○ Capítulo 26 ○

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Yo lo sabía.

Había controlado elementos y aunque era una de mis preocupaciones, no podía dejar de mirar a los demás ángeles, quienes demostraban otra duda: ¿Qué estaba pasando? ¿Tendrá que ver con haber traspasado los límites de un acuerdo que yo no tenía ni idea de que existía?

Estaba asustada, muy, muy asustada. Pero entendí rápidamente que eso no me hacía débil, sino todo lo contrario.

Estaba volviéndome más fuerte.

Observé a los ángeles a mí alrededor y sus miradas llenas de odio me traspasaron enseguida. Los insultos comenzaron a llegar atravesando mi alma.

Maldita. Idiota.

No te das cuenta de lo que has hecho.

Tonta, imbécil, inservible, mentirosa, calculadora. Todo es tu culpa.

Al parecer ya no confiaban en mí, ni en que encontraríamos como fuera una solución. Ellos no querían cambios, querían seguir como estaban.

Aún pasmada, sentí unas manos posarse en mis hombros y nos transportamos hacia la cabaña de Manny. Él se encontraba detrás y sin previo aviso me abrazó. Dejé que todo lo que se acumuló se liberara entre sus brazos. Después me deslicé por la pared de la cabaña y llevé mis piernas a la altura de mi pecho y las rodeé con mis brazos. Descansé la cabeza en ellas intentando calmar las lágrimas.

Manny enseguida se sentó frente a mí y tocó cariñosamente mi pierna, obsequiando su ayuda y apoyo. Levanté mi rostro y lo observé: ¿Cómo podía ser tan bueno? Sonreí triste y recordé a mi padre. Siempre que mamá estaba mal, con problemas, angustias, penas, en cualquier situación, papá la abrazaba y la calmaba, porque al fin y al cabo, cuando uno hace algo por el resto, los que terminan siendo heridos somos nosotros, simplemente porque la gente no sabe ver el esfuerzo que hacemos. Mi madre era así, siempre quería ayudar a los demás y terminaba siendo criticada, pero ahí estaba mi padre con ella, defendiéndola y queriéndola como siempre lo hizo. ¡Qué afortunados eran al tenerse mutuamente! Y qué afortunada yo de tener a Manny conmigo.

Era para mí.

Su mano se volvió hacia mi barbilla haciendo que lo mirara a los ojos. Lentamente se acercó y me besó. Un beso tierno que si no hubiera sido por la reacción de los demás ángeles, hubiese correspondido gustosa.

Me dolieron, sí. Pero quién era yo para juzgarlos por su reacción si muchos de ellos habían vivido por años atrapados en el prado y si eran liberados, probablemente no podrían volver a sus épocas. Sin embargo, yo solo quería una salida y aunque me gustaría que todos opinaran lo mismo, no obligaría a nadie a seguirme. ¿Pero entonces porque aceptaron pelear contra los ángeles mayores? Quizás el problema era yo, no me aceptaban a mí, ¿No? Tal vez no era capaz de hacer algo así, de liberarlos... No era la salvadora y si en algún momento lo había sentido, quizás me había equivocado.

¿Por qué no podía ser María Francisca? ¿O Manny? Ellos eran líderes natos, capaces de llevar un ejército a su salvación. ¡Qué angustia pensar así!

Manny me observó confundido.

— ¿Me vas a decir qué pasa?

Intenté sonreírle.

— ¿Cómo sabes que me pasa algo?

—No me correspondiste el beso —Susurró.

Me regañé por perder un momento tan dulce con él por andar pensando en cabalidades. Lo observé meditando, él era mi confidente, no podía ocultarle nada por mucho que lo escondiera.

—Me... odian —Dije despacio con los ojos cansados y bajé la cabeza.

Sentí sus brazos envolver mi cuerpo y que mi rostro fue a parar a su pecho.

Un Ángel De Alas Negras © (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora