Capítulo 21: Tiempo.

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Sobaba mis sienes mientras observaba mi computadora. De nuevo había discutido con Briseida, y Lex no dejaba de presionarme.

Necesitaba decirme algo, y la verdad yo no quería saber nada de ella. La odiaba. La aborrecía a tal grado que el simple hecho de levantarme y pensar que tenía que trabajar con ella, era insoportable.

De pronto todo cambió en mi trabajo, cada que arrestábamos a alguien, me desquiciaba, y los golpeaba de la rabia. En medio de los interrogatorios, el capitán tenía que sacarme, pues yo me molestaba demasiado, que hasta golpeaba las paredes del coraje.

Me pedían que me tranquilizara, pero era inútil. Lex siempre estaba ahí, acechando, lista para la primera oportunidad que tuviera para estar a solas conmigo.

Y yo no paraba de alejarla, y evitar quedarme con ella en una habitación, pues no dejaba de insistir en sus sentimientos, según para enamorarme o hacerme cambiar de opinión, pero lo único que hacía era enfurecerme.

Un día apreté una grapadora tan fuerte que la dejé inservible. El capitán sabía que nos traíamos algo entre manos, pues notaba mi molestia, y mal humor al estar junto a Lex.

Y la verdad, ella no me importaba. Me odiaba a mí mismo por haberle hecho creer que podría amarla, simplemente en Nueva York éramos nosotros dos, pero regresamos a la realidad, y yo me estrellé en ella como si fuera una pared invisible.

Con cada paso que daba, hería más a Briseida, y mis silencios la amargaban. Ya no había tanto brillo en sus ojos, ahora se veía pálida, y mal. Agobiada y cansada.

Ella también ansiaba hablar conmigo, pero por más que yo lo intentaba, por algún motivo, no podía confesarle todo, pues sabía que la verdad saldría a flote, y ella sufriría. ¡Pero si ya estaba sufriendo con mis silencios!

De repente, en medio de un interrogatorio, Lex salió corriendo de la habitación, no me importó a donde fue. Al regresar, se veía amarilla del rostro. Normalmente ella tenía una elegancia al caminar, y en las últimas semanas, apenas si podía desplazarse de un lado a otro.

Tomaba pastillas y constantemente se quejaba de que su cuerpo estaba muy sensible. Llegó a tal grado de que me hartaba escucharla quejarse.

Los días eran tan rutinarios y asquerosos, que casi me sentía en un infierno. Daba vueltas en la cama, pues no lograba conciliar el sueño, Briseida intentaba calmarme con sus brazos, y su sonrisa. De alguna forma me encontraba a salvo con ella, hasta que me iba de su lado y todo se iba al carajo.

Y llegó ese momento.

Lex me engañó diciendo que el capitán quería vernos a los dos, me reuní con ella en el campo de tiro, pero únicamente mi compañera se encontraba ahí.

—¿Y el capitán?—pregunté malhumorado.

—Debo decirte algo. Más bien, pedirte algo.

Me cubrí el rostro con ambas manos.

—Ya basta, por favor. Estoy harto de decirte...

—Escúchame, por una vez.—suplicó. Asintió un par de veces y me miró a los ojos.—Sabes de mis sentimientos hacia ti. Y sabes que jamás cambiarán. No tengo idea de cómo te amo cada día más, si me pisoteas. Pero lo hago.

—Ve al grano.—ordené.

—Mi tiempo es preciado, Muzania. Y solo te pido más.

Fruncí mis cejas. ¿De qué me hablaba?

—¿Cómo?

—Quiero una semana a tu lado. Solos los dos. Sé que pido demasiado, pero dentro de unos meses no sabrás más de mi existencia, y te lo suplico, porque de no hacerlo, me moriré. Aún así lo haré al ya no verte.

El Favorito de Dios 4: La Eternidad de un Ángel Apasionado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora