○ Capítulo 23 ○

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Desperté en la cama de mi amiga, donde ella permanecía recién despierta y viéndome por un largo rato. Una lágrima de emoción recorrió su mejilla.

—Se siente extraño —Le dije.

—Sí, muchísimo —Dijo riendo a pesar de la humedad que surcaba su rostro — ¿Eres... como un fantasma?

—No, soy... un ángel —Sonreí. No quise arruinar el momento mencionando la oscuridad del título que poseía.

Ella se quedó mirándome reflexionando en aquello, de pronto la duda se despejó y dio paso a una gran sonrisa risueña.

—No eres un espíritu, entonces —Negué — ¿Cómo es volar?

Percibí un dote de emoción en su voz. Ella se imaginaba a un ángel bueno, que no estaba inmerso en una guerra angelical ni mucho menos que las alas que poseía eran oscuras como el mal. Pero, quién era yo para corromper su idea, si hace unos meses, yo pensaba igual.

—Es fantástico —Susurré no muy convencida.

Su expresión cambió a una más melancólica.

—Nos dejaste en el peor momento, ¿Sabes? Hay muchas cosas que queríamos contarte, como que Liam y yo... —La interrumpí.

—Ya lo sé, los vi en el parque —Le mencioné acordándome de la última vez que la vi en el parque. Esa fue la primera vez que me había sentido y ahí estábamos, rompiendo la pared de ambos mundos.

—Sabía que eras tú —Afirmó con una pequeña sonrisa.

—Sigue contándome... por favor, cuéntamelo todo —Supliqué.

—Bieeen —Chilló ella secándose las lágrimas —Nos besamos, durante el paseo de las vacaciones y hemos formado una relación, lenta, pero sin duda llevadera. Él ya no se irá de nuevo, se quedará aquí... en el pueblo.

Siguió hablando por un buen rato hasta que se detuvo al ver que yo sonreía con los ojos achinados.

— ¿Qué sucede? —Preguntó.

—Nada, estoy sorprendida y feliz de que alguien me haya visto —Susurré —Estaba ansiosa de que notaran por fin que trataba de comunicarme con ustedes.

Ella formó una ligera línea con sus labios, apretándolos.

—No soy la única que deseaba verte de todas las formas posibles —Mencionó con un ápice de tristeza. De mi rostro se borró de inmediato la sonrisa.

— ¿De qué hablas?

—Adam, él... ha estado de lo peor ¿Sabes dónde lo encontramos la semana pasada?

— ¿Dónde?

—En un bar, totalmente borracho —Me informó. Cerré los ojos sintiendo ese ardor tan característico de cuando sientes que estás perdiendo a alguien —Quizás deberías descansar, muchas información no siempre es buena de golpe.

—Sí, eso creo —Dije — ¿Quieres irme a dejar?

—Sí, claro, pero prométeme que no te enfocaras demasiado en lo que Adam, al final cada uno pasa su pena como puede —Consiente de que le estaría mintiendo, le asentí tristemente. No podía olvidar a alguien tan importante así como así... No después de haberlo querido tanto.

Nos pusimos de pie y ella se vistió de forma abrigada, lo que me hizo pensar en lo acostumbrada que estaba ya al frío del prado del mundo angelical.

Salimos de su casa caminando a paso lento hacia la entrada del prado. Íbamos conversando de muchas cosas: supe que a mi madre la habían hospitalizado por depresión, mi papá apenas salía de casa. Emma llevaba casi dos meses de embarazo y según Karen, aun no sabía si tenerlo o darlo en adopción, o abortarlo.

Al llegar a la entrada, noté que el prado de los humanos era muy contrario al de los ángeles. Más soleado y florecido. Esa era la unión de los dos mundos, uno más claro que el otro, donde supuestamente ninguno tenía contacto con su contraparte. Pero ahí estaba yo, con otra duda resurgiendo.

Yo era un ángel y había pasado hacía el mundo de los humanos de tal manera que fue vista y percibida por una humana. Si eso fue posible, ¿Podría ser al revés?

La idea era alucinante, pero terrorífica.

Lo único que necesitábamos era... creer.

—Dame tus manos —Dije ansiosa.

— ¿Para qué?

—Crees en mí ¿Cierto? ¿Crees entonces en los ángeles? —Le pregunté.

—S...si ¿Por qué?

—Lo haces, ¿De verdad?

Ella me observó meditando hasta que su mente se aclaró.

—Si —Dijo decidida.

Entonces le abracé las manos con las mías y le dije:

—Por favor, no te asustes.

Pero ya era tarde para que ella se negara, la extraña niebla nos envolvió y luego, aparecimos en el prado oscuro del mundo angelical. Al instante, a Karen le faltaba el aliento y casi se desmaya. Comenzó a mirar a su alrededor con un rostro que emanaba miedo y señalaba a muchos ángeles mientras sus ojos se acostumbraban a la nueva realidad ante ella.

— ¿Los ves? —Le pregunté con una sonrisa.

—Sí, pero... ¿Cómo es posible? —Abrió sus ojos sorprendida.

—No lo sé, pero creo que tiene que ver con tu fe —La abracé.

De pronto llegó Manny, quien se acercó lentamente cuando vio a Karen. No podía creerlo, se le notaba.

—Es el hijo de Margaret, era... mi compañero en el taller de arte —Dijo Karen más sorprendida aún.

—Sí, me acuerdo de ti —Le respondió Manny, mientras de reojo me observaba como pidiendo explicaciones. No pasé desapercibido su rostro de duda.

Los dejé solos mientras continuaban hablando porque María Francisca me llamó. Me llevó hacia una esquina alejada, la miré nerviosa por si decía algo sobre Karen, pero sus palabras comprendí que no tenía nada que ver y por lo tanto, no era nada bueno.

— ¿Sucede algo? —Le pregunté nerviosa.

—Sí, descubrimos algo —Su voz sonaba seca y triste.

— ¿Qué cosa?

—No es algo sobre los ángeles mayores, sino que es sobre alguien que creo que te importa mucho —Dijo.

Se me tensó el cuerpo al pensar en todos los que amaba, pero había alguien en específico que había estado ocupando mi memoria este último tiempo y mis extremidades lo notaron. Sentí que se me paraba el corazón al oír la noticia de María Francisca.

—Es... Adam —Susurró despacio.

Ahogué un suspiro desesperado y las lágrimas comenzaron a brotar aun sin saber qué sucedía.

—Él se... suicidó —Apenas la escuché, porque al instante percibí la oscuridad envolverme. Comencé a llorar como nunca lo había hecho. Terminé acurrucada en el suelo y escondida entre mis brazos.

No podía ser cierto.

Solo estaban jugando conmigo, me estaban probando.

María Francisca me abrazó y me tocó el cabello para que me calmara, pero no lograba nada, yo seguía llorando. No tenía cómo cambiar lo que me habían dicho, pero lo deseaba con todas mis fuerzas. No quería creerlo. En el llanto, sentí como caía otro pétalo, quedando siete.

Además sentí a Manny y a Karen cerca de nosotras, sin embargo María Francisca seguía abrazándome. De pronto, sentí más brazos alrededor y supe que mis amigos estaban conmigo.

Pero...

¿Por qué perdíamos lo que más queríamos?

Él me faltaría siempre.

Un Ángel De Alas Negras © (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora