Capítulo XXI

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Escucho el timbre y apago la ducha rápidamente, con jabón en los ojos, cojo la primera toalla que rozan mis dedos y me la enrollo al cuerpo mientras camino rauda por el pasillo de mi casa.

Soy consciente que es el repartidor de Correos y como a la mínima que no estés o no respondas rápido, te dejan el papelito de los huevos y te toca ir a recogerlo allí.

Mientras me duchaba, dejé abiertas las ventanas para ventilar, pero a pesar de que estemos en pleno julio me acaba de dar un escalofrío increíble.

Abro la puerta mientras me quito el pelo mojado de la cara, me asomo por el rellano y solo veo el puto papelito. Escucho como el repartidor baja las escaleras corriendo y lo veo mirar hacia arriba con mi paquete en las manos.

- ¡Oye dame mi paquete que estoy en casa! –le grito agarrada a la barandilla de las escaleras.

Omite mis gritos y luego se escuchan dos puertas cerrarse con fuerza, una de ellas la del edificio cerrada por el repartidor hijo puta y otra la de mi casa, seguramente cerrada por una ráfaga de viento.

Dejándome fuera de casa, con jabón en el pelo, en toalla, mojada, descalza, sin llaves para entrar porque la copia de repuesto está dentro y lo que más me jode de todo, sin mi paquete.

Le doy un golpe a la puerta tratando de liberar la mala hostia que tengo en estos momentos, le timbro a la vecina, pero como no responde me dedico a refunfuñar e insultar por lo bajo sentada delante de la puerta de mi casa.

Sé que Sergio iba a venir a visitarme hoy, después de la escenita que nos montaron los otros dos terminamos nuestras bebidas y me acompañó hasta casa. Me dijo que me llamaría para decirme a qué hora pasaría por mí, ya que me quiere llevar a ver el atardecer a un mirador que encontró hace unos días.

¿El problema? El teléfono está dentro y yo fuera.

-Piensa Dafne, cómo hacen en las películas para entrar a una casa- me digo caminando en círculos por el rellano. Refuerzo el agarre de la toalla para que no se me caiga y el día vaya a peor.

La única neurona que me queda ahora mismo me da la mejor idea de mi vida, mi puerta tiene dos hileras de vidrieras de cristal a los lados de esta, esa vidriera me la hizo mi padre porque trabaja en una cristalería.

No quiero romperla, pero es la única opción que encuentro y creo que he llegado a un punto que no puedo ser más patética y más gafe.

Agarro la maceta de la puerta de mi vecina y hago una mueca viendo por última vez la preciosa vidriera que mi padre me hizo con tanto cariño. Levanto el tiesto cerrando los ojos siendo incapaz de ver cómo se parte en miles de trozos. Algo se interpone en mi trayectoria y abro un ojo confundida viendo una mano en la maceta.

-Ni un día sin mí y ya estás delinquiendo –dice Sergio quitándome la maceta de las manos mientras me mira desde mi pelo con champú hasta mis pies descalzos y mojados- ¿Por qué estás desnuda y mojada en el rellano? Que a mí me encantaría tenerte así, pero en otro lugar.

-Es que se me ha cerrado la puerta mientras iba a recoger un paquete- le explico sosteniendo la toalla viendo como la mirada divertida de Sergio no se separa de mis ojos.

- ¿Y el paquete? –pregunta viendo mis manos vacías, sin el paquete que el hijo de puta del repartidor se llevó.

-Cuando salí de casa ya estaba el papel de los huevos-le digo y recojo el papel del suelo- Para ir a recogerlo a la sucursal, pero el muy asqueroso se marchó con mi paquete. Se me cerró la puerta porque tenía las ventanas abiertas y encima tengo la puñetera copia de las llaves dentro de casa- cojo aire viendo como Sergio se aguanta las ganas de reír- Ríete de mí mala suerte –le digo suspirando y segundos después las carcajadas de Sergio resuenan por el edificio.

¡Necesitamos al gigoló!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora