El secreto de las galletas peligrosas 2

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Lincoln salió con Cookie al callejón de atrás del restaurante. Estando allí soltó su mano y echó un rápido vistazo para asegurarse de que su espeluznante hermana menor no los hubiese seguido.

–Eso si que estuvo cerca –suspiró aliviado.

–¿Por qué hiciste eso? –le preguntó Cookie–. ¿Por qué me ayudaste, si viste lo que estaba haciendo?

El peliblanco la miró con cara de decepción.

–Olvídalo.

Luego se dio media vuelta y se dispuso a volver a entrar en la cocina, pero Cookie lo retuvo agarrándolo del hombro e hizo que se volviera a verla.

–Aguarda.

–¿Qué quieres?

–Yo... Eh... Gracias.

–No, ni lo menciones –contestó con algo de desanimo.

–Me refiero a todo –insistió la otra–. Tú has sido muy bueno conmigo desde que llegué y... Yo, en cambio... Me he comportado como una tonta.

–Si, ya lo había notado.

–De verdad lo lamento. Siempre he tenido que hacer las cosas por mi misma y no estoy acostumbrada a que las personas me traten bien.

–Aja, ¿y por eso es que querías robarle su receta a Clyde? –la acusó Lincoln cruzándose de brazos.

–Lamento mucho lo que hice –se disculpó avergonzada–. Es sólo que toda mi vida he estado bajo mucha presión, siempre viviendo a la sombra de mi hermana: "Jordan la perfecta", "Jordan la presidenta del consejo estudiantil", "Jordan la capitana del equipo de porristas", "Jordan la numero uno en el cuadro de honor".

Lincoln se limitó a escucharla atentamente, mientras que poco a poco dejó que su endurecida expresión se relajara.

–Hornear es la única cosa en la que no he sido acaparada por mi tonta hermana –prosiguió Cookie con sus disculpas–, siento que es lo mio, lo que me hace especial. Incluso tenía pensado empezar mi propio negocio hasta que... Bueno, hasta que tú y Clyde arrasaron con la competencia con estas galletas peligrosas.

–Si, creo entender a donde va todo esto –dedujo Lincoln–. Supongo que debe ser frustrante que alguien más te haya superado en aquello que tanto te apasiona.

–Aun así, entendí que eso no justifica mi forma de actuar... ¿Crees poder perdonarme?

–Disculpa aceptada, Cookie –accedió el chico–. Pero te advierto que esta es la ultima vez que te hago este tipo de favores.

–Si, lo que tú digas. Y también prometo tratarte mejor a partir de ahora y espero que podamos ser buenos amigos.

–Me parece bien.

–Después de todo, en estos días que hemos trabajado juntos, me di cuenta que tú y yo tenemos mucho en común.

Lincoln, al oír esto, le sonrió encantado.

–¿En serio?

–Claro –le sonrió Cookie igualmente–. Así como Jordan me estorba a mi, a ti te estorban tus diez hermanas fastidiosas que te causan problemas en todo momento y nada más te tratan como a un esclavo. De hecho, mi situación no es nada en comparación a la tuya, que tienes el mismo problema que yo pero multiplicado por diez. ¿No te parece gracioso e irónico?

Lejos de darle la razón, como ella se lo esperaba, el peliblanco dejó de sonreír. Aparte, su expresión se endureció más que antes. Cuando volvió a hablar, su tono de voz no se elevó, pero si se mantuvo firme.

Ruidosa antología del horrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora