Capítulo 42

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Zoé.

Cierro la puerta tras de mí, y me apoyo en ella (como si me hubieran disparado y dejado allí para morir). Resoplo por la nariz, y gruño como una auténtica lunática, presa de una explosión de bilis en su cuerpo y enrojecimiento de ojos.

Pataleo y grito, como una niña malcriada –que no consigue lo que quiere–, y me quejo por lo bajo hasta que una verdadera lágrima escapa de mí. Sé que no debería comportarme así, porque básicamente soy una adulta, pero igual me ayuda a sacarme de la cabeza a la asquerosa mofeta de Jake.

Él y su maldito apodo –que me llena los riñones de piedritas–, me tienen hasta la coronilla.

Es la persona más asquerosa y apática que he conocido en mi vida. Me da mucho asco el simple hecho de que sólo me mire.

¡¡¡MALDITA MOFETA CON CEREBRO DE NABO Y CARA DE SIMIO!!!

¿Éste idiota cree que puede martirizarme a su antojo... y, las veces que él quiera?

Oh..., pero ya verá. Verá de lo que soy capaz. Él no sabe con quién se está metiendo.

Se metió con la mujer equivocada.

Tocan a la puerta, y mi paciencia llega a su límite.

Me levanto, con la cara del mismísimo Lucifer, y... cuando estoy a punto de abrir para encarar al Neanderthal..., escucho una voz, fuerte y clara, que jamás pensé que volvería a oír en mi vida.

– ¿Zoé?

Mi corazón se detiene.

– Sé que estás ahí –dijo él–. Ábreme, por favor. Tenemos que hablar –toma la perilla e intenta hacerla girar, pero yo soy más rápida e impido que ésta se mueva. (Ay, carajo), ahora sabe que hay alguien en casa–. ¿Zoé?

Le pongo el seguro a la entrada. Y me quedo ahí, de pie, sin la menor idea de qué hacer. ¿Qué hago?, ¿le abro? O mejor espero a que se aburra y me deje tranquila. Honestamente, no quiero verlo ni a él ni a nadie lo que resta del día. Excepto a mi mamá, pero es porque con ella no tengo opción. Lo mejor será esperar. Ya casi anochece, no puede quedarse ahí toda la noche... ¿Cierto?

Daffy –me llama... Por un minuto, olvido que el chico al otro la de la puerta, me rompió el corazón apenas ayer, y que siempre pensó que nuestra amistad era una pérdida de tiempo.

Dije por un minuto, porque cuando pasa el segundo recuerdo que Aidan besó a otra chica enfrente de mí, y sólo para que dejara de molestarlo e intentara superarlo más rápido. Sé cuales eran sus verdaderas intenciones tras ese beso.

– Quiero decirte algo... Seré breve –me promete.

Me cruzo de brazos, y doy media vuelta. No tengo la menor intención de abrirle a mi antiguo amigo y colega. A ésta casa NO vuelve a entrar. Si no me he alejado de la puerta es porque..., muy en el fondo, me gusta que, por lo menos, esté lo suficientemente arrepentido como para venir a buscarme y decírmelo. Pero, por el otro, quedarme aquí significa darle una especie de perdón y cierre infinito a nuestra amistad, y tampoco quiero eso. Escuchar, lo que sea que tenga que decir, me arrincona. Y eso que no estamos viéndonos cara a cara.

– Escucha... –lo oigo suspirar–, lamento lo que pasó hoy en clase de Física. Y también lo que dije ayer sobre nosotros.

Me muerdo la lengua, y aguanto las lágrimas.

– No quiero que... –se interrumpe–. No quiero que las cosas sean raras –dijo con un leve nudo en la garganta–. ¿Podrías abrirme, por favor? Necesito contarte una cosa.

Equivocada Decisión ✔️ [Parte 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora