la justicia —responde, firme—, es el mismo precio que tú quieres pagar por vengar a tu madre.

—No soy como tú —niego.

—No, definitivamente no eres como yo —afirma— ¿Qué los hace buenos a ustedes? ¿Haberle quitado su familia a un hombre que lo perdió todo? ¿Haber dejado a una mujer sola por el resto de la eternidad?

No voy a seguir escuchando esto.

—Mi padre —exijo— ¿Dónde está?

—Cuando se aburran de ti y ya no les sirvas pensarás en lo que te dije —me ve con lástima—, bueno, en el hipotético caso de que se me ocurra dejarlos con vida.

—Mi padre.

—Tranquila, ahora mismo te lo regresamos —responde, calmada.

Ve sobre su hombro y hace una seña. Sabía no estaba sola, no vendría sin compañía. De entre los pinos que nos rodean, escarchados de nieve veo a Xavier emerger. Con los ojos fijos en mí, como un depredador observando a su presa esperando el momento de debilidad para encajar sus colmillos.

Remuevo las botas sobre la nieve ya endurecida.

—¿Nerviosa? —cuestiona Bianca, no respondo.

Mi padre viene detrás de Xavier, sus manos esposadas, arrastrándose sobre la nieve mientras Xavier tira de él con una cadena, no logro detallar su estado solo sé que está débil. Me muerdo la lengua y endurezco mi cuerpo, luchando conmigo misma para no ir contra todos ellos.

—Ah, ah —me detiene, antes de que pueda avanzar—. Enséñamelo.

En silencio, abro la mochila y saco el Athyo, ella toma un paso adelante.

—Claro que no —niego, alejándolo—, dame a mi padre y yo te doy el cubo.

Ella sonríe.

—No.

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