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Corregí todo a la fregada

La luna se comenzaba a asomar junto con las estrellas

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La luna se comenzaba a asomar junto con las estrellas. Unos muchachos de entre diecisiete y quince años se encontraban merodeando las calles por algo de dinero y comida.

No tenían casa por lo que se valían por sí mismos. Lo poco que tenían lo conseguían robando y recolectando cosas de la basura. A uno de ellos le rugieron las tripas y se tocó el estómago haciendo una mueca.

—Tengo hambre — se quejó el más pequeño de los dos, dirigiéndose al mayor, que era más alto y rubio.

—Estoy en eso — le contestó frustrado.

Caminaron cerca de un callejón, viendo por todos lados por algo de suerte. Pero lo único que escucharon fueron unos gritos de desesperación.

—¿Escuchaste eso, Horacio? — cuestionó el mayor tomando unas piedras.

—Sí — contestó asustado— ¿vamos?

El rubio se empezó a acercar con cautela, Horacio ya había recogido unas cuantas piedras antes. Era por si tenían que defenderse y huir.

Cuando se acercaron lo suficiente vieron que era una muchacha siendo golpeada por un señor mayor. La chica lloraba y suplicaba. Vestía un vestido naranja con zapatillas rosas, su cabello café estaba recogido en una media coleta y sus ojos del mismo color estaban llenos de lágrimas y de miedo.

Sin dudarlo, los jóvenes empezaron a lanzarle piedras y comenzaron a insultarle. Una de las piedras cayó directamente en el ojo del señor, soltando a la joven. Esta comenzó a correr hacía lo primero que vio, ellos. Ambos chicos empezaron a correr con la muchacha detrás de ellos.

Cuando estuvieron lo suficientemente lejos notaron los pequeños cortes y golpes que tenían la menor. La chica no pasaba de los dieciocho, pero estar así le daba un aire infantil. Los cortes no eran tan profundos, pero de ellos salían unos pequeños hilos de sangre. No paraba de llorar.

—¿Qué te estaba haciendo? — preguntó Horacio con inocencia.

Ella lo miró por unos segundos y se abrazó a sí misma sin poder contestarle.

—Que asco de viejo — soltó el más alto viendo a la chica.

Sentía pena por ella.

Después de unos minutos, se limpió la cara con la mano y los miró, tratando de descifrar sus edades. Pero, el rubio se le adelantó.

—¿Cuántos años tienes?

—Quince.

—Madre mía, eres una cría— contestó el rubio.

—Perdóneme, señor, pero ¿cuántos años tiene usted? — le preguntó con sarcasmo.

—Diecisiete.

—Ni tan grande entonces — le contestó burlona —¿Y ustedes cómo se llaman?

—Yo soy Horacio, y él es Gustabo.

—Pero con B de bombón.

La chica ladeó la cabeza cuando escucho esa aclaración, no pudo contener una sonrisa.

—Pues muchas gracias por ayudarme, me llamo Mónica, Mónica Hernández.

—¿Tú también estás sola? — le preguntó Horacio. La chica miró su cabello que estaba bien peinado en una cresta roja, le pareció raro, pero no le dijo nada.

Asintió.

—Ven con nosotros — le ofreció el rubio — no tendremos lo mejor, pero nos las arreglamos.

—Gracias, de verdad.


—Gracias, de verdad

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No fear || Jack ConwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora