Una última gota de agua cayó de la botella. Sonrió, negando la cabeza. ¿Cuánto tiempo más iba a sobrevivir así? Sola, en el bosque. Miró el moretón en su brazo. Recordó que tampoco podía confiar en nadie. Con la consciencia intranquila, muriendo de hambre y sed... ¿Qué tan lejos llegaría?
El crujir de las hojas secas en el suelo interrumpió sus pensamientos. Una ardilla paseaba por la tierra, indiferente a su alrededor. Indiferente a la mujer que preparaba su arco, a unos metros.
Controlando la desesperación que crecía en ella al distinguir comida, siguió al inquieto animal, hasta que éste se subió a un árbol, para alimentarse de la corteza.
Elevó su arco en el aire, lentamente. Mantuvo sus ojos azules en su inocente presa. Suspiró, con precisión, antes de tensar la cuerda y disparar la flecha.
Pero el animal jamás cayó al suelo... porque una segunda flecha había terminado clavándolo al tronco del árbol.
—¿Hola?
Intentó disimular su confusión, su miedo, apuntando con su arco a todas las direcciones posibles de aquel solitario bosque. No había ningún movimiento, ningún ruido.
Al parecer... el dueño de aquella otra flecha se había esfumado.
Pero la arquera sabía que eso no era cierto.
—Tú, detrás de ese arbusto. ¿Tengo que dispararte? ¿O saldrás de ahí?
—No me dispararás —respondió una grave y demandante voz.
La arquera sonrió.
Y disparó.
—¡Hija de puta!
Daryl Dixon salió de aquel arbusto, completamente encolerizado, dispuesto a enfrentarla. Su ballesta apuntaba cruelmente a su cabeza. ¿Cómo pudo atreverse a dispararle?
—¿Te crees muy graciosa? —escupió, furioso.
—Ni siquiera te rozó —contestó, con una sonrisa tranquila— No seas dramático... fue divertido.
—Sí, divertido. ¿Quieres que lo haga yo?
—Mm, paso.
Él la miró, aún más enfurecido. Su tranquilidad lo descolocaba. Su postura era decidida, sus palabras afiladas, pero había algo en sus ojos que traicionaba la dureza que intentaba mostrar.
Ella claramente fingía estar tranquila. La altura y la fuerza en los músculos del hombre lograron intimidarla. Su cabello castaño caía cubriendo apenas sus ojos azulados.
Era salvajemente... atractivo.
De pronto, un caminante apareció. Y ella aprovechó la distracción del hombre para echarse a correr. Él no tardó en insultarla y seguirla. La mujer trepó el árbol con agilidad y bajó, con la ardilla en sus manos.
—¿En serio? —expresó la arquera, al ser apuntada por la ballesta de él— Baja eso.
—Dámela —demandó él.
—¿Disculpa?
—Dame la ardilla, imbécil. Deja de jugar.
La arquera lo ignoró y comenzó a caminar. Por alguna razón, sabía que él no iba a hacerle daño. Y él, a su vez, sabía que ella no iba a hacerlo tampoco.
—Es mía —masculló él, tomándola de la muñeca.
—Yo la seguí hasta este árbol —jadeó de dolor ella, por el fuerte agarre de él.
—Yo la estaba esperando, justo aquí.
—Mi flecha la cazó primero.
—Ya, me cansé —finalizó él, quitándole el animal de un tirón—. Lárgate.
—Sí, yo también me cansé —murmuró ella.
Con fuerza impactó su pierna contra el estómago del hombre, arrojándolo al suelo. Tomó al animal y de un salto se echó a correr. Pero pronto ella terminó en el suelo también... ya que él terminó tirándola, quedando arriba de su delicado cuerpo.
Daryl Dixon no pudo evitar analizarla. Sus ojos eran azules, con destellos grises. Su boca era perfecta, carnosos labios rosados. Su cabello era largo y negro.
—Déjame decirte algo, Robin —dijo ella, dándole un puñetazo en la nariz.
—¿Por qué carajo me llamas así? —respondió él, devolviéndole el golpe.
—Robin, Robin Hood —explicó la arquera, respirando con dificultad.
—Robin Hood tiene un arco —contestó el cazador, obvio—. Esto es una ballesta, idiota.
—Eres igual de sucio que ese zorro. Aunque, ¿sabes qué?
—¿Qué?
—Quizás si alejaras tu cuchillo de mi cuello, pueda disfrutar tenerte en esta posición.
—Quizás, pero no eres más que una perra.
La desesperación que tenían por ingerir algo de comida vencía la atracción que sentían. Ambos habían oído los pasos de un caminante hacia su dirección, pero ninguno pensaba frenar... hasta acabar con el otro.
—Escúchame bien —demandó ella, aflojando la mano que rodeaba el cuello de él—. Ese muerto está a menos de tres metros. Yo estoy abajo. Tú estás arriba, elige a quién matar primero.
Y él apretó sus dientes furioso al saber que ella tenía razón. Se incorporó de golpe para clavar su cuchillo en la cabeza del caminante. Y eso fue suficiente para oír el seguro de un arma siendo quitado.
—Sin intentar nada estúpido, arroja la ardilla a aquel árbol —susurró en su oído.
La rabia en él aumentó, al obedecer.
—Eso es —sonrió ella, guardando el animal en su bolso—. Fue un placer conocerte, Robin.
Nicole Harrison huyó de allí con rapidez, sin saber que esa no sería la última vez que vería a aquel hombre.

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𝐀𝐑𝐐𝐔𝐄𝐑𝐎𝐒 | 𝐃𝐀𝐑𝐘𝐋 𝐃𝐈𝐗𝐎𝐍
RomansaEn el fin del mundo, el más fuerte sobrevive. Los débiles pierden. Pero... ¿es de débiles permitirse sentir? Sus flechas se encontraron. Él era un solitario, ella una guardiana. Eran dos almas fragmentadas que entrelazaban sus pedazos partidos, sin...