Linka y la bruja Parte 3 (Final)

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–¿Qué te pasa, Clyde? –preguntó Stella.

A las puertas del arcade, el chico de color se apretó las manos contra el vientre entre quejidos lastimeros.

–Me duele el estómago –confesó–. Me siento mal por Linka. Nos pidió apoyo y le dimos la espalda.

–Ella se lo buscó por andar difamando así a la maestra Johnson –objetó Liam–. Mira que andar diciendo que es una bruja y que pretende hacernos daño. Reconozco que es algo severa, pero ha sido buena con nosotros y siempre nos trata bien.

–Si, ya sé que Linka a veces puede ser insoportable cuando habla de monstruos y todo eso; pero es mi mejor amiga y debería apoyarla, así esté loca de remate.

–Nha, dices eso porque te gusta –lo acusó Rusty–. Eso no es un secreto para nadie.

–Lo que sea –repuso Clyde apartando la mirada–. Al menos debería ir a esperarla hasta que termine su castigo.

–Te estás sonrojando –rió Stella.

–¡Nha!

Sin decir más, Clyde montó su bici y echó a pedalear de regreso a la escuela, en afán además de huir de las picaras risillas y chiflidos de sus amigos de la pandilla.

***

Linka retrocedió dando traspiés, aterrorizada ante la horripilante y genuina cara corroída de la maestra Johnson que venía hacia ella, con todo y su calva llena de llagas y laceraciones y el centelleante fulgor violáceo de sus ojos como brazas ardientes.

Me fascina serr maestrra porrque odio a los niños –rió con su chirriante voz metálica de bruja–. ¡Los odio! Serr maestrra de escuela es el mejorr trrabajo que hay parra una brruja porrque odiamos a los niños. Así podemos observarrlos de cerrca e idearr nuevas forrmas de hacerrles mucho daño... ¡Ñaca, ñaca, ñaca...!

La maestra Johnson terminó de quitarse sus guantes de lana y los arrojó a una esquina junto a la mascara y la peluca. A continuación cogió un grueso escalímetro de madera que tenía en su escritorio y lo azotó contra uno de los pupitres: ¡PLAZ!

En principio Linka creyó que la iba a golpear con eso; pero lo que hizo fue girar un extremo del escalímetro y desenfundar una fina vara de madera que tenía oculta allí adentro, como si de un bastón espada se tratase. Segundos después, la punta de la vara empezó a desprender chispas amarillas.

Y ahorra, parra asegurrarrme que no vayas a soltarr la lengua, te voy a convertirr en un sapo... No... En algo peorr... ¡En gusano!... No... Peorr aun... Te convertirré en la más horrible crriaturra del mundo... ¡En Tik Tokerr!... ¡Ñaca, ñaca, ñaca...!

–¡No! –chilló Linka que cayó contra una esquina de los mesones, cerca del santuario de ranas, la jaula de los hámster y la pecera con lagartijas–. ¡Todo menos eso!

No, esperra –rió la bruja agitando su varita–, ya sé... Te convertirré en...

–En una super modelo –sugirió la peliblanca entre risas nerviosas.

Muy grraciosa... ¡No!... ¡Te voy a converrtirr en una coneja y harré un exquisito estofado contigo!

–¡Que asco! ¡Estofado de conejo!

¡Ustedes, los niños, no saben nada de nada! –chirrió la bruja–. ¡La carrne de conejo es una rica fuente de prroteínas baja en grrasa! ¡Lo sabrrían si pusierran atención a las clases!

La bruja apuntó con su varita a Linka, que se estremeció a la espera de encontrarse con su inevitable final, y las chispas amarillas se tornaron anaranjadas.

Ruidosa antología del horrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora