Los gemidos de mi esposa eran música para mí. Ella se encontraba boca abajo en la cama, con su rostro hundido entre las almohadas.
Su espalda estaba cubierta de pequeñas y brillantes gotas de sudor, que sequé con mis labios, mientras la penetraba y me venía en su interior.
Le cubrí la boca con mi mano, cuando la escuché gemir demasiado fuerte, pues nuestros hijos dormían tranquilos, y no debíamos despertarlos.
-Shhh.-Me mordió los dedos mientras llegaba al clímax, jadeaba lenta y sensualmente, aferrándose a la cama con sus dedos.
La acompañé acallando mis gritos en su espalda y me derrumbé sobre ella, tratando de regular mi respiración.
-Mi Bri, mi rosa.- susurré en la oscuridad hundiendo la nariz en su maraña de rizos húmedos.
-Amo que me sigas así.
-Lo sé, nena.-la abracé por la espalda, sintiendo como nuestros dedos se entrelazaban.
A veces, hablábamos por horas, no dormíamos y nos levantabamos con el canto de algunas avecillas y el sol entrando por nuestra ventana.
Sospechaba que esa sería una de aquellas noches, y me agradaba la idea.
No había forma de explicar como éramos felices. En mi mente siempre estaba ella, hiciera lo que hiciera, ella me dominaba.
Estaba seguro que eso nunca iba a cambiar, que nuestros besos jamás sabrían a costumbre.
-Hoy llegó mi nueva compañera.- le dije acomodando mi cuerpo contra la cabecera.
-¿Cómo se llama?- preguntó sobre la almohada, se escuchaba relajada.
-Lex Wendell.
-No te agrada.
-¿Cómo supiste?- dije riendo.
-La forma en que dijiste su nombre, hay algo que te molesta de ella.- se apoyó en sus codos y me miró, varios rizos le caían por la cara, así que se los quité para ver sus brillantes ojos azules.
-No, no me agrada, no del todo. Es demasiado molesta. Y feminista.- saqué la lengua y fingí vomitar.
-Pensé que te gustaban las mujeres fuertes. Y estar acostumbrado a salvarlas.
-Me gustan, sí. Pero solo tú y mi mejor amiga. No soporto a las feministas, que a fuerzas quieren competir para ser iguales a los hombres, pueden ser ellas mismas sin necesidad de cambiar.
Briseida agachó la cabeza y después se levantó completamente. Soportaba todo su peso sobre sus rodillas, sus rizos se desbordaban por su espalda y sus pechos, firmes y voluptuosos, ahora estaban rosados levemente, por el calor de su cuerpo y sus pezones duros todavía.
-No creo que deseen cambiar, Muzania. Solo quieren igualdad, que todo sea parejo, como una balanza.-utilizando sus manos me explicó. Nivelando ambas frente a mi.
-Eres una verdadera reina.- dije observándola atento y ladeando la cabeza.
Se mordió el labio inferior y se acercó a gatas hasta mí. Se colocó encima mío y me hizo entrar en su interior nuevamente.
-Estás hablando con tu reina, y Señora.- movió sus caderas hacia adelante.
-Al ser una reina, deberías ser respetada.- tomé sus nalgas con mis manos y la acerqué más. Cerró sus ojos e inclinó su cabeza hacia atrás, mientras yo la miraba divertido y tremendamente excitado.
Si siguiente frase, la dijo con los ojos más oscuros y cargados de deseo.
-Piérdeme el respeto, Muzania.
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El Favorito de Dios 4: La Eternidad de un Ángel Apasionado.
Lãng mạnEl hilo del destino a veces es engañoso. Muchas veces nos conduce a dos almas que reflejan y completan la nuestra. Pero por ese mismo hilo, nosotros dañamos, herimos, causamos miseria a quienes más amamos. Ahora, Muzania se verá obligado a elegir nu...