○ Capítulo 24 ○

1.2K 125 1
                                    

Al principio no le había creído a María Francisca, pero cuando fui a casa de Adams, encontré a su madre llorando, y a su padre sumido en el alcohol. Salí al patio y también lloré, pero no me había bastado, por lo que regresé a mi hogar y por primera vez, después de muchísimo tiempo, dormí en mi cama.

Desde ese momento, habían pasado tres semanas.

Si, tres.

No había querido hablar con Manny, porque sería difícil explicarle que Adam aún era importante para mí. Había sido el primero en todo.

Era una ilusión: todo lo que había pensado alguna vez con Adam, ese...sentimiento de amor por él. La idea de haberme enamorado, estaba mal. Cometí el error de malinterpretar las cosas, porque siempre pensaba en los demás y con él, no fue la excepción. Me quedé con esa mentalidad de que lo amaba cuando en realidad, nunca había sentido algo tan fuerte. Solo quería creer que eso era amor.

Pero necesitaba con todas mis ganas, pensar en lo mejor para mí y lo mejor en ese momento era salir de ese mundo oscuro que rodea a los ángeles de alas negras. No sabía pelear, ni usar armas, así que tendría que empezar a entrenar.

Como había dicho la mensajera, tendría que hacerlo si quería luchar.

Y sí que lo haría.

No dejaría de luchar.

Podía pedirle a Manny, pero ya sería mucho. Me había ayudado demasiado para que siguiera sacrificando su tranquilidad por mí.

Quizás, el indicado podría ser George.

O cualquier otro ángel.

Me levanté con esa idea intacta en la cabeza. Había estado sin noticias durante tres semanas, sola, intentando dejar mi mente tranquila, pero no pude.

Bajé a la primera planta de mi casa pero no había nadie más. Cuando salí por la puerta principal, me encontré con Karen consolando a Liam. Mi hermano estaba de espaldas a mí y mi amiga al frente, por lo que ella me vio de inmediato. Me dedicó una mirada triste debido a que Liam estaba llorando. Comúnmente, él no lo hacía, pero ahí dejó que la agonía lo consumiera y dejó el llanto fluir.

Salí de mi casa alejándome de Karen y Liam. Caminé hacia el restaurante de Margaret pero no entré, me quedé pasmada a las afueras. Me devolví hacia el parque más cercano y me senté (no sé por cuántos minutos) De pronto, a mi lado llegó mi amiga.

— ¿Cómo te sientes? —Preguntó.

—Sigue siendo difícil —Dije con la mirada perdida.

—Sí, para Liam también, para todos en realidad —Dijo con una sonrisa melancólica.

— ¿Cómo?

—Hace unos días reíamos muchísimo, y ahora lloramos a más no poder.

Suspire lanzando todo el aire acumulado. Pero de repente me surgió una nueva duda, ¿Chris estará con ellos? ¿Seguirá acompañándolos o se habrá ido con los ángeles mayores? Quizás seguía mintiéndoles de que tenía buenas intenciones.

— ¿Cómo está Chris? —Pregunté a la deriva.

Ella suspiró detenidamente con su mirada puesta al frente.

—No lo he visto —Dijo —Desde que desapareciste, al parecer se fue a su país.

Procesé una terrible idea y no quise mencionarla, pero Karen me descubrió vagando por la mente en pleno instante.

— ¿En qué piensas? —Dijo con cara de preocupación.

Decidí que era momento adecuado para contarle todo lo que pasaba dentro del prado, si ella ya era parte.

—Donde yo estoy, hay otras montañas en las que viven otros ángeles. El prado en donde estamos, está repleto de oscuridad, tú lo viste... Pero hace muy poco descubrimos que en otra montaña están los ángeles mayores, esos sí que parecen a los ángeles que uno imagina, con sus alas blancas y enormes y su tan majestuosa figura, pero...

— ¿Son malos?

Asentí con una línea fina en los labios.

—Ellos controlan todo, el prado y nosotros, los ángeles. Creo que ellos son la razón de que nos sintamos tan prisioneros. No somos libres por esos ángeles mayores. Y pienso que la única manera de hacer algo, es luchando contra ellos.

—Quieres pelear —Confirmó.

Volví a asentir.

—Y quiero ganar, quiero que todos seamos libres y ser humanos de nuevo —Sabía que me estaba aguantando la furia, que no podía soltar lo que tanto reprimía, así que nuevamente lo guardé en mi interior. Un extraño calor surgiendo fue aprisionado por la razón.

— ¿Quieres ayudarme? —Dije de pronto.

Ella se mostró confundida. ¿Cómo ayudaría una humana en una guerra de ángeles?

—No sé pelear, ni nada por el estilo —Susurró aún pasmada.

—Yo tampoco, pero podemos pedirle a alguien que nos entrene —La miré fijamente a los ojos.

—Pero si los humanos no te ven.

—Pero a ti te ven los ángeles —Le di una pequeña sonrisa reconfortante, esperando que aceptara.

— ¿Y saben pelear?

—Sí.

Ella me observó con miedo en sus ojos, dudando si era bueno o no. Si no lo hacía, lo entendería, porque finalmente esta no era una batalla que ella tuviera que pelear.

—Está bien, pero no quiero involucrarme en más cosas, solo te apoyaré —Le agradecí sonriéndole. Necesitaba urgente ayuda de alguien confiable.

Me tomó las manos en un gesto de apoyo y viajamos hacia el prado. El cambio era brusco, pero era algo a lo que uno se podía acostumbrar. Karen seguía observando inquieta en el entorno que la rodeaba y aunque quería parecer tranquila, no lo lograba. Sentía su temblor incluso sin tocarla.

—Sigo sin acostumbrarme a esto —Susurró nerviosa.

Sonreí cortante y con cierta nostalgia. Tendría que enfrentarme a todos, quienes claramente preguntarían qué había sucedido. ¿Por qué había una humana en el prado? ¿En el mundo angelical? Perdida entre mis pensamientos, caminé buscando a George, con Karen siguiéndome el paso.

Cuando lo encontramos, él de inmediato se quedó mirándola embobado, pero ella no lo tomó en cuenta, pues al parecer solo había un hombre al quien Karen miraba así de pérdida y ese era mi hermano.

—La chica tiene novio —Mencioné para que George oyera.

Él se quedó pensando un momento y luego asintió rendido.

— ¿A qué vienen?

—Necesito que nos entrenes —Su mirada fue de confusión pero enseguida entendió el por qué.

—Planeas ir a la guerra, ¿No? —Dijo pensativo, seguramente aún reflexionando en cómo lo haríamos.

—Si eso nos lleva a la libertad, haré lo que pueda —Él volvió a reflexionar pero aun así me tendió la mano.

Entonces, accedió entregándonos unos cuchillos. Lo miramos confundidas mientras él movía su daga con mucha habilidad. Comenzó a caminar hacia un lado del prado donde había árboles marcados con círculos de tres líneas de colores en orden: amarillo, rojo, celeste y un pequeño círculo negro en medio.

Ahí, comenzamos a entrenar.

La idea era convertirse en guerreras fuertes y valientes, aunque tomara el tiempo que tomara. Lo único que pasaba por mi cabeza ahí y que rogaba porque los ángeles mayores escucharan:

Que comience la guerra.


Un Ángel De Alas Negras © (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora