Capítulo 3: Ella

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Estaba cansado de oír las quejas diarias de Merle, o las preguntas estúpidas que hacían sus compañeros. Necesitaba estar en silencio, un largo y solitario silencio.

La tranquilidad del bosque para cazar era incomparable para él. La caza conllevaba dedicación y paciencia, virtudes que Daryl Dixon aplicaba muy bien, únicamente, para cazar.
Durante dos días había seguido el rastro que dejaba un lince. Su pelaje era pardo, sus ojos avellana... era bellísimo. Aunque su audición increíble frustraba los deseos del cazador.

Y allí estaba el animal, relajándose sobre una roca. Daryl hasta evitó respirar para no hacer ruido, mientras acomodaba la ballesta para disparar, pero...

—¡No! ¡Maldito!

El lince había huido como un rayo.

Y el cazador, exhausto y hambriento, decidió regresar al campamento. Aunque odiaba la idea de regresar sin un lince sobre los hombros.

Tras descansar, continuó su camino por la mañana. Su malhumor no había cesado.
Sin embargo, el rastro de unas pisadas lo distrajo por unas horas. Unas pisadas que parecían tener un día o dos, quizás. Las siguió a paso lento con la ballesta en alto y al terminarlo, paró en seco.
El cuerpo de una chica en el suelo, inmóvil sobre las hojas en el suelo.

—Mierda.

Aunque habían pasado unas tres semanas desde aquella vez, él no tardó en reconocerla. Se veía más delgada, su ropa estaba sucia y sus labios rosados estaban resecos. Pateó su pierna, esperando una reacción... pero Nicole Harrison no reaccionaba.

Fue entonces cuando vio la gran piedra debajo de la cabeza de la mujer... la abundante sangre en su nuca. Él miró para todos lados, sin saber qué hacer.

Le tomó el pulso en su cuello... estaba respirando.

Se incorporó, sobrepasado. ¿Debía ayudarla? No, claro que no. ¡Esa hija de perra le había disparado una flecha y robado su ardilla!

Se alejó, sin mirarla, para regresar a su camino. Él no era el superhéroe de nadie.

¿Debía dejarla ahí sangrando, en el medio de la nada?

—Camina —se reprendió a sí mismo—. Camina, no seas maricón. Camina.

Ese absurdo sentimiento de culpa que le dolía en el pecho. Era ridículo, él lo sabía. Pero carajo, le molestaba.

—A la mierda —dijo, antes de voltear.

Ella estaba en la misma posición de antes. A simple vista parecía estar muerta.

Con delicadeza, el cazador la alejó de esa piedra. Acomodó la ballesta en su espalda y se agachó para levantarla del suelo. Con una mano en la espalda de ella y la otra en la flexión de sus rodillas, el cazador retomó su regreso al campamento de Atlanta con Nicole Harrison en sus brazos, donde Carol podría curarla y acostarla en la autocaravana de Dale. Cada tanto bajaba su mirada al rostro pacífico de la arquera.

De pronto, ella abrió los ojos y quiso moverse bruscamente al no saber dónde estaba ni quién la estaba cargando.

—Quieta. No voy a hacerte nada.

Miró al hombre de aquella voz ronca, sus ojos azules... antes de volver a desmayarse.

 𝐀𝐑𝐐𝐔𝐄𝐑𝐎𝐒 | 𝐃𝐀𝐑𝐘𝐋 𝐃𝐈𝐗𝐎𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora