Capítulo 5: Nueva York.

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—No toleras a las feministas, de inmediato lo supe, pero te gusta que una mujer sea independiente.

–Ser feminista o independiente no es lo mismo, querida.–solté con sarcasmo.

—¿Y qué tal los de la comunidad LGBTQ?– preguntó con curiosidad y una sonrisa traviesa.

—No tengo problema con ellos, que cada quien haga de su culo un papalote, si así es feliz.

—Mmm.

Me viré para verla, y descubrí que estaba anotando mis respuestas.

—¿Pero qué rayos haces?

—Nada que te importe, compañero.

Traté de arrebatarle su cuaderno, ¿y qué hizo? La muy desgraciada se atrevió a morderme la mano.

—¡Oye!

—Es mi cuaderno, no lo toques.

—¡Apuntas mis respuestas! ¿Me estás haciendo una entrevista?

Se encogió de hombros y movió hacia los lados su cabeza.

—Algo parecido.

—¡Trae acá!

Por fin le quité la libreta y hojee en ella. Llevaba un apunte de cada pregunta que me había hecho, además de un cuestionario interminable de preguntas por hacerme.

Cerré la libreta de golpe y se la tendí.

—Estás demente.

—Tenemos tres meses para conocernos, será divertido, anímate Clayton.—me dió un ligero codazo en en las costillas y logró que se me saliera una mueca del dolor.— Huy, lo siento.

—No importa. Era más bien el miedo al dolor.

Si pude tener sexo, incontables veces con mi esposa, ¿qué es un codazo de esta loca?

—Tu esposa es muy, muy bonita.

—Si, es más que bonita, es...perfecta.

—¿Cuánto llevan juntos?—le dediqué una mirada de extrañeza.

—¿Para qué quieres saber?

—No seas desconfiado, sólo tengo...curiosidad.

—No te lo diré.— A veces pienso que no es el tiempo suficiente con ella...

Que reservado.

—El que seas mi compañera no te da la oportunidad de saber sobre mi familia.

Levantó una de sus cejas castañas.

—Entonces asumo que tú tampoco quieres saber de mí, ¿cierto?

—Totalmente de acuerdo, no me interesa en lo más mínimo.— desvié mi mirada hacia la ventana, y contemplé las nubes blancas y esponjosas, pensando en Briseida.

¿Qué estaría haciendo? Tal vez leyendo un libro y bebiendo café, o contemplando la gran ventana de su edificio, quizás pensando en mi también.

La imaginaba con los brazos cruzados, vestida con su traje negro, en tacones, peinada con una coleta que descansaba cobre su hombro, lentes puestos y sus rizos rebeldes como siempre.

—Vaya compañeros que vamos a ser.—poner mis ojos en blanco se había vuelto un hábito, en especial en compañía de esa mujer.

—¿Ahora qué?

Me encontraba fastidiado. Cuando la miré, estaba tachando sus preguntas.

—Te vuelvo a repetir, ¿cómo confiaremos en el otro si no sabemos nada? ¿Eras igual de cerrado con Alex?

El Favorito de Dios 4: La Eternidad de un Ángel Apasionado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora