Extra 3

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Dos años después... (J:32 / E: 33 / A: 5)


La pequeña de rizos estaba parada tras su padre, quien estaba sentado en la alfombra con una sonrisa.

Atenea estaba feliz porque el rizado no tenía que ir a trabajar ya que era fin de semana y para hacer más feliz a la pequeña dejo que peinara sus rizos.

—Listo, papi— dijo con una sonrisa al terminar de hacer un intento de trenza.

—Gracias, cachorra.

—Son mil dólares— comentó la alfa estirando su mano hacia su padre, quien ya había estallado en carcajadas.

—Es en serio— dijo la pequeña con su ceño fruncido.

—¡Joaco, tu hija me quiere cobrar mil dólares por peinar mi cabello!

El castaño rápidamente fue hacia la habitación de Atenea y rio al ver en la situación que se encontraban; Emilio estaba sentado mirando a su cachorra, la cual estaba parada, tenía su ceño fruncido y mano estirada hacia él.

—Papi, papá no me quiere pagar por mi trabajo— se quejó con un puchero.

El rizado sacó su billetera y le tendió un billete de 20, la pequeña no sabía de dinero así que fue feliz a guardarlo.

—Acabas de estafar a tu hija, alfa— rio pasando sus manos por el cuello del mayor.

—Ella me iba a estafar primero— se defendió con sus manos en la cadera del castaño

Atenea se acercó a sus padres y sonrió mostrando sus hoyuelos a la vez que estiraba sus brazos hacia su papi.

—¿Papi puedo llamar a Abu? — preguntó recargando su mejilla en el hombro del castaño una vez la alzó.

—Claro, dame unos minutos ¿sí? — besó la mejilla de la pequeña.

Tomó su celular y marcó el número de su madre, le entregó el teléfono a la alfa y ella se bajó de los brazos del castaño para ir a dar vueltas por la sala mientras hablaba.

—¿Joaco? — dijo Eli al contestar.

—¡Abu!

—Hola, preciosa. ¿Cómo estás? — preguntó con una sonrisa, le llenaba el corazón de alegría que su nieta la llamara.

—Bien. ¿y tú, abu?

—Muy bien gracias a tu llamada. ¿Cómo están tus padres, princesa?

La pequeña dirigió su mirada hacia el pasillo en donde estaban sus padres besándose con cariño.

—Se están besando— respondió lanzándose al sofá.

—Dios— suspiró.

—¿Qué haces, abu? — preguntó balanceando sus piecitos en el aire.

—Iba a preparar un rico pastel para llevárselo a la alfita más linda de todas.

—¿Para mí? — preguntó con ilusión y una sonrisa.

—¿Eres la alfita más linda de todas?

—¡Claramente si! — rio.

—¿Sabes quién está conmigo ahora? — preguntó llamando la atención de la cachorra

—¿Quien?

—La tía Ren.

—¿Puedo hablar con tía Ren?

La omega le dijo que, si y luego le paso el celular a su hija, explicando que era Atenea.

—¡Hola, princesa!

—¡Hola!

—Tu, pequeña alfa no me has venido a visitar. ¿Cuál es tu excusa?

—Perdón, papá dice que tengo que ir a clases cinco días a la semana ¿puedes creerlo? y el fin de semana terminar mis ter...tareas— bufó recostándose en el sofá.

—Tu papá está loco. ¿Qué te parece si te voy a buscar y te traigo para acá? — preguntó provocando que los ojitos de la menor se iluminaran.

—¡Si!


(...)


En cuanto Atenea puso un piecito fuera de la casa, el castaño se lanzó a los brazos de su alfa. El rizado lo atrapó entre sus brazos, haciendo que el castaño enrollara sus piernas en la cadera del mayor.

Ambos se besaron con cierta lujuria. Muy pocas veces lograban tener momentos íntimos ya que su pequeña cachorra estaba todo el día tras ellos.

Aunque un torpe Emilio chocó con una estantería, en donde se encontraban los dulces y galletas de Atenea. Ambos cayeron al piso, haciendo que de la estantería se cayeran algunos dulces sobre sus cabezas.

Joaquín comenzó a reír y se levantó del cuerpo del rizado, el cual por instinto en el momento que cayeron rodeó al castaño con sus brazos para amortiguar la caída.

—¿Te lastimaste, precioso? — preguntó preocupado acercándose el castaño para examinar con su mirada algo que indicara un golpe.

—Torpe alfa— rio el menor estirando su mano para alcanzar una paleta de caramelo, la cual había caído sobre los rizos del mayor.

Alfa y omega rieron.

El menor le quitó la envoltura al dulce y la metió en su boca, normalmente la pequeña alfa cuidaba con su vida ese estante porque eran sus dulces.

Emilio sonrió y tomó al castaño por la cintura atrayéndolo hacia él.

El omega quitó el dulce de su boca para besar los labios de su lindo alfa.

—Sabes dulce— murmuró el rizado relamiendo sus labios.

—¿Cómo nuestro amor?

—Como nuestro dulce amor— afirmó abrazando al castaño.
















Oficialmente doy por terminada esta historia. 

Sweet Love |Emiliaco|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora