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Un adolescente de trece años recién cumplidos, se encontraba recostado en aquel árbol donde conoció a su primer amiga, su primer amor y confidente.

William la había citado allí, como siempre hacía. Pues, planeaba confesar sus sentimientos a la chica ese día, pediría que lo amara tanto como él la amaba a ella y pues claro, se encontraba notablemente nervioso, sus manos sudaban y se esforzaba por recordar los consejos que su amigo interior le había sugerido.

- ¡Will, hola!.

El chico no pudo evitar sobresaltarse por el eufórico tono de la fémina. Una preadolescente de apenas once años -a solo días de cumplir los doce- se dirigía corriendo alegre hacia el albino. William, al estar tan embelesado con su brillante silueta, no logró ver a una niña de nueve años, con cabellos dorados que se encontraba detrás a unos cuantos metros de ellos, observando a los adolescentes un poco tímida mientras jugaba con sus dedos índices.

Christine al llegar frente a su mejor amigo, sonrió ampliamente, haciendo que sus ojos se achinaran. El chico sonrió también, mostrando el habitual brillo en sus orbes púrpuras que siempre parecía tener cuando veía a la chica.

- Hola, Bella Luz.- devolvió el saludo mientras la abrazaba contra sí, ocultando su nariz en el cabello de la chica y aquel característico olor frutal invadió sus fosas nasales.

Una vez se separaron, la chica lo miró curiosa.

- ¿Y bien...? ¿Qué deseabas decirme?.- cuestionó mientras acariciaba sus cabellos albinos, recibiendo un suspiro relajado por parte del chico.

Después de oír la pregunta, William entreabrió sus ojos lentamente para posar una leve y cariñosa sonrisa en sus labios.

- Bella Luz, yo quería decirte que...- comenzó a decir sin embargo, fue interrumpido por el leve chillido de la susodicha.

- ¡Cierto! ¡Quiero presentarte a alguien, Will!.- exclamó Christine emocionada porque el chico conociera a su nueva amiga.

William se sintió mal por no haber podido confesar lo que quería, pero qué podía hacer, la chica era así y así la amaba.

Christine rápidamente se alejó del albino para traer a la chica quien se encontraba un poco nerviosa por conocer al albino.

- Bu-buenas tardes, me llamo Elizabeth Vermillion, es un gusto conocerle Vangeance-san.- saludó con una perfecta reverencia mientras se sonrojaba y desviaba la mirada, aún así, el chico solo la miró de reojo y soltó un educado "El gusto es mío, Vermillion-san" para volver a poner su atención en Christine.

- ¡Ah, Will! ¿Qué es lo que ibas a decirme?.- preguntó curiosa entrelazando sus manos y pasándola detrás en su espalda mientras se balanceaba con sus pies.

El chico solo negó exhausto.

Algún día se lo diré.- afirmó seguro mientras sonreía de nuevo.

- Oh, olvídalo, no es nada importante.- negó e hizo un gesto con su mano derecha para restar relevancia al asunto. La chica solo asintió, no prestándole mucha atención, ya que estaba muy emocionada por pasar un día entre amigos los tres y comprar muchas cosas en la feria de la capital.

El albino volvió a suspirar deprimido mientras miraba el suelo.

Que difícil es alcanzar la luz sin encandilarse.- soltó pensativo mientras se dedicaba a seguir a las féminas con dirección a la feria.


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- ¿Co-como es posible? ¿Eres Will?.- cuestionó temerosa mientras sus manos y piernas temblaban, sentía que sus rodillas no aguantarían un segundo más de pie.

Recibió un gesto negativo a su pregunta. Minutos de solo mirarse, una mirada completamente tranquila pero cautelosa y otra totalmente estupefacta y nerviosa. El de cabellos blancos se acercó con elegancia pero con lentos pasos y cuando estuvo a un metro de la temblorosa chica, sonrió de lado, embelesado por su sorpresa.

- No entiendo por qué te sorprendes tanto...- negó el líder de aquella asociación malvada.-...si después de todo, lo has descubierto desde el día en que nos conocimos.

La chica negó incrédula mientras secaba sus manos en sus pantalones rápidamente, tratando de detener sus papilas sudoríparas que no paraban de sudar.

- ¿Tú... qué eres?.- cuestionó cuidadosa pero curiosa para después encoger su nariz y seguir secando sus manos.

Vaya, de tantas preguntas. Bravo, Christine.- se felicitó a sí misma sarcásticamente.- Aunque si me causa bastante curiosidad.

El chico frente a ella abrió ligeramente los ojos, sorprendido, sin embargo después relajo su expresión y decidió contestar.

- Soy un elfo.- respondió con orgullo mientras posaba una sonrisa muy bonita a los ojos de Christine.

Ella al escuchar esto no pudo evitar sonreír emocionada.

- ¡Eso es genial!.- exclamó entusiasmada como si fuera una niña pequeña dando leves saltos, olvidándose de su nerviosismo o intimidación, recordando lo increíble de aquella especie que vivía en armonía unos con los otros, o eso decía el diario del príncipe Lemiel, rechazando todas las versiones que buscó en la biblioteca sin descanso.

Siempre se preguntó el porqué de que los libros del reino del Trébol mintiera sobre la historia de los elfos.

El elfo se encontraba incrédulo por los cambios de humores que presentaba la chica e incluso diría que se divertía.

- Los elfos, todos tenían un inmenso poder mágico desde qué nacían, siempre juntos, no existían discriminaciones ni violencia, eran una especie bastante hermosa y poderosa.- afirmó la chica mirando con emoción al cielo, olvidando la presencia de su acompañante, imaginando que se encontraba en una fiesta de siglos atrás, así como aquella que había leído en el diario de su antepasado, donde todos vivían felices y con una sonrisa en el rostro.

- Sí, todo era así en ese entonces...- afirmó mientras sus ojos perdían todo rastro de sentir.-...hasta que ustedes, los humanos nos arrebataran todo nuestro poder, nuestro pueblo, nuestras vidas.- escupió con frialdad, haciendo que la fémina se sobresaltara mientras unas imágenes de aquel fatídico día pasaban por su mente.

- ¿Qué es esto?.- preguntó asustada antes de que aquel elfo entrara por completo en su mente.

- Te mostraré lo que los sucios y traidores humanos le hicieron a mi gente hace cientos de años atrás.- aseguró mostrándole una fría expresión mientras caía a un infierno sin saberlo.

Christine caía en una despiadado engaño de hacía siglos atrás, sintió que algo no concordaba después de haber leído y sentido los sentimientos de afecto del primer Rey Mago hacia aquella especie, sin embargo su tardío aviso le costaría muy caro o quizás, quién sabe, un final feliz.

Opuestos por Naturaleza || Yami SukehiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora