Capítulo 31

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Zoé.

Dios, casi me arrepiento de haberme puesto esta falda... Dije casi.

Me siento fuera de lugar (un poco). No tanto como me imaginaba, por la primera vez que me probé este atuendo en el centro comercial, pero aún no me acostumbro a mi nueva figura o la forma en la que todos los deportistas están poniendo sus ojos en mí.

– Hola, Zoé –me saluda un muchacho que no conozco.

– Hola. –Pero, aun así, soy cortes en responder su saludo.

– Hola –me saludan los mellizos Murphy al unísono.

– ¿Qué onda?

– Hola, Zoé.

– Hola.

– Zoé Mendoza, ¡qué onda! –dijo un tipo, con perforaciones en las cejas y lengua.

– Hola. –Y le sonrío con nerviosismo.

Me sorprende que ahora todos conozcan mi nombre y apellido, cuando antes nadie se atrevía a mencionar salvo mi sobrenombre de secundaria. Ahora todos me miran a la cara, cuando antes mis barros en la frente y frenos: asqueaban a medio pueblo, y a todos los chicos de mi generación. Es como si de repente, todos hubieran olvidado a la chica que era antes de que mi transformación comenzara.

Me dan un vaso rojo, y de contenido extraño en la mano. Lo acepto, pero no bebo de él. No quiero emborracharme hoy, a pesar de que todo apunte a que deba ponerme hasta la coronilla, no debería hacerlo. Además, así es como violan a las chicas hoy en día, no soy idiota.

Cuando nadie más me mira (cosa que agradezco), derramo el alcohol de mi vaso en una maceta del ante comedor. Hago de cuentas que jamás pasó, y me dirijo al patio trasero, en donde la mayoría de los chicos, están más o menos decentes.

Encuentro a Rocket, y a su novia. Los visualizo. Kate está sentada en su regazo, mientras le come la boca a su chico, cerca de la piscina. Se sonríen entre beso y beso, como si sus mentes estuvieran conectadas a pesar del bullicio y la farfulla de la fiesta. Me percato de que algunos chicos de la escuela nadan desnudos, y, aunque mis mejillas enrojecen a velocidad de guepardo, no permito que la imagen se filtre en mi cerebro. Bueno, un poquito.

– Hola, ojos bonitos –dice una voz, con acento de Transilvania, a mis espaldas.

Me volteo, y me encuentro con el amigable rostro de Oscar, mi amigo de Geografía. Mi semi cómplice.

– Hola –le sonrío. Y su sonrisa se ensancha.

Nos abrazamos. No sé por qué, pero me apetece abrazarlo. Por suerte, no me toma de a loca, y me estrecha con la misma atmósfera amigable que yo.

– ¿Cómo estas? –le pregunto cuando me separo de él.

– Bien –responde, pero no lo parece.

Hay algo en su expresión..., que me dice lo contrario. No sé qué es, pero no es ni bueno ni malo. Parece nervioso cuando me mira a los ojos, y baja la vista en segundos. Siento que acabo de intimidarlo, pero no sé cómo.

Ay, esto es un poco incómodo.

<<Ah, lo tengo.>>

– Oye, ¿cómo te fue con el maestro de Geografía? ¿Te dio alguna advertencia, o llamó a tus padres?

Me mira, y se ríe.

– No, no hizo nada de eso, descuida.

– Ah, pues qué bueno.

Ay, Dios... Al final no fue buen tema de conversación.

<<Ah, ya sé.>>

– ¿Qué tal la fiesta en la playa?

– Aburrida. Era lo mismo de siempre, alguien se emborracha y todos la graban haciendo alguna tarugada.

– ¿Ah...?

<<¿Te extraña que los adolescentes hagan tarugadas, amigo mío?>>.

¿Que no ha visto a su alrededor?

Vamos a empezar por apreciar a los desnudos. Y la extraña fascinación que muestran hacia sus cuerpos. Un tipo se cree el David de Miguel Ángel.

– ¡Oigan todos! –dijo el David–. ¡Vámonos a la playa! –anuncia, y todos gritan a su favor.

Por el rabillo del ojo, Oscar y yo observamos como los chicos y chicas de último año se quitan la ropa, mientras corren hacia la playa y se adentran en las olas. Ambos nos quedamos en silencio, y ponemos unas muecas súper curiosas en los labios, reprimiendo una carcajada que, al final, no aguantamos más. Nos echamos a reír como un par de posesos.

– ¿Con que haciendo tarugadas, eh? –me burlo y echo a reír nuevamente, cuando imito su acento.

– Bueno, te mentí –admite, entre risa y risa–. Esa no fue la razón por la que me fui.

– ¿Entonces por qué fue? –le pregunto.

Me mira con mucha intensidad, como si alguien estuviera haciendo una película sobre nosotros, o fuéramos parte de algún guion romántico.

– Porque no estabas ahí –responde, así sin más.

Hago acopio de todo mi autocontrol, para no poner la sonrisa más coqueta de la humanidad.

– ¿En serio?

– En serio –repite, y me sonríe con tanta paz y sinceridad.

Me sonrojo. No mucho, pero se nota por las luces alrededor de la piscina. Él también tiene las mejillas ligeramente sonrosadas, y ese toque expresivo en su pálida piel me hace sonreír, como niña con juguete nuevo.

Sin embargo, la magia de esta nube multicolor no dura lo suficiente, para animarnos a subir del escalón amistoso porque... el ruido de cristales estrellándose contra el pavimento alrededor de la piscina, desconecta nuestro contacto visual.

Giro la cabeza hacia el estrépito, y veo los cristales de la botella en el suelo. Partes de ellos caen dentro de la piscina, y se esparcen gracias al movimiento del agua.

<<¿Qué ha pasado?>>

– ¡Maldito, pigmeo! –brama un tipejo sin camiseta, pero sí con chaqueta de cuero.

¿Quién diablos se viste así?

Equivocada Decisión ✔️ [Parte 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora