8: Los Soldados Fantasma

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Nathan conduce su Jeep a toda velocidad por la carretera que conduce hacia las afueras de la ciudad. Los autos tocan sus bocinas hacia nosotros, en lo que vamos de recorrida ya hemos recibido diez gritos y veinte señales groseras. Todo un récord.

El walkie-talkie que Siva me dio comienza a sonar.

—Estamos a diez metros, encontramos algo.

¿Qué han encontrado? pregunto.

—¿Te importaría decir cambio cuando termines de hablar? cambio...

Pongo los ojos en blanco.

¿Que han encontrado? repito, cambio.

—Vengan, necesitan verlo con sus propios ojos.

—¡Es aquí! —exclamo al ver el auto de los Harrison estacionado.

Nathan frena y todos bajamos de la Jeep, yendo al encuentro de los demás, quienes aguardan arremolinados en una orilla de la carretera.

—¿Qué es eso? —pregunto abriéndome paso entre ellos.

Es una prenda, no logro distinguir cual. Está sucia, arrugada y manchada de sustancias desconocidas.

—Huele mal —se queja James—, pero distingo su sangre.

Nos miramos entre todos como un reflejo.

—¿Cómo saben que es de él? —pregunto agachándome junto a la prenda.

—Se la regalamos por su cumpleaños pasado —dice Siva—, es suya.

—Tiene su sangre y está tirada lejos de la cuidad —Jade se cruza de brazos, al borde del llanto—, lleva cinco días desaparecido ¿Aún podemos creer que sigue vivo?

Siva la abraza.

—Él está bien —asegura—, pero debe estar herido.

—Caleb, ponlo en una bolsa y mételo en tu auto, es mejor que la policía no se meta en esto —le dice James.

—Es tu familia, cárgalo tú —declina levantando la prenda entre sus dedos.

Mi móvil vibra en mi bolsillo trasero.

Veo de quién es la llamada, es de un número desconocido.

Me alejo de los chicos y me pongo el móvil al oído.

—¿Hola?

No hay respuesta.

—¿Quién es?

—Qué divertido es cuando te toca reclamar lo tuyo ¿no? —dicen antes de cortar la llamada.

Me quedo helada con el móvil en el oído. Llamo al mismo número pero nadie me contesta, vuelvo a llamar pero está apagado.

—¿Quién era? —pregunta Wes al ver mi expresión que seguro debe ser de horror.

—Era... no lo sé.

No puedo hablar, me detengo a pensar quién podría haber llamado y solo encuentro una respuesta a la pregunta.

Troye me arrebata el teléfono e intenta marcar al número que me llamó anteriormente. No contestan, pero vuelve a insistir.

Me devuelve el teléfono.

—Es Bianca y su hermanito —asegura—, no hay más respuesta que esa.

Jade salta en su lugar, sus cejas rubias fruncidas en una expresión colérica y labios fruncidos intentando silenciarse a sí mismos.

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