Muzania
Permanecí abajo en la fiesta.
En cuanto Lex se quedó dormida, me decidí a bajar y olvidarme de todo lo que había hecho, pero no era posible.
Fumé tal vez un par de cigarrillos, observando el atardecer, y bebiendo alcohol. ¿Cómo pude hacer eso? ¿Por qué me decidí a hacerlo?
De haber sabido todo el desastre que causaría con mi infidelidad, no habría hecho nada. Pero el daño estaba hecho. Mientras Briseida no lo supiera, todo estaría bien. Pero...
¿Cómo podría mirarla a la cara?
Ella no se merecía que yo la traicionara.Una muchacha, sumamente drogada, se me acercó tambaleante.
—Que lindo rostro...—murmuró tan bajo que casi no la escuché.— Se ve tan suave.
Me quitó mis lentes de sol y se trepó encima de mí. Inmediatamente me moví, alejando su cuerpo del mío.
—Basta, basta. Estás ebria y drogada. Vete a buscar romance en otro lado.
—¿No quieres fornicarme?
—No, gracias. Tengo esposa.—la empujé y caminé hacia otro lado.
Cuando de repente escuché un golpe, varias cosas cayendo al piso, y al final un splash.
Me dí la vuelta. Y después me lancé a la alberca, pues la chica se había caído y no se movía.
Bajo el agua, me di cuenta que uno de sus altos tacones se había quedado atorado en el resumidero de la alberca.
Inmediatamente nadé hasta su pie. Ya me estaba quedando sin aire, pero siendo tan terco como soy, me decidí a esperar y quitarle el tacon de una vez.
¡¿Pero por qué le ponen correas a los tacones?! ¡Y peor aún los nidos ciegos que hacen!
Desesperado, saqué mi navaja y corté las cuerdas. Empecé a sentir esa desesperación. Me faltaba el aire, y el cloro que contenía el agua, me irritaba los ojos.
Me controlé y al fin pude quitarle el zapato, tomé sus brazos y nadé lo más rápido que pude hasta la superficie.
Tomé un gran bocanada de aire. Subí primero el cuerpo de ella y después me apoyé en mis brazos, para subir a su lado y revisar cómo estaba.
Era joven. Demasiado. Una niña. Tendría unos trece o catorce años, sin embargo, se veía había sido sometida a cirugías, sus pechos estaban grandes, al igual que su trasero.
—Oye.—moví su cuerpo. Parecía un pescado muerto.
Ivanov apareció en escena, abrazado por dos niñas. Repentinamente sentí asco.
—Pobrecilla. Otra vez se pasó.—dijo aburrido.
—¿Otra vez? ¿Ya le ha pasado?
—Incontables veces. Déjala ahí, al rato se despierta, le advertí que si volvía a pasarse, no le daría más.
—No puedo dejarla aquí, se caerá al agua de nuevo.—Ivanov me miró extrañado.—La llevaré a mi habitación, después hará lo que quiera con ella.
La tomé entre mis brazos y caminé de regreso a la casa. Subí por las escaleras hasta mi cuarto, en donde estaba Lex dormida.
Comencé a sentirme mareado por todo, y con dolor de cabeza, además de tener unas grandes ganas de vomitar. Odiaba haberme acostado con ella.
Recosté a la chica en un rincón de la cama. Le busqué una de mis camisetas y se la puse, luego le sequé su cabello con una toalla y finalmente la arropé.
ESTÁS LEYENDO
El Favorito de Dios 4: La Eternidad de un Ángel Apasionado.
RomanceEl hilo del destino a veces es engañoso. Muchas veces nos conduce a dos almas que reflejan y completan la nuestra. Pero por ese mismo hilo, nosotros dañamos, herimos, causamos miseria a quienes más amamos. Ahora, Muzania se verá obligado a elegir nu...