El diablo en la gran ciudad 4ta parte

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Al caer la medianoche, Lalo detuvo su carrera frente a cierta gasolinera que quedaba a las afueras de Royal Woods; lugar a donde llegó después de haber estado corriendo montones de kilómetros arrastrando tras de si en sus patinetas a Ronnie Anne y su grupo de amigos que iban agarrados por el otro extremo de una correa que cada uno dio sujetando a su collar.

Luego de que Laird cayera sobre los matorrales y Casey fuera a auxiliarlo, la joven hispana ingresó al local en compañía de Nikki y Sameer en busca de información.

–¡Flip! –se anunció al entrar a la tienda e ir a depositar un billete de diez sobre el mostrador, en tanto los otros dos iban a servirse unos Flippies para rehidratrarse y tomaban un par de botellas de agua natural sin congelar de los estantes para ayudar a rehidratar al pobre perro que estaría agotado de tanto correr–. Escucha, esto te sonará algo raro, ¿pero has visto a una carroza que echaba fuego pasar por aquí?

–Oye, yo te conozco –dijo el dependiente de la gasolinera sin contestar a su pregunta–. Tú eres esa niña que solía andar en patineta por este vecindario.

–Si, soy yo, Ronnie Anne. Pero no me contestaste. ¿Viste o no pasar a la carroza?

–Claro que pasó por aquí –rió el viejo–. Siempre pasa, por lo menos unas cinco veces cada noche.

–¿Por dónde se fue?, dime –indagó Ronnie Anne–. Tengo que encontrarla. Unos diablos se llevaron ahí a la descerebrada de mi mejor amiga, y todo por un estúpido Hot-Dog.

–Entonces ya lo sabes, ¿eh? Descubriste que tu novio, el chico ese de cabello blanco, es en realidad el príncipe de las tinieblas.

–¡Que no es mi novio!

≪Y menos lo será después de lo que le hizo a Sid≫, pensó.

–Así es –aseguró Flip–. Aunque Royal Woods parece un pueblo común y corriente, de hecho es en realidad algo así como el patio trasero del infierno.

–Si, ya sé, pero no respondiste a mi pregunta.

–Un momento –intervino el parcialmente malherido Laird que entró en compañía de Casey–. ¿Cómo sabemos que usted no es otro demonio y que intentará sabotearnos en nuestro plan de rescate?

–Cierto –secundó Ronnie Anne echándose para atrás–. Chicos, no beban los Flippies, pueden contener veneno o drogas o algún maleficio que nos convierta en cerdos.

–Nha, no se preocupen –los tranquilizó el viejo después de que Nikki y Sameer escupiesen sus bebidas–. Yo soy un humano común y corriente.

Para demostrar su punto, Flip desabrochó una navaja de muelles y se pasó la hoja por la palma para que los niños pudiesen observar la herida que se formó ahí.

–¿Ven? Yo sangró al igual que ustedes. Los demonios no sangran porque no son humanos. Por eso exigen sangre en los sacrificios que se rinden en su honor.

–Si, eso tiene sentido –se tranquilizó un poco Casey.

–¿Pero si eres humano y sabes que este lugar es una extension del infierno, por qué sigues viviendo aquí? –preguntó Ronnie Anne.

–Es que habemos unos pocos que nos acostumbramos aun después de descubrir la verdad –se explicó–. Incluso ayudamos a seguir adelante con la farsa a cambio de nuestra seguridad. No es tan difícil, sólo es cosa de pretender que no sabemos nada y seguir con nuestras vidas de antes. Ademas de que a los demonios les encanta el queso de nachos en el que suelo remojarme los pies y eso si que deja grandes ganancias.

–¡Asco!

Los niños expresaron una mueca de total repudio.

–Y después de todo no le hacen mal a nadie... –continuó Flip con su explicación–. O bueno, no a nadie antes de llevarse a sus víctimas... Ustedes saben, ahí abajo.

Ruidosa antología del horrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora