Linka y la bruja Parte 2

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Linka estaba acorralada. Sin querer había tomado el rumbo equivocado al intentar huir de la maestra Johnson, quien en realidad había resultado ser una malvada bruja voraz.

Linka... Sé que estás ahí... ¡Ñaca, ñaca, ñaca...!

Su risa chirriante y metálica se estaba acercando. En cualquier momento llegaría hasta ella y no contaba con una sola vía de escape a su alcance. Estaba atrapada. ¡Atrapada como una rata!... O como una de las ranas del santuario... ¿Y luego qué? Capaz y pasaba como en los cuentos de brujas: Se la llevaría lejos y la metería en una jaula; la haría engordar a punta de golosinas y cuando estuviera en su punto... ¡La trocearía en presas y la cocinaría en una olla de barro a su medida sazonándola con doce hiervas y especias!... O, sólo para deshacerse de ella más rápido, la hechizaría con su magia de bruja y la convertiría en grillo o mariposa; la agarraría como a uno de sus animalitos y la trituraría entre sus dientes.

¡No imporrta a donde corras, te voy a atrraparr!... ¡Ñaca, ñaca, ñaca...!

Tenía que haber una forma de salir de allí. ¡Tenía que haberla!... Pero la única ventana al final del pasillo estaba sellada por los bordes. ¡Vaya contratiempo!

Entonces, mientras contemplaba el aguacero a través del vidrió polarizado –al que siguió el centellar de un potente relámpago–, todo se le presentó, claro, de repente. Todo quedó nítido y comprendió que quizá, sólo quizá, no estaba atrapada del todo.

De un violento tirón se desprendió su broche para el pelo, y en el proceso un mechón de su blanca cabellera. Una mata de cabello blanco cayó sobre sus ojos nublándole la vista, por lo que tubo que apartarla con su otra mano que temblaba. El sudor frío que corría por su frente tampoco la dejaba ver con claridad.

El ultimo casillero de la fila era el unico asegurado con candado convencional, mientras que los otros debían abrirse con combinación. Detalle en el que no se había fijado sino hasta el ultimo instante, y que representaba un nítido destello de esperanza.

Avanzó hasta allí tambaleándose. Si el truco no funcionaba no había nada que hacer. Mas, si Loni lo había conseguido varias veces, no perdía nada con intentar.

Con ambas manos temblorosas abrió el broche y lo introdujo en el ojo de la cerradura. Lo sacudió a conciencia, igual a como había visto hacer contadas veces al segundo mayor de sus hermanos. Sus manos le sudaban tanto que el broche resbalaba por entre sus dedos. Al inicio parecía que no lo iba a lograr, pero la cerradura cedió al final y el candado se abrió con un chasquido.

≪¡Gracias al cielo!≫.

En ese momento la horrible bruja apareció en medio del pasillo y soltó una triunfal y maquiavélica risotada.

¡La cena está serrvida!... ¡Ñaca, ñaca, ñaca...!

Nada. No había un alma a la vista. El pasillo estaba desértico. A través de la ventana sellada avistó los nubarrones negros, la llovizna y el fulgor de otro relámpago.

No tiene caso que te escondas... –la bruja gruñó con odio. De su boca escurrían hilos de saliva azul, con la que podría haberse rellenado una pluma fuente y escribir una carta–. Sólo haces que me de más hambrre...

En su escondite, la niña se encogió aterrada tratando de fundirse lo más posible con la penumbra, procurando hacer el menor ruido posible. Su cuerpo no dejaba de temblar y sus axilas y frente de transpirar a mares.

Sé que estás aquí y te voy a encontrrarr...

La bruja caminó hasta el fondo del pasillo y olfateó el aire con su larga y ganchuda nariz de pico de cuervo.

Ruidosa antología del horrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora