Cuando el humo se disipó todo y hubo extinguido las llamas de las velas rojas, el grupo de niños pudo abrir sus ojos nuevamente y respirar con normalidad.
Entonces todos ahí se sobresaltaron; pero no tanto como lo hizo Ronnie Anne cuando vio a quienes estaban parados arriba de la mesa, allí en medio del pentagrama dibujado con tiza donde antes había visto a la criatura de los grandes cuernos en espiral y al ser amorfo con tentáculos.
–... ¿Lincoln?... ¿Clyde?...
–Hola, Ronnie –la saludó su amigo de blancos cabellos, y le guiñó un ojo–. ¿Cómo van las cosas en la gran ciudad?
En lugar de sus ropas de siempre, Lincoln lucía el mismo smoking negro con corbatín de color naranja que usó la ultima vez que la vino a visitar (el mismo que llegó a usar esa vez que creyó erróneamente que había pretendido declarársele cuando solamente le quería mostrar su acto de magia). Aparte de esto, llevaba puesto un elegante sombrero de copa y en su mano empuñaba un bastón negro con empuñadura de oro.
–Oye, tranquilo, viejo –apaciguó el otro chico oriundo de Royal Woods a Justin Bieber, que seguía echado en el piso cuál perro regañado temblando de miedo.
En cambio Clyde vestía un elegante saco color azul oscuro y llevaba consigo un portafolios que lo hacía verse como todo un empresario.
–Sólo queríamos felicitarte por esa magnifica entrada. Relájate, amigo, necesitas descansar.
–Oh, gracias, sus bajezas –dijo el disque cantante que se puso en pie otra vez–. Son ustedes muy generosos. Si me lo permiten, con su permiso me retiro ahora. A no ser que necesiten algo más.
–No, puedes marcharte –concedió Lincoln, para mayor desconcierto de los chicos de Great Lake City.
–Pero recuerda que aun tienes que pagar tu cuota de extensión –advirtió Clyde–. Siete años más de fama y fortuna para ti a cambio de el alma de una inocente.
Ronnie Anne no daba crédito a lo que veía y escuchaba. Un famoso les estaba rindiendo cuentas a Lincoln Loud y a Clyde McBride, los dos chicos más gentiles, inofensivos y, tenía que admitir, algo pusilánimes que conoció en su antiguo pueblo del que se mudó.
–Como ustedes manden, sus bajezas –asintió Justin Bieber con humildad. ¡Uno de los famosos más odiados e influyentes de la actualidad les estaba rindiendo cuentas a esos dos como si fuesen sus jefes, por no decir sus dueños! ¡¿Qué rayos estaba pasando, doctor garcía?!–. Ya tengo a una de mis fans, lista y sedada, esperándome en un escondite que nadie más que yo sabe donde está. En cuanto ustedes lo ordenen, sacaré su pequeño corazón y lo comeré.
–Me parece bien –dijo Lincoln.
–No hay nada más inocente que las fans descerebradas de esta mariquita –secundó Clyde.
–Ahora lárgate, Bieber, antes de que cambie de opinión.
–Si, señor.
Antes de salir por donde vino, Justin se quitó su sombrero de rapero y se aproximó a darles unas palabras de aliento a las protagonistas de esta historia.
–Oigan, Ronnie Anne, Sid, me tengo que ir. Ustedes pueden.
–Ni se te ocurra tocarnos, pervertido –advirtió la achinada, quien se echó para atrás cubriéndose con ambas manos los pechos que no tenía–. Vete de aquí, nadie te quiere.
Después que Justin Bieber abandonase el edificio cabizbajo, Lincoln Loud apoyó un pie en la banca para bajar de la mesa y Clyde McBride le siguió el paso.
–Lincoln... Clyde... –balbuceó nuevamente Ronnie Anne, que todavía no cabía en si de asombro por haberlos visto aparecerse allí, aparte de todos los demás sucesos extravagantes que acababa de presenciar–. ¿Qué están haciendo aquí?... ¿Y que rayos fue todo eso?... ¿Uno de tus trucos de magia?... ¿O acaso estaré soñando?
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Ruidosa antología del horror
FanfictionHaiku te narrará una serie de terroríficas parodias ambientadas en el universo de TLH. The Loud House y sus personajes son propiedad de Chris Savino y Nickelodeon. Ilustraciones por: Israel Cambal.