Capítulo 12

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Zoé.

Analizo su rostro, y descubro que no está enojado, sólo triste; cuando se pone así, sé que está pensando. Sólo que me gustaría saber en qué. A lo mejor podría invitarlo a la heladería que tanto nos gusta, sentarnos a platicar, y dejarlo que él me cuente lo que sea que necesite para cambiar esa cara por una menos apagada.

Le sonrío, como en los viejos tiempos, y me arriesgo.

– Oye –le digo, al golpear suavemente su pelirrojo cabello con dos dedos. Me presta atención–. ¿Qué te parece... si en vez de irnos de fiesta, esta noche nos divertimos como en los viejos tiempos?, ¿ya sabes?, bailamos un poco, jugamos al karaoke, y nos robamos una botellita de ese delicioso ron que tanto nos gusta. ¿Qué me dices? –le sonrío, y mi barbilla se apoya en el dorso de una de mis manos.

– Am... Que..., yo sí iré a la fiesta –dijo, al mostrarse apático ante mis planes.

Su pequeña desidia hiere mis sentimientos. Pero no me permito desanimarme.

– Ah... Bueno, podemos ir juntos si eso es lo que quieres...

Me lanza una mirada que no sé descifrar, porque de inmediato se apresura a responderme despegado y frío en el trato:

– No, no creo que debamos ir juntos... Además, a ti no te gustan las fiestas.

Me río sin mostrarme divertida.

– No fue un chiste.

– Y esa no una risa real. –Lo miro con complicidad, y por un instante..., volvemos a ser los de antes.

Ahora es él quien se ríe. Bueno, por lo menos.

– Entonces... ¿qué dices de mi plan? ¿Vamos por ahí o nos quedamos en tu casa?

No me mira.

– Creí que tenías planes.

– ¿Mm...? ¿Hablas de Sam?

– Ajá.

– Ay, por Dios ¿en serio crees que te dejaría botado por un buenote con pinta de traer un deportivo? –pregunto, alzando una de mis pobladas cejas–. ¿Por quién me has tomado, trombón? –digo, al pronunciar la última palabra en español.

Me rio, y él no muestra una pizca de emoción.

– No sé, ¿por quién te debo de tomar? –dijo, sin rastro de formalizar una broma. Más bien, eso sonó a pregunta apuntada con crueldad.

– ¿Cómo?

– Que es obvio que tienes planes. Se nota que has estado ocupada desde que me fui.

No quiero perder mi sonrisa, pero no puedo evitar fruncir el ceño ante el doble sentido que guarda su frialdad. Insisto en mantener mi cara de cómplice, a pesar de que él parezca inmune ante mis encantos.

– ¿Estas bromeando, Aidan? Tú sabes que nunca te remplazaría.

Por alguna razón, empieza a perder la paciencia.

– Mira si tú quieres irte por ahí con él o con quien te plazca, hazlo. Se nota que no has perdido el tiempo desde que... –se interrumpe. Sé da cuenta del tono que ha estado utilizando en el último minuto y se corrige–: Me refiero a... Tú sabes qué –traga saliva y estruja el lápiz–. No quiero decir que seas una... Digo, no quise decirte...

– Zorra –termino de decir, y él no me corrige–. ¿Eso piensas ahora? –lo miro con escrutinio, mientras intento analizar cómo es que la conversación se tornó tan turbia–. Piensas que soy una Zorra –ya no lo pregunto si sé la respuesta.

– No, claro que no.

– ¿Por qué? ¿Por qué piensas eso? –le pregunto–. Porque cambié o porque... Porque tú y yo –ya no consigo terminar; aunque no es necesario, sé que he dado justo en el blanco.

Me mira, como si no quisiese hacerme daño, pero ya lo ha hecho.

– No, no dije eso... Quise decir que tú y yo... No me refiero... –Ni siquiera sabe cómo arreglarlo.
Pensé que su desplante de esta mañana sería la única cosa que pasaría entre nosotros; pero que equivocada estaba, ¡ya veo que me esperan más! Y no, no pienso aguantarlo si a duras penas puedo con la idea de que los dos nos estemos distanciando.

Me doy la vuelta, recojo mi chaqueta y mi mochila, y me levanto. No pienso seguir aquí si es que él va a seguir soltando mierda.

– Zoé, espera.

– ¿Qué?

Lo miro.

Y cuando lo hago, sé que nada es igual; pero eso no significa que tenga el derecho de tratarme así. Se comporta conmigo, como con el resto de la población femenina. Él me daba un trato que me hacía sentir especial, pero ya veo que la garantía expira, cuando te acuestas con él.

No me aproveché de él, y él tampoco de mí, y creía que ya habíamos superado la parte en la que ambos nos sentíamos incómodos; pero ya veo que no. Nada está arreglado. ¿Cómo se atreve a comportarse así? Se humedecen mis ojos, y una lágrima amenaza con derramarse en mi blusa.

– Lo que digo es que... No quise.

– ¿Qué? ¿Qué no quisiste?

Su silencio me hace añicos. Pero prefiero eso a que diga la verdad; porque la verdad duele, y créanme que es mejor no saber lo que los demás piensan de ti cuando te conocen.

– No quise... decirte eso.

Veo en sus ojos el arrepentimiento de la última hora de despego, pero ya es tarde. Demasiado tarde. Literalmente es tarde. Yo aquí perdiendo el tiempo con un sujeto que ya dejó en claro que no pretende ser mi amigo, mientras desperdicio la hora que debí pasar almorzando y tratando de estudiar.

Me marcho.

Intenta decirme algo, lo que sea, en cuanto me ve dispuesta a dejarlo, pero se ciega y me deja partir con el maldito nudo en la garganta. Salgo del salón, sin dignificar la idea de que ambos debamos hablar. Porque la estúpida de mí, piensa que aún merecemos una oportunidad.

Me aparto los mechones de la cara, mientras encamino hacia la siguiente clase, y me reprimo por querer encerrarme en el baño de niñas a llorar; como hacía en los viejos tiempos, cuando todos se burlaban de mí por mis trenzas y mis frenos.

Voy con una maldita cara que pone los pelos de punta.

Como si fuera la niñita de quince años, que se dio cuenta, de que tenía sentimientos por Aidan, se voltea, presintiendo de que vendrá detrás suyo; pero no lo hace. A lo mejor y me equivoco diciendo que las cosas pueden ser como eran antes de acostarnos. A lo mejor y nunca podremos estar juntos como los buenos amigos que éramos desde los seis años. ¿Y si...?, ¿y si lo estropee todo? Todavía no entiendo cómo es que accedí a entregarme a él sin ayuda del alcohol. No estábamos ebrios, y tampoco nos coqueteamos, sólo pasó. Y ese pasó, no es precisamente la respuesta más sensata para justificar mi pequeño desliz conmigo misma. Pero es que no se me ocurre otra palabra para describir lo sucedido.

¡Ay, qué horror! Es que..., no sé qué me pasa. No sé qué nos pasa.

¡<<Aaahhh>>! Esto es culpa de Aidan y sus estupideces que orillan a una persona a cometer la peor equivocación de su vida.

Confundirte a tal grado de querer estar en su misma cama: fue lo peor que he hecho.

Equivocada Decisión ✔️ [Parte 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora