Capítulo 2: Robin

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Una última gota de agua cayó a su boca. La comida ya se había acabado hacía días... ahora el agua. Nicole Harrison sonrió, negando con la cabeza. ¿Cuánto tiempo más iba a soportar vivir así? Sola, sin confiar en nadie, con la consciencia intranquila... muriendo de hambre y sed.

Sus pensamientos fueron rápidamente interrumpidos por el crujido de las hojas secas. Una ardilla recorría la tierra, indiferente, mientras la mujer preparaba su arco y flecha con desesperación. Siguió al inquieto animal hasta que este se subió a un árbol para alimentarse de la corteza.

—Lo siento —murmuró, elevando su arco.

La cuerda se tensó y la flecha salió disparada hacia la ardilla. Pero el animal jamás cayó al suelo...  porque otra flecha había terminado clavándolo al árbol.

A pesar de su confusión, la pelinegra actuó con rapidez y se escudó con su arco, apuntando a todas partes. No hubo ningún movimiento, hasta parecía que la otra persona se había esfumado... pero la arquera sabía que eso no era cierto.

—Tú, el ridículo que está detrás del arbusto —indicó, cansada—. ¿Tengo que dispararte o vas a salir de ahí?

—No me dispararás —respondió una grave y demandante voz.

La arquera sonrió.

Y disparó.

—¡Hija de puta!

Daryl Dixon elevó su ballesta encolerizado, dispuesto a enfrentarla. Pero ella no tuvo la intención de matarlo, calculó su objetivo con exactitud... a cinco centímetros de su oreja izquierda.

—¿Te crees muy graciosa? —escupió, furioso.

—No seas tan dramático —le contestó, tranquila—. Ni siquiera te rozó.

Mentiría si dijera que estaba tranquila. La altura y la fuerza en los músculos del hombre lograron intimidarla. Su cabello castaño caía cubriendo apenas sus ojos azulados. Era salvajemente... atractivo.

De pronto, un caminante apareció. Y ella aprovechó la distracción del hombre para echarse a correr. Él no tardó en insultarla y seguirla. La mujer trepó el árbol con agilidad y bajó, con la ardilla en sus manos.

—¿En serio? —expresó la arquera, al ser apuntada por la ballesta de él— Baja eso.

—Dámela —demandó él.

—¿Disculpa?

—Dame la ardilla, imbécil. Deja de jugar.

La arquera lo ignoró y comenzó a caminar. Por alguna razón, sabía que él no iba a hacerle daño. Y él, a su vez, sabía que ella no iba a hacerlo tampoco.

—Es mía —masculló él, tomándola de la muñeca.

—Yo la seguí hasta este árbol —jadeó de dolor ella, por el fuerte agarre de él.

—Yo la estaba esperando, justo aquí.

—Mi flecha la cazó primero.

—Ya, me cansé —finalizó él, quitándole el animal de un tirón—. Lárgate.

—Sí, yo también me cansé —murmuró ella.

Con fuerza impactó su pierna contra el estómago del hombre, arrojándolo al suelo. Tomó al animal y de un salto se echó a correr. Pero pronto ella terminó en el suelo también... ya que él terminó tirándola, quedando arriba de su delicado cuerpo.

Daryl Dixon no pudo evitar analizarla. Sus ojos eran azules, con destellos grises. Su boca era perfecta, carnosos labios rosados. Su cabello era largo y negro.

—Déjame decirte algo, Robin —dijo ella, dándole un puñetazo en la nariz.

—¿Por qué carajo me llamas así? —respondió él, devolviéndole el golpe.

—Robin, Robin Hood —explicó la arquera, respirando con dificultad.

—Robin Hood tiene un arco —contestó el cazador, obvio—. Esto es una ballesta, idiota.

—Eres igual de sucio que ese zorro. Aunque, ¿sabes qué?

—¿Qué?

—Quizás si alejaras tu cuchillo de mi cuello, pueda disfrutar tenerte en esta posición.

—Quizás, pero no eres más que una perra.

La desesperación que tenían por ingerir algo de comida vencía la atracción que sentían. Ambos habían oído los pasos de un caminante hacia su dirección, pero ninguno pensaba frenar... hasta acabar con el otro.

—Escúchame bien —demandó ella, aflojando la mano que rodeaba el cuello de él—. Ese muerto está a menos de tres metros. Yo estoy abajo. Tú estás arriba, elige a quién matar primero.

Y él apretó sus dientes furioso al saber que ella tenía razón. Se incorporó de golpe para clavar su cuchillo en la cabeza del caminante. Y eso fue suficiente para oír el seguro de un arma siendo quitado.

—Sin intentar nada estúpido, arroja la ardilla a aquel árbol —susurró en su oído.

La rabia en él aumentó, al obedecer.

—Eso es —sonrió ella, guardando el animal en su bolso—. Fue un placer conocerte, Robin.

Nicole Harrison huyó de allí con rapidez, sin saber que esa no sería la última vez que vería a aquel hombre.

 𝐀𝐑𝐐𝐔𝐄𝐑𝐎𝐒 | 𝐃𝐀𝐑𝐘𝐋 𝐃𝐈𝐗𝐎𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora