Capítulo 31: Infectada

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El olor revolvía sus estómagos. El olor a algo podrido, sin vida, envenenaba cada sentido en sus cuerpos. Tuvieron que alejarse un momento para respirar algo limpio, viendo como Tyreese seguía en esa posición, quieto, frente a los cadáveres calcinados de Karen y David.

—Vine a ver a Karen y... vi la sangre en el piso. Después los olí —habló Tyreese, aún sin
procesarlo—. Alguien los arrastró hasta aquí y les prendió fuego. ¡Los... los mató y les prendió
fuego! —gritó, dirigiéndose a Nicole y
Rick—. Ustedes son policías... ¡Averigüen quien hizo esto y déjenmelo a mi!

Fue Daryl el que se acercó a él, intentando calmarlo.

Pero fue inútil.

—¡No me iré a ningún lado hasta que descubran quién fue! —vociferó Tyreese, empotrándolo contra la pared.

Rápidamente Nicole preparó la culata de su arma, pero Dixon le hizo una seña, deteniéndola.

—Escucha... todos perdimos a alguien. Sé que estás sufriendo, pero debes calmarte —susurró Rick, tomándolo del hombro.

—¡No me toques! —gritó, apartándolo.

—Ella no querría verte así.

Y esas cuatro palabras derribaron el vaso. El puño del moreno impactó dos veces contra Grimes, tirándolo al suelo.

Mientras Daryl alejaba a Tyreese, Nicole levantó a Rick.

Pero éste, entrando en cólera, empujó a Harrison y corrió hacia Tyreese. Ignoró los gritos a su alrededor. Solo comenzó a golpearlo, sin parar.

—¡Rick! ¡Detente!

—¡No!

Daryl, con gran dificultad, logró detener a Rick, tomándolo de los hombros.

—¡Suéltenme! ¡Déjenme! —gritó, enloquecido.

Su asesina mirada azul no se apartaba de Tyreese, que a pesar de la brutal pelea, había roto en llanto.

Hershel limpiaba la sangre de los nudillos de Rick, pasándole la venda. Grimes sentía la reprochante mirada de su mejor amiga.

—Anda, dilo —suspiró.

—Sí, lo diré. ¿Sabes qué eres? Un idiota, Rick
Grimes —masculló Nicole, señalándolo con el dedo índice.

—Él me golpeó, y...

—No, paren. Ambos —regañó Hershel, sin perder la calma—. Acabamos de vivir algo terrible. Todo lo que luchamos por mantener lejos, se infiltró. Perdimos a doce de los nuestros. Otros dos fueron asesinados a sangre fría.

—Hice suficiente daño en un día —murmuró Rick cabizbajo.

E inmediatamente Nicole se arrepintió.

—No eres un idiota —dijo ella, colgándose su
arco—. Pero si no haces lo que voy pedirte, serás uno. Así que sígueme, hablarás con Tyreese.

El antiguo Sheriff la siguió, sin rechistar.

—Lamento lo que te sucedió. Lo que te hice. Todo —expresó Rick, mirando a Tyreese.

—Los dos tuvimos la culpa —suspiró, caminando hacia ellos—. Tienen que descubrir quién fue. Por favor.

—Ty, ¿alguien tenía un problema con David o con Karen? —preguntó Nicole, hablándole con calma.

—No —respondió, rápidamente—. Karen se llevaba bien con todos. David también.

—Tyreese... eran los únicos contagiados. Quizá esta persona lo hizo para detener la epidemia, ¿no
crees? —musitó Rick suavemente, temiendo su reacción.

—No la detuvo. Sasha... Sasha enfermó también.

¿Alguna vez sintieron un mareo al levantarse de la cama de golpe? Bueno, eso sintió Nicole. Excepto qué no se había levantado de ningún lado.
¿Por qué las rodillas, orejas y el pelo de Rick se movían? ¿Estaba alucinando o qué demonios le pasaba a la tierra?

—¿Ha estado sudando o es de ahora? —preguntó Tyreese.

—¿De qué hablas? —replicó Rick, extrañado.

—Qué calor, eh —suspiró Harrison, abanicando sus manos.

—Nicole, ¿qué te pasó? —murmuró Grimes, acercándose.

Pero Nicole se alejó.

Una delgada gota de sangre cayó de su nariz. Su cuerpo sudaba. Su respiración se tornó agitada.

Se había contagiado.

—No te acerques. Carajo —limpió con frustración su sangre—. Iré con el Dr. S. Estaré bien.

Yendo al pabellón A, intentaba convencerse de que, estaría bien.

—¿Dr. S? —lo llamó, entrando en él. Pero nadie respondió—. ¿Dr... ¡Carajo!

Se exaltó, cuando los barrotes de una celda fueron agitados, por un caminante adentro.

Era el señor Murphy, muerto.

—Nicole —apareció Dr. S, tosiendo sin parar—. Está comenzando.

Horas después, cerró la puerta del pabellón, para dirigirse a la sala de visitas.

La exaltada voz del cazador se oyó en todo el lugar.

—¡¿Qué?! ¿Dónde está?

Apenas Dixon vio el pañuelo teñido de rojo en sus manos y el sudor en su cuerpo, entró en desesperación.

—Robin, ¿qué haces aquí? —le preguntó.

Pero él estaba ocupado, acechándola a través del cristal.

—No debiste entrar al pabellón. No debiste aislar a los contagiados —reprochó, refregando su sien nervioso—.  Mierda, Harrison. No debí dejarte.

—¿Dejarme? ¿Eres mi niñera ahora? —replicó, tratando de animarlo—. Ya, deja de hacer eso.

—No debiste ponerte en riesgo.

—Debí, no debí. Ya está hecho, cielo. Ahora cálmate y cuéntame algo, o... —y por más que trató, no pudo evitar otro ataque de tos.

La sangre salía de su boca con facilidad, su garganta ardía como el infierno. Daryl se detuvo rápidamente al verla así.

—¿Estás bien? —murmuró, apegándose al cristal.

—Sí, y ya deja mirarme así —pidió, señalándolo con el dedo.

La miraba con preocupación.

—Escucha. Iré a buscar antibióticos a una facultad de medicina, está a unos 80km. Traeré todo lo que necesitas. Estarás bien, ¿sí? —aseguró, hablándole en voz baja.

—Hey, estaré bien. Aunque no podré cuidar tu trasero desde aquí —respondió, provocándole una pequeña sonrisa—. Te quiero vivo y respirando, eh.

—Yo también a ti.

Le sonrió una última vez, para salir de la sala.

Y Daryl, una vez que se fue, golpeó el suelo frustrado. Salió de la sala también y al cruzarse con Hershel, le susurró:

—Estará bien.

Eso esperaba. Pero qué equivocado estaba.

 𝐀𝐑𝐐𝐔𝐄𝐑𝐎𝐒 | 𝐃𝐀𝐑𝐘𝐋 𝐃𝐈𝐗𝐎𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora