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Sasuke se topó con Sakura incluso antes de poner los pies en el salón de baile de Sabuku no . Atrapado en la escalinata, tuvo que hacerse un hueco entre los impacientes invitados y otros dignatarios que intentaban dirigirse a él con cualquier excusa. Sin embargo, Sasuke no tenía interés por los que rivalizaban por sus atenciones; en cuanto la vio, se quedó completamente inmóvil.

Estaba incluso más hermosa y exquisita que años atrás. Sasuke era incapaz de comprender cómo era posible que su corazón siguiera encaprichado de ella,
con más fuerza si cabe. Quizá los largos años de separación fueran los responsables.

Esbozó una sonrisa burlona y, cuando sus ojos se encontraron, él dejó que su rostro transmitiera el placer que le provocaba volver a verla. Ella, en cambio, levantó la barbilla y apartó la mirada. Era evidente que Sakura no correspondía a sus sentimientos. Aquello había sido un desaire deliberado, un corte directo y preciso, pero que no había conseguido derramar ni una sola gota de sangre.

Estaba inmunizado contra cualquier tipo de ataque, porque ella ya le había infligido la peor de las heridas hacía tiempo.

Sasuke se sacudió la indiferencia de Sakura con facilidad. Esta vez, por mucho que Sakura se esforzara, no conseguiría alterar su destino.

Ya hacía varios años que él ejercía como agente de la Corona y, durante ese tiempo, había llevado una vida que podía rivalizar con las historias más sensacionalistas. Se había batido en duelo de espadas en numerosas ocasiones, le habían disparado dos veces y había esquivado más balas de cañón que cualquier otro hombre. En ese lapso de tiempo, había perdido tres de sus barcos y hundido media docena, antes de verse obligado a quedarse en Inglaterra debido a las exigencias de su título. Y, aun así, sólo era capaz de notar aquella repentina y feroz oleada de sensaciones recorriéndole las venas cuando compartía habitación con Sakura.

Sai Shimura, su compañero, se acercó a él cuando se dio cuenta de que se había quedado clavado en su sitio.

—Allí está la vizcondesa Haruno —informó, mientras la señalaba con un imperceptible gesto de la barbilla—. Está a tu derecha, justo a la entrada del salón de baile; lleva un vestido violeta. Es la que…

—Ya sé quién es.

Sai le miró sorprendido.

—No sabía que os conocíais.

Los labios de Sasuke, conocidos por su habilidad para dejar sin aliento a cualquier mujer, esbozaron una descarada sonrisa.

—Lady Haruno y y o somos… viejos amigos.

—Ya entiendo —dijo Sai con una expresión confundida en el rostro que contradecía sus palabras.

Sasuke apoyó su mano sobre el hombro de Sai, que era un poco más bajo que él.

—Adelántate mientras me deshago de toda esta gente y deja que me encargue y o de lady Haruno.

Sai vaciló un momento, pero luego asintió con reticencia y se abrió paso hacia el salón de baile, dejando atrás la multitud que asediaba a Sasuke.

Éste moderó la irritación que sentía hacia aquellos inoportunos invitados que le bloqueaban el paso y agradeció con sequedad la ráfaga de saludos y preguntas
que le dirigían. Esas aglomeraciones eran uno de los motivos por los cuales le
desagradaban tanto las fiestas.

Los caballeros que nunca tenían iniciativa para ir a verlo durante las horas de visita se sentían libres, en ese entorno relajado, para
acercarse a él. Pero él nunca mezclaba los negocios con el placer. Ésa había sido
su máxima principal hasta aquella noche.

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