El secreto de las galletas peligrosas

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Seguimos en nuestro recorrido por esta misteriosa tienda, abastecida con toda clase de curiosos artículos traídos de otros mundos paralelos.

Esta vez estamos en medio de dos de esos estantes abarrotados con toda clase de cosas viejas y polvorientas, de las que pronto esperamos conocer su macabra historia.

Ahí está, frente a nosotros, la espeluznante niña que nos atiende cada vez que venimos. Mira, ahí está, justo al final del corredor, junto a ese pedestal de mármol con el busto de Edwin.

¿Cómo que quién es Edwin? Edwin es el protagonista del programa Vampiros de la melancolía.

Pero que raro que entre tantos artículos fascinantes tenga uno de esos bustos en exhibición, si son tan comunes que los puedes hallar en cualquier juguetería.

Aunque si admito que nunca antes había visto uno que tuviera esas curiosas incrustaciones de rubíes en los ojos. Mmm... No sé porqué, pero algo me dice que no deberíamos mirar fijamente.

¡Cielo santo! ¿Viste eso? Me pareció ver que brillaban, ¿o acaso habrá sido mi imaginación?

Hay, no sé, pero, sólo por si acaso, lo mejor será que mantengamos apartada la mirada y nos fijemos mejor en la niña, que en este momento está terminando de desempolvar el busto con un plumero. En cuanto termine seguro nos explicará que tiene de especial.

Tras acabar de sacudirle el polvo al busto, Haiku se regresó a mirar al lector para dar por iniciado su siguiente relato.

–No es un secreto que a todos nos asusta algo, aun cuando suene ilógico. Hay a quienes no les agrada estar a grandes alturas, dado que les hace sentir náuseas. Hay otros que de niños son atacados por perros y en consecuencia cuando los ven cruzan la calle...

Antes de continuar hizo una breve pausa para sacar un paño de seda, con el que procedió a sacar brillo a las incrustaciones de rubíes en los ojos del busto.

–Están los que no pueden subir en solitario al ático –comentó mientras hacía esto–, aun si saben que no hay nada ahí que te pueda hacer daño, y a los que les dan miedo que los pájaros vuelen cerca de su persona, pese a que por lo general no lastiman a nadie. Pero lo cierto es que hay un lugar oscuro, en el interior de cada quien, que lo hace sudar, y lo paraliza...

Tan rápido como terminó de pulir los rubíes, Haiku se apuró a vendar los ojos del busto con el paño ese, y se apartó del pedestal con suma precaución.

–No es otra cosa más que el miedo –advirtió dirigiéndose nuevamente a todo aquel que esté leyendo esto–, que es diferente para cada individuo; el que uno debe enfrentar a toda costa, o se lo comerá vivo. Aquello era algo que una chica llamada Cristina estaba por descubrir, en lo que da inicio este relato que a mi y al señor Fantasma nos gusta llamar...

***

El secreto de las galletas peligrosas

Acorde a lo que acababa de mencionar Haiku, Cristina miró con total incertidumbre a su alrededor.

La única fuente de luz allí era escasa, venía de los espacios entre las aspas de un gigantesco ventilador que aireaba el lugar, en el que sólo había una silla de piedra ubicada en el centro.

–¿Hola?... Oigan... Quiero salir de aquí.

En respuesta, la pelirroja oyó susurrar a una vocecilla rasposa a sus espaldas.

Siéntate, por favor.

–... De acuerdo, lo haré –accedió, con tal de que todo acabara lo antes posible.

Ruidosa antología del horrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora