Dejé de sentirme a salvo en cuanto regresamos a Los Ángeles. Miraba a todos lados cauteloso. Les compré a todos los de mi familia un gas pimienta.
Y aunque las gemelas tenían poderes, no me sentía seguro. Me preocupaba Briseida y los niños. Su seguridad iba a ser mi prioridad.
De un día para el otro, aparecimos en la casa de Los Ángeles, al respirar el aire, recuperé un poco de fuerza. La mañana en que llevé a los niños a la escuela y a Briseida a su trabajo (pues me vi inflexible en que ella condujera sola hasta allá), miraba alrededor buscando cualquier indicio de que nos estuvieran siguiendo, y pronto, Briseida me hizo entender que estaba exagerando.
—Si alguien trata si quiera de tocarlos o llevarlos a la fuerza, le disparan el gas y corren tan rápido como puedan.—les pedí a las gemelas y a Richard.
Briseida me miró divertida.
—Es por su seguridad, Bri. No quiero que les pase nada malo, por... Mi culpa.
—Entendimos, papi. Adiós.
Besé las cabezas de los tres. Y como todos los días, les dije.
—Los amo.
—¡Nadie nos amará igual!
Cerraron la puerta y se fueron.
—Espero que esto no dure tanto, Muz.
—¿A qué te refieres? ¿No amas que te lleve al trabajo?—pregunté nervioso.
—Si, claro. Es genial, pero solo llevamos un día aquí en Los Ángeles y estás alerta todo el tiempo.—tocó mi brazo, me dedicó una sonrisa de confianza.—¿Qué pasó en Nueva York que te tiene tan asustado?
El flashback se hizo presente en mi mente.
Las chichas derogadas, las fiestas salvajes, Lex en mi cama, Madelaine, Jacob Ivanov muerto, mi tortura, las dos niñas que Ivanov mató...
Cerré mis ojos un momento. No podía contarle. No sabía cómo.
—No, Bri. No me pidas eso.
—Pero...
—Por favor.—le supliqué.
Ella se quedó callada y se dispuso a jugar con Billy, el pequeño pasaría el día en la guardería del trabajo de Bri.
El tráfico era rápido. No duramos mucho en el trayecto a la editorial. Observé a Briseida cuando estacioné la camioneta enfrente del edificio. Estaba perdida en sus pensamientos, ¿qué estaría pensando?
—¿Bri?
—Estoy bien.—tomó su bolso e intentó abrir la puerta, pero yo la detuve.
—Te diré solo lo que debes saber, nena. No puedo decirte más.
—Es que no entiendo. ¿Qué te hicieron esos hombres, mi amor?
Sus ojos estaban angustiados. Me tocó la barbilla, donde tenía un moretón, y después la mejilla, cerré mis ojos cuando ella lloró al mirarme. No pude soportar verla así.
De pronto, sentí sus labios en los míos, correspondí de inmediato y finalicé el beso con un gemido. Me abrazó fuerte.
—Te amo tanto, Muzi.—me sentí seguro entre sus brazos, tenía mi nariz en su cuello. Era asombroso.
Besé su frente.
—Pediré permiso para venir a recojerte. Te pido que me tengas paciencia, nena. No me presiones.—confundida frunció sus cejas, pero asintió después.
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El Favorito de Dios 4: La Eternidad de un Ángel Apasionado.
Storie d'amoreEl hilo del destino a veces es engañoso. Muchas veces nos conduce a dos almas que reflejan y completan la nuestra. Pero por ese mismo hilo, nosotros dañamos, herimos, causamos miseria a quienes más amamos. Ahora, Muzania se verá obligado a elegir nu...