Capítulo XXX

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-Hola Daf-dice Sergio y enseguida veo que está borracho como una cuba, veo como trastabilla hasta apoyarse en el marco de mi puerta. Menos mal que se sujetó el, porque yo no lo iba a coger.

Lo observo de arriba a abajo notando que lleva la misma ropa de ayer, la misma que yo le quité anoche. Está despeinado pero el capullo hasta casi estar al borde de un coma etílico le sienta bien, antes de abra la boca de nuevo la palma de mi mano se estrella contra su mejilla.

-Bien- murmura segundos después mientras acaricia la zona golpeada- Sin duda, me lo merecía.- me mira de arriba a abajo para luego sonreír.-Eres tan guapa- susurra y yo abro los ojos sorprendida, esa no me la veía venir.

-Eso ya lo sé, pero solo quiero saber qué haces aquí o mejor, que te marches- digo enfadada.

-Es que tenía que hablar contigo y llevo desde que me marché de tu casa bebiendo en el bar de abajo- dice sorprendiéndome notoriamente- Hasta que bebí lo suficiente para poder venir a decirte la verdad-habla mirándome fijamente.

-Sergio solo vete a tu casa o a un puto banco a dormir la mona- digo agarrando el pestillo de la puerta lista para cerrarla.

- ¿Tú no has escuchado que los borrachos y los niños siempre dicen la verdad? - pregunta y yo asiento- Pues escucha que después de acabar las existencias de alcohol del bar puedo decir alto y claro, que estoy borracho, pero mucho.

-Sergio ¿por qué no lo hablamos mañana? cuando se te pase la borrachera- hablo tratando de sacarlo de aquí.

-Es que si se me pasa el subidón de la bebida no tengo el valor de decírtelo- dice confundiéndome- Cuando ayer me contaste lo que sentías por mi, no me lo creía y al verte dormida en mis brazos me entró el pánico. Porque cuando se trata de Dafne Fernández no sé ni cómo me llamo. Tu sola presencia intimida y no sé ni lo que estoy diciendo de los nervios- habla y juega con sus manos tratando de tranquilizarse mientras yo no sé qué decir- Yo siento de corazón haberme ido esta mañana, pero no me veía capacitado para confesarte mis sentimientos. La inseguridad me atacó al haber hecho el amor con una mujer tan increíble como tú, pensé que no sería lo suficiente para ti. Sonará ridículo pero lo que me provocas se puede definir como el síndrome de Stendhal.

Lo miro totalmente confundida y él me sonríe tímidamente, en este momento solo tengo ganas de coger el teléfono y de buscar lo que me ha dicho, por si me ha dicho algo malo darle otro golpe. Ante mi visible nulo conocimiento de ese supuesto síndrome decide seguir hablando.

-El síndrome de Stendhal es una enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión, temblor, palpitaciones cuando un individuo es expuesto a obras de arte. Especialmente cuando estas son particularmente bellas.

Casi se me olvida como respirar ante sus palabras, no sé lo que sentir ante semejante declaración. No sé si fiarme de las palabras de un borracho, pero estando borracho o no, sus palabras han hecho mella en mi corazón.

Sergio me mira y en su mirada reconozco el miedo, miedo ante el rechazo, pero esto es algo que no puedo decidir a la ligera.

-Dafne solo quiero que lo pienses- habla y no sé cómo hace que se tropieza consigo mismo yéndose de morros al suelo. Me trago la carcajada que quiero soltar y lo ayudo a ponerse de pie.

Entramos a mi casa y he de confesar que cargar prácticamente sola a un hombre que te dobla el peso y la altura no es fácil, él tampoco pone mucho de su parte y como resultado se vuelve a caer, pero encima de mi maqueta.

Gruño enfadada y esta vez el solo se pone de pie para dejarse caer en el sofá, me agacho para contemplar el destrozo que ha hecho. Está todo aplastado, tendré que repetirla, pero será cuando vuelva de las vacaciones porque ya no me da tiempo.

¡Necesitamos al gigoló!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora