Capítulo 2: Vas Porque Vas.

19 1 0
                                    

Los gemidos de mi esposa eran música para mí. Ella se encontraba boca abajo en la cama, con su rostro hundido entre las almohadas.

Su espalda estaba cubierta de pequeñas y brillantes gotas de sudor, que sequé con mis labios, mientras la penetraba y me venía en su interior.

Le cubrí la boca con mi mano, cuando la escuché gemir demasiado fuerte, pues nuestros hijos dormían tranquilos, y no debíamos despertarlos.

-Shhh.-Me mordió los dedos mientras llegaba al clímax, jadeaba lenta y sensualmente, aferrándose a la cama con sus dedos.

La acompañé acallando mis gritos en su espalda y me derrumbé sobre ella, tratando de regular mi respiración.

-Mi Bri, mi rosa.- susurré en la oscuridad hundiendo la nariz en su maraña de rizos húmedos.

-Amo que me sigas así.

-Lo sé, nena.-la abracé por la espalda, sintiendo como nuestros dedos se entrelazaban.

A veces, hablábamos por horas, no dormíamos y nos levantabamos con el canto de algunas avecillas y el sol entrando por nuestra ventana.

Sospechaba que esa sería una de aquellas noches, y me agradaba la idea.

No había forma de explicar como éramos felices. En mi mente siempre estaba ella, hiciera lo que hiciera, ella me dominaba.

Estaba seguro que eso nunca iba a cambiar, que nuestros besos jamás sabrían a costumbre.

-Hoy llegó mi nueva compañera.- le dije acomodando mi cuerpo contra la cabecera.

-¿Cómo se llama?- preguntó sobre la almohada, se escuchaba relajada.

-Lex Wendell.

-No te agrada.

-¿Cómo supiste?- dije riendo.

-La forma en que dijiste su nombre, hay algo que te molesta de ella.- se apoyó en sus codos y me miró, varios rizos le caían por la cara, así que se los quité para ver sus brillantes ojos azules.

-No, no me agrada, no del todo. Es demasiado molesta. Y feminista.- saqué la lengua y fingí vomitar.

-Pensé que te gustaban las mujeres fuertes. Y estar acostumbrado a salvarlas.

-Me gustan, sí. Pero solo tú y mi mejor amiga. No soporto a las feministas, que a fuerzas quieren competir para ser iguales a los hombres, pueden ser ellas mismas sin necesidad de cambiar.

Briseida agachó la cabeza y después se levantó completamente. Soportaba todo su peso sobre sus rodillas, sus rizos se desbordaban por su espalda y sus pechos, firmes y voluptuosos, ahora estaban rosados levemente, por el calor de su cuerpo y sus pezones duros todavía.

-No creo que deseen cambiar, Muzania. Solo quieren igualdad, que todo sea parejo, como una balanza.-utilizando sus manos me explicó. Nivelando ambas frente a mi.

-Eres una verdadera reina.- dije observándola atento y ladeando la cabeza.

Se mordió el labio inferior y se acercó a gatas hasta mí. Se colocó encima mío y me hizo entrar en su interior nuevamente.

-Estás hablando con tu reina, y Señora.- movió sus caderas hacia adelante.

-Al ser una reina, deberías ser respetada.- tomé sus nalgas con mis manos y la acerqué más. Cerró sus ojos e inclinó su cabeza hacia atrás, mientras yo la miraba divertido y tremendamente excitado.

Si siguiente frase, la dijo con los ojos más oscuros y cargados de deseo.

-Piérdeme el respeto, Muzania.

El Favorito de Dios 4: La Eternidad de un Ángel Apasionado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora