Capítulo 33

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Zoé.

Lo tengo.

Como no conozco su nombre, y tampoco quiero conocerlo, decido llamarlo:

Jake... Jake. –Y en ningún momento, pierdo mi sonrisa de victoria.

Un chico con camisa de palmeras le dice que estoy detrás de su ancha y fibrosa espalda. El tipo con pelo de mofeta se voltea.

– ¿Me hablaste? –pregunta extrañado, por el usual apodo que le he dado.

– Sí, así es... Jake.

Se ríe por la nariz.

– Mi nombre es Jack.

– Ah, vaya noticia –digo, pero no entiende mi sarcástico mensaje–. ¿Sabes? Vengo de un pueblito, allá por Oaxaca, en donde las casas son de piedra, y la gente de pocas palabras.

– ¿Y...? –dice, y su mano refleja poco interés ante lo que digo–. No entiendo tu trágica historia de pobretona, la verdad.

La bulla se ríe de mí, y lo enaltecen a él; pero yo: no flaqueo.

– No preocupes a tu cabecita –le digo–. Te juro que se pone mejor esta tragicomedia.

Se cruza de brazos, con la expresión de un auténtico cerdo haragán, esperando a que cumpla lo que prometí.

Oh, bueno... No voy a decepcionarte, pendejito.

– El caso, es que en mi pueblo existió... un perro –lo miro directamente a los ojos, y sus amigos se ríen por lo bajo–. Uno callejero que aparentaba ser de raza fina, para comer de a gratis en otras casas, y montar a las perras de mis vecinos. Muy feo, la verdad. Y ladraba que daba miedo, como si realmente quisiera sacarte de quicio... Pero la realidad de ese animal, es que era tan patético y miserable, que tenía que hacerse el rudo a propósito para poder sobrevivir en un pueblo de mala muerte. En realidad, era un perrito miedoso e inútil. No servía para nada. Y ladraba a todas horas, en las mañanas, en las tardes, todas las noches sin falta... Castrante, la verdad.

– Pues... qué putada –opina, pero aún no tiene ni idea.

– Sí, qué putada, ¿verdad? Era un perro de mierda –procuro que mis palabras se impregnen en su atmósfera primateignorante–. Muy macho, muy grande, muy fuerte... Rudo e ignorante, pero nada más. Y a parte miedoso, eh. Cuando le tirabas alguna piedra o salías a callarlo, metía la cola entre las patas y huía más rápido que un guepardo. Un verdadero desastre infernal. Y un día, este perro hijo de la gran puta, se puso más loco de lo normal; ladró todas las mañanas de la semana, tardes y noches... A mi papá no le gustó eso... Oh, vaya que no le gustó. Así que, una noche, tomó su escopeta (la que por cierto tengo resguardada bajo mi cama), porque a mí me encanta dispararles a las pestes que se atraviesan en mi camino. Es mi pasatiempo favorito.

La pandilla empieza a entender a dónde voy a parar con esta historia. Y una parte de él, también.

– Bueno... ¿En qué iba? Ah, claro. Mi padre encontró al pobre y sucio animal tendido en las vías del tren, y cuando se acercó a él... se dio cuenta de que tenía sarna, mordidas de rata en el hocico, una oreja carcomida, y parte de su miembro podrido e inservible. –Hago un ruido de repudio con la boca–. No, no, una imagen espantosa... ¿Quieres verla?

No me responde.

– ¿No?, bueno... Entonces, como mi padre, que es todo un santo, decidió ponerle fin a su agonía. Tomó su escopeta, le apuntó entre los ojos y... –imito el sonido del disparo–, el perro murió como vivió: sin que a nadie le importara. Cuando todos se enteraron de lo que mi padre hizo, mi madre y yo pensamos que lo fusilarían, pero no... No, nada de eso, sino todo lo contrario, le agradecieron su generoso acto de Dios. Es más, quedaron en deuda con él. Al fin ese mugroso perro había dejado de existir, así que todos pudieron dormir en paz –suspiro fingiendo alivio.

La bulla de atrás se queda en total y completo silencio, así como todos los involucrados.

– Pero siempre es así, ¿no?, cuando todos te temen, siempre existe alguien a quien le importa un carajo si muerdes o no. Y al final terminas olvidado, y en el mismo agujero en el que te revolcaste toda la vida, sin nadie a tu lado para acompañarte en tus últimos minutos de vida... Se puede aprender mucho de los animales, ¿no es así, Jake? Ya verás como tú, algún día, también le enseñas algo a alguien –le sonrío, y doy mi consuelo dando una palmadita en su hombro.

La mofeta me mira a los ojos, y fuerza una sonrisa burlona que esconde sus verdaderas emociones.

<<Ya he ganado>>.

– Claro, yo soy el perro, ¿no? –concluye.

Me rio sin mostrarme amistosa.

– Vaya, al final sí que lo entendiste. Oye ¿tienes cerebro? –me burlo–. Guau, qué novedad, tú sí sabes mantener a una chica interesada, Jake.

Se ríe sin menos ánimos que antes. He quebrado su coraza antipática.

– Jack –me repite.

– Sí, Jack, Jake, es que, como es un nombre tan corriente, pues... ahora si que una se puede confundir, ¿no?

La bulla de atrás ríe y grita a mi favor. Algunos hasta chiflan. Mis amigos ahogan una exclamación de júbilo y éxtasis en su caras. De seguro, no están acostumbrados a que una chica ponga en su lugar a un mamut como éste.

Ay, mi rey. Pues ya iba siendo hora de que alguien te diera estate quieto.

– ¿Qué? ¿Piensas que las chicas gritan Jack, Jack, porque las haces gozar en tu cama? No, cariño. Las chicas gritan Jack, porque es el único nombre que se les viene a la cabeza mientras tú cosa se mueve entre sus piernas. ¿O creías que lo hacían por el "orgasmo" –pongo unas nada sutiles comillas en la palabra– que sufren tus amigas?

Kate y Oscar ahogan unas risitas... dignas de escuchar, al igual que la atmósfera de empoderamiento que me rodea, cuando por fin destrozo a este idiota. Rocket, en cambio, se muestra preocupado y nervioso, no sé si por mí o por él. Espero que sea por Jake, porque no pienso darme la vuelta sin dejar nada en mi sistema. No esta vez; me he callado por años.

Ya iba siendo hora de que la verdadera yo apareciera.

– Escúchame bien, palurdo –lo encaro. Pero como es altísimo, tengo que levantar la vista y el mentón. Aun así, no flaqueo–. Me importa un carajo quien seas, o quien te creas, no vuelvas a tratar así a mis amigos.

Siento tres sonrisas, más que agradecidas, a mis espaldas.

– Nunca. –Y lo digo muy en serio.

No me responde, sólo se dedica a estudiar mi cara, como si estuviera en un lugar donde es de buena educación mirar fijamente a las personas.

<<Ja>>. Si cree que con eso va a intimidarme, está muy equivocado.

Miro su cabeza, para rematar con broche de oro, agrego:

– Por cierto, pareces un zorrillo mal cogido con ese pelo.

La farra vuelve a gritar a mi favor, como mis amigos.

Le sonrío con todos mis dientes, levantando el mentón con osada valentía, y doy media vuelta, caminando con la frente en alto. Estoy que ardo de éxito. Me alejo con actitud de soberana. Siento que he rejuvenecido los cien años que me la he pasado en depresiones absurdas por mi supuesta culpa de no ser suficiente.

<<Ja>>. Pues ya no más. Paso de seguir sintiéndome como una basura.

¡Me siento libre!

– ¿Quién era esa? –oigo que le preguntan a la mofeta.

– No tengo idea –le responde a su amigo, siguiéndome con la mirada.

No deja de verme mientras la fiesta sigue, y el alcohol se agota, pero no me preocupa.

Pero sí debí preocuparme y mucho.

Equivocada Decisión ✔️ [Parte 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora